Está venida como una Tropa de Élite made in Israel. Sí, puede experimentarse cierto sabor a la potente película de José Padhila, pero son productos distintos. Por un lado, un grupo comando antiterrorista. Principalmente, Yaron, su miembro más representativo. Conocemos toda su vida: su relación con su esposa, que está a punto de parir; las reuniones informales con sus colegas; la práctica de ciclismo, donde también trata de sobresalir; los intentos de infidelidad con menores de edad... Por otro lado, un grupo de jóvenes con revolucionarios con intenciones de secuestrar a un multimillonario. Algunos son fieles a su ideología anticapitalista. Otros están más confundidos. Todos están listos para desenfundar cuando haga falta. Inevitablemente, el destino de ambos bandos chocará de una manera trágica...
Un film que retrata dos visiones opuestas de la misma realidad social tan violenta y militarizada como lo es la isarelí. Por un lado tenemos a un comando de policía super profesional y especializado en antiterrorismo, en especial la proveniente de las amenazas árabes, ellos están orgullosos de su país: es el más hermoso del mundo; por el otro un grupo de jóvenes revolucionarios compatriotas con un plan de estratégico para que los ricos mueran y los pobres y oprimidos venzan, ellos están avergonzados de su país: el más injusto y desigual del mundo. Los primeros son una especie de Tropa de Elite, los segundos nos remiten a Los Edukadores pero más fanatizados. La propuesta resulta más que interesante, pero el resultado está bastante alejado del nivel de estos dos films mencionados. No llega a tener ni la acción adrenalínica de la película brasilera, ni la profundad ideológica del largometraje alemán. Dividida en partes, primero muestra a través de su policía protagonista, Yalom, como es vivir en la fuerzas de seguridad de unos de los lugares más combativos del mundo, pero a medida que avanzan los minutos la narración se queda un poco estancada y se pierde en ciertos conflictos relacionales, la segunda parte del film te presenta la historia de estos jóvenes utópicos y también se pierde en los diferentes vínculos que se establecen entre los miembros del grupo. Recién en la última media hora el relato levanta vuelo y adquiere su momento de mayor intensidad cuando el plan de los revolucionarios se lleva a cabo y la policía debe interceder con sus modalidades más violentas y combativas...
Enemigo interno En Policeman, el director Nadav Lapid realiza un esbozo de la violencia que se vive en Israel. No por parte de los palestinos, como se podría llegar a pensar de antemano, sino por las acciones de la policía y de un grupo revolucionario descontento con la sociedad en la que viven. Yaron forma parte de un grupo de elite de la unidad antiterrorista israelí. Cuando no está en su trabajo reparte su tiempo entre su esposa, que se encuentra a punto de dar a luz, y sus compañeros que, junto a él, fueron culpables de un hecho de gatillo fácil. En paralelo veremos a un grupo de adolescentes que, asqueados de la sociedad, deciden dar un golpe certero al sistema. Lapid ofrece un esbozo de la situación actual en Israel y hace una profunda crítica al Estado y a la sociedad en general. Muestra a la policía como un grupo preparado para actuar pero sin importar las consecuencias. Hombres que están siempre listos y que no tienen un margen de tiempo para pensar. Hecha la crítica al Estado, el director se concentra en la sociedad. El grupo de jóvenes, cansados de un sistema que beneficia a los ricos y oprime a los pobres, decide armarse y hacer justicia a su manera. Lapid insiste en secuencias en las que se los muestra decididos pero poco preparados para echar a rodar su suerte. Desde el punto de vista técnico, Policeman es impecable. Una buena fotografía y actuaciones acordes al producto final hacen que la película sea interesante desde el arranque. Lapid demuestra que tiene un buen pulso para mantener la tensión pero en el fondo hay un problema de escritura. Divide el relato y quiere mostrar las dos realidades en pantalla. Es una idea muy noble pero requiere una escritura más fina y un tiempo del relato algo más extenso. La tesis que propone de israelíes peleando contra israelíes logrará captar la atención de cualquier espectador. Sin embargo, esto no alcanza y el director se empecina en mostrar a los dos bandos que indefectiblemente se enfrentarán hacia el final de la cinta. Hubiera sido preferible que se concentrara en un solo bando y a partir de ahí construyera una historia más atractiva con personajes que logren generar empatía con el espectador. En conclusión, Policeman tiene todo para convertirse en una gran película pero se queda a mitad de camino. Por momentos parece que estamos frente a dos películas en las que no se llegan a desarrollar bien los personajes y sus motivaciones reales frente a un Estado que se ha concentrado en el enemigo externo, ha olvidado mirar hacia adentro e ignorado la violencia que él mismo ha generado.
