Policía, adjetivo

Crítica de Martín Iparraguirre - La mirada encendida

Ese otro cine

Sorpresivamente, agosto se convertirá en un mes lleno de cine en la docta, una ciudad que tímidamente parece volver a querer justificar su histórico apodo, y que alberga una comunidad cinéfila joven y fuerte, en franca expansión. Acaso la razón esté en el crecimiento exponencial que viene experimentando el circuito de exhibición independiente, y para muestra basta un botón: el fin de semana se estrenaron dos de las mejores películas del año, La Pivellina, de los italianos Tizza Covi y Rainer Frimmel, y Policía, adjetivo, el gran filme del rumano Corneliu Porumboiu. La primera continuará en exhibición en el Complejo Showcase al menos por dos días más, mientras que la segunda ya pasó por el Cine Teatro Córdoba, que planea festejar su mes aniversario con todo (el jueves estrenará la argentina La Tigra, Chaco, de Federico Godfrid y Juan Sasiaín; y el 26 de agosto Independencia, del filipino Raya Martin, y Z-32, del israelí Avi Mograbi). Se trata de un programa heterogéneo y sofisticado, que reivindica al cine como un arte mayor, y al que se agrega la Muestra de Cineclubes de Córdoba, que durante todo agosto repasará documentales argentinos, con la visita de sus directores. El banquete está entonces servido, estimado lector; esperemos estar a la altura.

Calificado por los especialistas como el estreno más importante de 2010, Policía, adjetivo es una fina e implacable disección de la actual sociedad rumana, que confirma no sólo que los resabios del autoritarismo siguen campantes en aquel pequeño país, sino también que su cine es uno de los más lúcidos y originales del mundo en los últimos años. Formalmente soberbia, la película sigue los pasos de Cristi (Dragos Bucur), un joven policía que ha sido asignado a una tarea tan absurda como rutinaria: investigar a un adolescente que está sospechado de fumar y distribuir marihuana. Cristi comprende que su misión es vana, pues sabe que en toda Europa el consumo ha sido despenalizado e imagina que pronto ocurrirá lo mismo en Rumaria, pero cumple con su tarea y persigue a su objetivo a todos lados. La pesquisa, empero, confirmará sus temores: el joven no es más que un consumidor, y Cristi comprenderá que si lo arresta le arruinará la vida por nada (podrían darle hasta 8 años de cárcel). El protagonista se convertirá así en un personaje auténticamente kafkiano: su cruzada será contra las leyes e instituciones vetustas que lo rigen, para convencer a sus superiores del carácter absurdo de la pesquisa. Filmada con planos medios y fijos, en virtuosos planos secuencia, el filme de Porumboiu es un ejemplo excelso de cómo utilizar el espacio arquitectónico en términos cinematográficos, pues tanto en sus escenas al aire libre como en el interior explora y revela un hábitat aún dominado por la herencia cultural de la dictadura comunista (con sus omnipresentes bloques de edificios siempre grises, que en su interior fungen como metáforas de los laberintos burocráticos que enfrenta Cristi). Más importante aún, el filme es una lúcida deconstrucción del discurso legal, o de cómo las instituciones imponen conductas a sus subordinados y asfixian cualquier posibilidad de reflexión individual, eje que tendrá su punto más alto en una escena magistral donde Cristi discutirá con su jefe sobre la pertinencia de la obediencia a la ley cuando choca con su conciencia particular. La perspicacia política del filme se refleja también en un humor absurdo pero sutil, siempre presente, una marca acaso autoral del propio Porumboiu, que ya se vio en Bucarest 12:08, su anterior filme. El lector interesado, empero, deberá buscar próximamente el filme en su videoclub especializado o en el circuito de exhibición independiente.

Por Martín Ipa