Poltergeist - Juegos diabólicos

Crítica de Diego Martínez Pisacco - CineFreaks

Todo igual, nada parecido

Analizada en retrospectiva la Poltergeist: juegos diabólicos de Tobe Hooper (Poltergeist, 1982) no sólo cumplió con todos los requisitos que se le pueden exigir a un relato sobrenatural de fantasmas sino que además la potenció con: una producción de clase A, gentileza de Steven Spielberg y compañía; un guión muy bien pensado del que participó el mismo creador de Tiburón; un nivel superlativo en el área técnica –con efectos especiales que fueron revolucionarios en su día-; la maravillosa música del querido Jerry Goldsmith y un compromiso total por parte de los actores entre los que estaban Craig T. Nelson, JoBeth Williams y la carismática (todo un personaje ella) Zelda Rubinstein en el rol clave de Tangina, la médium que ayuda a la familia cuando las papas queman. Ajeno a su valor fílmico intrínseco otro elemento clave que contribuyó a la fama de la película es la tan sonada “maldición” que un poco con fines comerciales y otro poco con cierta innegable objetividad se abatió sobre parte del elenco tras concluir el rodaje.

Recordemos que Dominique Dunne, la actriz que interpretaba a la hija mayor del matrimonio Freeling, fue asesinada por su exnovio en un instante de locura poco antes del estreno. Ese halo trágico no terminó ahí sino que se replicó en la segunda y tercera parte de la saga, de la peor manera. En Poltergeist II: la otra dimensión (Poltergeist II: The Other Side; Brian Gibson, 1986), les tocó el turno a los actores Will Samson (el indio que se fugaba en el final de Atrapado sin salida) y Julian Beck, quienes fallecieron de cáncer (Samson tiempo después de finalizar su parte, Beck durante la filmación). Finalmente, Heather O’Rourke la niña que encarnaba a Carol Anne, la hija menor, sucumbió a una rara enfermedad intestinal mal diagnosticada por los médicos que la atendieron no logrando dar término a sus escenas en la muy pobre Poltergeist III (Idem; Gary A. Sherman, 1988). Utilizando dobles y efectos de cámara se cubrió esa terrible ausencia para que la película pueda llegar a su público. Un documental que se ocupó exhaustivamente de esta cuestión fue un especial de The E! True Hollywood Story: Curse of Poltergeist que se conoció en el 2002. Con el antecedente de la leyenda negra de El Exorcista (1973) no es posible dejar de lado situaciones tan siniestras que implican la desaparición física de varios de sus responsables directos. Es como una sombra ominosa que siempre estará ahí alimentando el morbo de los cinéfilos o cultores de lo esotérico (que los hay, los hay).

La original Poltergeist: juegos diabólicos por todos estos motivos es una producción inigualable. Claro que pese a la tan mentada “maldición” tarde o temprano Hollywood volvería sobre sus pasos con la intención de recrear aquella historia tan bien pergeñada por Spielberg junto a Michael Grais y Mark Victor que quedó grabada a fuego en la memoria colectiva de quienes pudimos disfrutarla en su momento. No muchos saben que Spielberg, en su primer proyecto como productor, quería también dirigirlo pero por una cláusula de su contrato con la Universal debió delegar la función en Hooper. No obstante, en el ambiente siempre se lo situó a Spielberg como el verdadero artífice de la obra. Tanto el tono del filme como varios testimonios de quienes participaron de la filmación dan cuenta de que el director en efecto fue el viejo Steven y no Tobe Hooper que venía haciendo películas de terror de muy bajo presupuesto, con El loco de la motosierra (The Texas Chainsaw Massacre, 1974) como pináculo artístico, totalmente diferentes a la propuesta de Poltergeist. La gente es mala y comenta… pero al parecer es así nomás.

La nueva Poltergeist: juegos diabólicos no innova en nada… a menos que la proyección en 3D pueda calificar como novedad. Básicamente es la misma premisa: un matrimonio joven, Eric y Amy Bowen, con tres chicos se muda a una casa donde rápidamente quedan en evidencia la existencia de fuerzas paranormales que afectan la vida cotidiana de todos. El punto de giro es, como en la primigenia, la desaparición de la hija más chica para desesperación de sus padres y hermanos. En un principio son asistidos por supuestos expertos en parapsicología que llenan el lugar de cámaras y gadgets varios que en concreto no solucionan nada. Mas luego, tras ser superados por los eventos extremos que allí se desatan, se convoca a un dudoso médium estrella de un reality televisivo con el que el actor Jared Harris se hace un festín. Es, creo yo, el único detalle significativo que le aporta al guión el autor David Lindsay-Abaire, más interesado por copiar al carbónico las escenas más recordadas que en crear algo original. Un indicio inquietante es que la película a duras penas alcanza la hora y media de metraje. Si bien se ha respetado el ADN de la historia por otro lado se han acelerado los tiempos. Como si el público no pudiera tolerar un ritmo más lento o un desarrollo más completo y exhaustivo de los personajes. Esta decisión genera una concentración dramática intensa pero carente del nervio que surgiría naturalmente si nos preocuparan más sus personajes. En el mejor de los casos se trata de un filme competente ya que no deslumbrante, ni técnica ni narrativamente, dado que el realizador Gil Kenan conoce el género (fue director de Monster House: la casa de los sustos, filme animado con no pocos méritos) pero tampoco hace milagros. Es algo parecido a lo que ocurrió con Noche de miedo (2011), la remake de La hora del espanto (Fright Night, 1985): por querer enganchar rápido al público se toman atajos argumentales inconvenientes. Las películas son entretenidas pero en el camino han perdido peso específico y sólo sobreviven los conflictos y la estructura que les dan sentido.

Los actores han probado su eficacia en muchos títulos previos, en particular Sam Rockwell (a quien da gusto volver a ver) y Rosemarie DeWitt como los padres. Los chicos aportan su frescura y en verdad la nueva Carol Anne –renombrada aquí Madison- está muy bien escogida: la niña Kennedi Clements es encantadora. Por lo demás es mejor quedarse con la Poltergeist: juegos diabólicos de los ochenta que por estos días estuvo emitiendo TCM por el cable. Para aquellos detractores que nunca se tragaron la fantasía desbordante del guión ya saben con qué se van a encontrar: en psicología le llaman déjà vu…