Dividiendo aguas Dirigido por Nadav Lapid, Policeman (2011) se alzó en 2012 con el premio mayor del BAFICI despertando la polémica. Un film, que al igual que su estructura narrativa, viene a dividir las aguas y abrir un debate. Policeman expone con un registro explícito parte de la violencia institucional de Israel. Partida en dos, la primera parte se concentra en el policía del título, que está a punto de ser padre e intenta, junto a otros colegas, despegarse de un caso de gatillo fácil. Es interesante cómo el realizador Nadav Lapid concentra la composición del personaje en el tratamiento sobre lo físico, ya sea mostrando su erotismo a flor de piel, la relación tribal entre sus pares, y –finalmente- cierta “elementalidad” que bloquea la reflexión y opera como una conducta automática frente a la violencia. Que, en el fondo, lo termina construyendo como otro violento más dentro de una sociedad que rehúsa dialogar. En la segunda parte, Policeman apela a la concreción de un secuestro perpetrado por un grupo de jóvenes idealistas, que buscan mediante las armas generar conciencia social. El final, previsiblemente, une ambos bando. Es indudable la capacidad de Nadav Lapid por generar una justa dosis de tensión, pero el maniqueísmo en la construcción del bando anárquico es un tanto exasperante. Por otra parte, aquí no se trata de terroristas árabes, sino de israelíes contra israelíes: un punto de partida que sí es interesante. Policeman dividirá las aguas e invitará a la polémica. Bienvenida sea.
El enemigo interno Que este film haya ganado el Premio Especial del Jurado en Locarno, el del Público en Nantes y el máximo galardón de la Competencia Internacional del BAFICI 2012 y -peor aún- que sea aclamado por no pocos críticos de primera línea como una obra maestra a contracorriente del cine “convencional” me hace pensar en la sobredosis de esnobismo y en lo mal que está por momentos el circuito de festivales (o, en caso contrario, lo mal que puedo estar yo). La película -que me recordó a los peores trabajos de Amos Gitaï- es de una banalidad, una torpeza, un trazo grueso, con personajes tan forzados y caricaturescos, que poco menos que indigna. Sobre todo, porque se mete con temas muy pesados como el (anti)terrorismo en Israel. En este caso, Lapid describe el accionar de unos policías que, esta vez, no deben enfrentarse con fanáticos palestinos sino con un patético grupo revolucionario integrado por compatriotas. Ni el espíritu tragicómico, ni algunas osadas observaciones sobre la contradictoria sociedad israelí, ni su "moderno" y experimental sistema narrativo alcanzan a redimir a una película que no tiene prejuicios, es cierto, pero tampoco demasiado talento.
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Ganadora del premio mayor de la edición 2012 del Bafici, Policeman es una película excesiva y contundente que tiene como protagonista a un integrante de una brigada de policías antiterroristas israelíes que ejecuta fríamente a sus enemigos sin demasiado interés por las víctimas inocentes, sobre todo si son árabes. Durante un buen tramo, la película muestra con crudeza los prejuicios, el machismo y el nacionalismo exacerbado del "policeman" del título, pero -en un giro inesperado- empieza a reestructurarse, a partir de la segunda mitad, en torno a un conflicto que no enfrenta a este cuerpo de elite con sus habituales adversarios (los árabes son apenas una amenaza que permanece fuera de campo en toda la historia, una decisión inteligente y efectiva), sino con una célula de jóvenes terroristas judíos de corte muy fassbinderiano que pretende combatir mediante la violencia las injusticias económicas y morales de una sociedad cruzada por las tensiones. De ahí en más, la historia se convierte en una guerra de nervios sin héroes ni mártires. Se trata de dos grupos incapaces de poner en duda sus propias convicciones, valores y rutinas, gente de una misma sociedad que parece hablar distintos idiomas, respetar códigos muy diferentes. En Israel, la película provocó un revuelo importante que terminó con la intervención a su favor del ministro de Cultura. No es del todo común que un israelí -el director Nadav Lapid, en la misma senda de otro polemista judío, Avi Mograbi- cuestione la aparente cohesión social de un país cuyo estado propugna ese ideal de unificación sin quiebres como política fundamental ante las disputas con sus vecinos territoriales. En Policeman, todos los personajes hablan sin pausa, pero esas palabras dicen menos que aquello que manifiestan los cuerpos: el protagonista masajea a su mujer embarazada con la misma precisión quirúrgica que ejecuta a sus rivales y los arrebatos sexuales que empiezan a aflorar en medio de esa batalla interior de tintes un poco grotescos tienen muy poco de placenteros. La liberación sexual, el confort y el dinero, nos dice Lapid, no son paliativos para una sociedad que detrás de esa fachada reluciente esconde congojas y frustraciones cada vez más difíciles de tolerar.
