Policía, adjetivo

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

El individuo sometido a la dialéctica.

El lenguaje, los términos y su definición desempeñan un papel central en Policía, adjetivo. El director funda su obra sobre una pequeña anécdota entre adolescentes despreocupados, potenciando el contraste con una burocracia absurda que reduce los comportamientos humanos a textos fijos. La película describe algunos días de la vida de Cristi, un policía que se interroga sobre su oficio mientras investiga a un estudiante que fuma hachís con un par de amigos a la salida del colegio. Cristi se resiste a detener al joven por un acto ilegal tan vano, pero él es sólo una pieza de un mecanismo oxidado de procedimientos automáticos. La moral y la subjetividad se oponen al yugo legislativo rígido que funciona como metáfora de un país poco propenso a la idea de evolución por la jurisprudencia.

La búsqueda de nuevas formas cinematográficas facilita una narración pertinente. La película comprime los códigos del policial, reduciendo el suspenso a un árido seguimiento peatonal. Las largas secuencias en las que Cristi sigue los pasos del estudiante revelan su profundo cansancio y al mismo tiempo generan una atmósfera metafísica. Porumboiu centra su mirada sobre el ritual de este falso flâneur que sigue escrupulosamente su objetivo, regresa cada tanto a la comisaría para hacer su reporte y vuelve a salir. El director lo filma en tiempo real, a menudo de espalda, y al disecar su vagabundeo y sus deslucidos gestos cotidianos, nos introduce en los meandros de su espíritu. La investigación sobre el adolescente se convierte en un acto de introspección que nos invita a compartir los pensamientos del personaje, a pesar de la distancia que genera una puesta en escena heredera de los grandes maestros del cine moderno. El encuadre orientado hacia la separación de los cuerpos y el uso del plano secuencia combinado con un montaje que se retrasa justo sobre el tiempo muerto, remiten al cine de Antonioni. Cuando el director se detiene en el detalle de los movimientos de su antihéroe, en su manera de caminar por la calle, de abrir las puertas, de examinar los pasillos y de recoger los restos de cigarrillos que dejan los jóvenes en el suelo, evoca el viaje obsesivo de Pickpocket. Pero las comparaciones se terminan pronto, porque el rumano encuentra un tono propio gracias al humor negro incluido en su personal interpretación del absurdo.

El sentido del humor particular de Porumboiu ya era evidente en Bucarest 12:08, cuando ironizaba sobre los mentirosos, los oportunistas y los que se daban vuelta como panqueques a la hora de la revolución contra Ceausescu. En medio de aquel debate extravagante acerca de la hora exacta a la cual cada uno había celebrado el final del tirano, la película adelantaba los temas centrales de Policía, adjetivo: el poder de la dialéctica y la imposibilidad de una rebelión individual. En este caso, el director hace foco sobre el comportamiento hipócrita apuntalado por un vocabulario absurdo. Cristi está casado con una profesora que le da lecciones sobre ejercicios de estilo y lo invita a filosofar sobre el sentido de las palabras de una canción popular. La incomunicación de la pareja, la oposición de cuerpos e ideas, simboliza perfectamente el proyecto del director, que encuentra su punto culminante en una demoledora secuencia final en la que el superior de Cristi lo obliga a buscar la definición de la palabra conciencia en un diccionario, y el joven policía debe respetar el sentido literal del término, que difiere de su propia versión del concepto. La sesión de humillación, filosofía moral y reflexión semántica a la que lo somete su jefe nos lleva a un final digno de Ionesco. A diferencia de su personaje, Corneliu Porumboiu no está limitado por el sentido oficial de las palabras o del lenguaje cinematográfico y concibe un cine libre e innovador.