Polina, danser sa vie

Crítica de Flavio Lo Presti - La Voz del Interior

El resultado del trabajo conjunto del matrimonio entre Valerie Müller y el coreógrafo Angelin Preljocaj es una película visualmente atractiva que revisa las miradas más sensacionalistas sobre la danza como disciplina.

Por momentos hermosa en su cinematografía, Polina danser sa vie cuenta la trayectoria de una joven que intenta ser bailarina clásica enfocando puntos fuertes en el recorrido de toda profesional de la danza: la infancia, en donde comienza el riguroso entrenamiento en el dominio específico del cuerpo que requiere la disciplina; la juventud, en la que prueba el ingreso al ballet Bolshoi; finalmente, el momento en que decide dejar la danza clásica para dar lugar a su propia forma de entender el movimiento, algo que encuentra en la danza contemporánea.

Le película sugiere, con sutileza, mediante imágenes apenas extrañas, que esa decisión nace en el particular mundo creativo y emocional de la protagonista: imágenes que Polina ve, momentos los que el paisaje parece activar en ella el placer físico de la danza.

Por otra parte, su elección no se da en el marco de una vida fácil: Polina es miembro de una familia pobre, su padre le debe plata a los tipos equivocados, y su vocación le impone un derrotero por Europa en el que los reveses amorosos y profesionales la ponen (fundamentalmente los últimos) en situaciones verdaderamente riesgosas.

Pero a diferencia de otras películas sobre la rígida formación de performers profesionales (pensemos en Whiplash y especialmente en El Cisne Negro) el enfoque de Polina tiene algo de reivindicatorio y fresco. Están los rigores, los golpes, los dedos cortados, la sangre, los esguinces y la extenuación, pero no se agregan a los escollos naturales del crecimiento profesional personajes inflexibles, ni rígidos, ni sádicos: desde su primer maestro (que tiene hacia ella una relativa indiferencia), pasando por la coreógrafa audazmente interpretada por Juliette Binoche, los personajes formadores, tutelares, incluso sus compañeros, son gente amable, cooperativa, y no muñecos siniestros que están ahí para gozar con el sufrimiento de la heroína (la hermosa y raramente carismática Anastasia Shevstova).
Producto del trabajo en común del matrimonio entre la directora Valerie Müller y el coreógrafo Angelin Preljocaj, largos tramos de la película funden música e imágenes de manera estimulante, proyectando en las calles y los habitantes de Francia o en la misma Rusia, la creatividad visual de Polina, que ve coreografías en las peleas callejeras, en los paseos junto al río, en los encuentros de los amantes.