Juego de metáforas sobre la realidad Suerte de catarsis política hecha cine, Policeman traza un perfil sumamente duro de la sociedad israelí y no se priva de expresar varias ideas interesantes, aunque por momentos caiga en los mismos defectos que critica. La historia puede contarse como uno de esos chistes-adivinanza tan populares entre chicos en la escuela o que sirven para alegrar una sobremesa. Sería así: primer acto, un joven policía de elite en ropa deportiva va en bicicleta con un grupo de compañeros por una ruta que atraviesa un paisaje de montañas bajas color arena. Parecen felices, enérgicos, y él, con el acuerdo del resto, afirma que están en el país más hermoso del mundo. Segundo acto: el policía joven, derrochando autoridad y actitud manipuladora, convence a uno de sus compañeros, enfermo de un cáncer avanzado, de que debe hacerse cargo de la muerte de unos civiles inocentes que su brigada provocó durante una operación antiterrorista en Palestina y por la que todo el grupo está siendo juzgado. Tercer acto: el mismo policía, enfundado en su uniforme negro y armado con un arsenal, pero ya no tan seguro de sí mismo, se prepara junto a sus compañeros (incluyendo al enfermo) para reprimir a un grupo de jóvenes israelíes como él, pero que han secuestrado a tres empresarios como parte de un plan revolucionario que tiene por objeto dar a conocer un manifiesto, donde afirman estar en el país más injusto del mundo. ¿Cómo se llama la obra? La obra se llama Policeman y es la controversial película del israelí Nadav Lapid, que el año pasado resultó ganadora en la Competencia Internacional del Bafici de los premios a mejor película y dirección. Suerte de catarsis política hecha cine, Policeman traza un perfil sumamente duro de la sociedad israelí, camino por el que no se priva de expresar varias ideas interesantes, de utilizar algunas metáforas efectivas y otras no tanto, y de por momentos caer en los mismos defectos que critica. El relato, escrito por el propio Lapid, quiere dar cuenta de un determinado mapa de situación de la realidad de su país, al que retrata como un Estado policial y manipulador en el que la militarización parece ser un proceso irreversible. Si se acepta el juego de metáforas que la película propone, Yarón, el protagonista, puede funcionar como alter ego de la sociedad israelí. Lapid lo muestra entonces como a un policía machista, manipulador y racista, que gusta de exhibir sus músculos y está convencido de la justicia de sus actos, incluso de los más condenables. Pero no sería justo decir que el director define a su país sólo a través de Yarón: como en Fuenteovejuna, todos los personajes son Israel. Lo es ese grupo de jóvenes idealistas que por la fuerza quieren cambiar su aldea (porque saben que es la mejor forma de cambiar el mundo), aunque no tienen idea de cómo hacerlo. Israel también es un padre sobreprotector, que enterado de que su hijo forma parte de un grupo revolucionario y ante la imposibilidad de evitar su inmolación, toma la decisión de unírsele, sólo para estar cerca, para no descuidarlo. Israel es esa joven insensibilizada, enamorada de su líder y capaz de convertirse en mártir por amor, pero también es ese líder mesiánico, dogmático, algo histriónico y, por qué no, histérico, cuyo carisma arrastra a sus compañeros hasta un callejón sin salida. Israel es también el empresario secuestrado de cuyo poder e intereses son garantes las fuerzas militares del país. Israel son a la vez los muertos y los que matan; todo eso parece querer decir Lapid con la compleja red con que teje su historia. Sin embargo hay algo que puede causar desconfianza, algo que corre bajo las capas más ocultas del relato de Policeman. La sensación de que, en tanto espectadores, cualquiera es pasible de ser manipulado. Sobre el final será lícito preguntarse si no es eso lo que la película ha querido.
