Policía, adjetivo

Crítica de Diego Faraone - Denme celuloide

La ley con sangre entra

Muchos se han cuestionado si la “nueva ola rumana” fue tan sólo una afortunada casualidad y poco más que una moda pasajera o si realmente tendría la solidez necesaria para perpetuarse un poco más en el tiempo. Llega el momento en que sus tres principales directores hacen entrega de nuevas obras, y seguramente en estos tiempos se podrá extraer una firme conclusión al respecto. Cristian Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días) ya estrenó en festivales y en cines de Europa sus Cuentos de la edad de oro, y Cristi Puiu (La muerte del Sr. Lazarescu) está terminando de filmar Aurora. A juzgar por esta nueva obra de Corneliu Porumboiu (Bucarest 12:08) podría decirse que, por ahora, las cosas van bien.
Centrada en acciones mínimas y tiempos muertos, con pocos diálogos, nada de música, planos largos y poco dinámicos, esta película pondrá a prueba la paciencia de unos cuantos. Pero cierto es que los que puedan lidiar con la extrema morosidad del planteo también podrán llevarse a sus casas material suficiente como para meditar durante semanas. Otra vez hay un cuadro de estancamiento, otra vez se ve una Rumania desgastada, estructuras edilicias avejentadas y descascaradas, casilleros oxidados, monitores de computadoras obstruidos por rayas molestas, cajas de correo rotas. La gente trae el desgastamiento dentro, y las relaciones laborales son ríspidas, díficiles y extenuantes. La burocracia impone su presencia y entorpece el flujo vital.
La anécdota puede recordar a algunas películas de los iraníes Kiarostami o Panahí, ya que un abordaje micro arroja reflexiones profundas sobre la sociedad y los mecanismos de represión imperantes. Se trata de un policía joven encargado de vigilar un chico que se encuentra bajo sospecha de consumir y traficar hachís. A diferencia de la mayoría de los países de Europa, en Rumania todavía está penado el consumo de marihuana y, al igual que en muchos otros (como Uruguay) convidar a un amigo con unas pitadas es interpretado como suministro.
El protagonista no tarda en darse cuenta que el adolescente en cuestión no sólo no es una amenaza social, sino que además es un individuo sencillamente inocuo, que lleva una vida simple y que va de la casa al colegio y viceversa. El policía también tiene sus vicios -aunque sean legales- y lleva asimismo una vida rutinaria y monótona, por lo que puede intuirse que se ve reflejado y que el chico llega hasta a simpatizarle. De esta manera, surge en él un serio dilema ético ya que es consciente que podrían darle al muchacho hasta ocho años de prisión, y no pretende arruinarle la vida y cargar con ese lastre en la conciencia. Sabe además que esa ley está al borde de caducar y que incluso podría ser modificada prontamente.
Los residuos del totalitarismo pesan sobre los individuos y en muchos casos generan un daño social real, parece decir Porumboiu, y así establece un paralelismo entre la forma en que el lenguaje determina las formas de pensamiento y de vida, como lo hacen las leyes y la burocracia.
Policia, adjetivo es una película sobre la arbitrariedad. El protagonista protesta casualmente por la forma en que la academia rumana impone reglas gramaticales ridículas, y asimismo las leyes parecen estar más basadas en definiciones preconcebidas que en la moral y el sentido común. Como en Bucarest 12:08, la escena más sobresaliente de la película es un plano fijo en el cual interactúan tres personajes; una situación tensa, incómoda y no carente de cierta hilaridad. Se trata de un diálogo con el capitán -interpretado por Vlad Ivanov, en un papel tan odioso como el que concibió como abortista en 4 meses, 3 semanas, 2 días- donde se regodea aleccionando a sus subordinados, haciendo un despliegue de autoritarismo y apelando a leyes inalterables de la semántica para quebrantar al protagonista. Palabras como “policía” y “ley” convertidas en sentencias. El tercer interlocutor, otro policía, podría ser el mismo protagonista luego de quince o veinte años: un hombre perezoso y resignado, entregado a la desidia.
Y uno de los mayores aciertos de este filme es el de generar un personaje que, a pesar de su desaprobación por como se dan las cosas, parece condenado a reproducir las taras del sistema. Él, ante todo, respeta los procedimientos y construye la investigación; podría haber mentido en sus informes, pero quedó atado al reglamento. En una conversación informal con un compañero de trabajo, él mismo se muestra intransigente y hasta llega a hablar de leyes inquebrantables. Podemos ver en su accionar diario las repercusiones de un empleo sumamente insatisfactorio y extenuante: se lo ve malhumorado, irritable y por momentos hasta abúlico. Su mujer le pide que por favor se cambie el buzo, ya que lo lleva puesto hace cuatro días, y se dejan ver indicios de una relación marital que, pese a estar recién conformada, parece condenada al fracaso.
Lo que cabe cuestionar de esta película es si es realmente necesario expresar la monotonía con más monotonía, si hay que exponer la burocracia con una obra igualmente burocrática. Existe una gran distancia entre este filme y la sofocante intensidad de 4 meses, 3 semanas, 2 días, la desesperación kafkiana de Lazarescu, el ludicismo sarcástico de Bucarest 12:08 o de California dreamin'. Policia, adjetivo no deja de ser buena y profunda, pero realmente requiere un gran esfuerzo para ser vista.