Un hombre disciplinado Yaron (Yiftach Klein) es un policía israelí que forma parte de un cuadro especial para combatir el terrorismo. Él y sus compañeros mantienen una relación casi familiar tanto dentro como fuera del trabajo, entrenan juntos, se reúnen con sus familias, y siempre pueden contar uno con el otro. Yaron es tan disciplinado que parece enfrentar y resolver las cosas del mismo modo tanto dentro como fuera del trabajo, como si todo fuera una tarea que debe cumplirse de modo 100% efectivo, y así resuelve la relación con su familia, y con su esposa, quien está por tener el primer hijo de la pareja. Mientras el grupo al que pertenece enfrenta algunas situaciones complicadas, como la enfermedad de uno de sus miembros, y algunos cargos por mal accionar en un enfrentamiento -algo así como un caso de "gatillo fácil"-, la película muestra en paralelo una segunda historia, la de un grupo de jóvenes que intenta gestar una especie de movimiento revolucionario, descontentos con la situación en Israel, la explotación laboral, y la enorme brecha social que se está generando. Los jóvenes integrantes del grupo son israelíes, estudiantes universitarios, no son un enemigo extranjero, y en su mayoría vienen de familias de clase media. La contraposición entre el grupo de élite y los desorganizados pero idealistas jóvenes que planean un golpe mediático, no puede ser más extrema. Por un lado vemos entrenados y eficientes militares que obedecen órdenes, sin preguntar por qué, orgullosos de su país. Y por el otro jóvenes con muchas preguntas y sin ninguna respuesta, cuyo comportamiento es hasta casi infantil, pero al mismo tiempo se permiten reflexionar y hacerse cargo de que la violencia no está solo de la frontera hacia afuera, sino también hacia adentro. El final es un tanto abrupto, temas tan complicados merecerían un cierre un poco más coherente, pero la película tiene un buen ritmo, y aunque de forma un tanto desprolija, se atreve a mostrar en profundidad temas delicados y personajes complejos.
Una película compleja, interesantísima, polémica. El director Nadav Lapid quiso mostrar una sociedad israelí que de tanto estar inmersa en la militarización produce policías antiterroristas egocéntricos, feroces, prejuiciosos. Y luego de una transición violenta se fija en un grupo de jóvenes radicalizados que secuestraran a ricos empresarios para hacer oír su voz. El encuentro entre policías y rebeldes es inevitable, aunque para el escuadrón de elite es la primera vez que no enfrentan palestinos y sí israelíes. Distinta, bien actuada. Véala.
El israelí Nadav Lapid entiende poco de sutilezas; en Policeman todo se percibe amplificado, como si no confiara demasiado en la capacidad del público para comprender la postura política de la película. Se nota en algunas de las primeras escenas cuando, para exhibir la irritante seguridad de sí mismo que tiene el protagonista, se lo muestra cantando una canción a todo volumen y enfocado en contrapicado muy cerca de la cámara. O, cuando en el asado que hace el grupo antiterrorista, la actitud sobradora y expansiva del personaje es construida mediante el ruido de las palmadas en la espalda o de los golpes amistosos (aunque no menos contundentes) propinados en el pecho. El supuesto comentario polémico, que aparece en la primera mitad en el hecho de contar la vida cotidiana de esos personajes con sus rituales y códigos particularísimos (el líder parece una especie de Sacha Baron Cohen sobrealimentado y sin sentido del humor), se derrumba en la segunda parte cuando la película abandona a sus protagonistas para sumar un grupo nuevo: son unos terroristas jóvenes e inexpertos que planean dar un golpe en nombre de una ambigua revolución. La tensión y el interés del comienzo decaen, mientras que el guión (y en esto se funda el verdadero –supuesto– gesto polémico) le da al grupo de los policías una excusa para actuar, como diciendo que lo condenable de ellos y su trabajo está justificado en buena medida por la existencia de terroristas peligrosos. El final, sin embargo, opta por la corrección política más cómoda y aburrida: los dos bandos cometen excesos y atropellos, nadie está libre de culpas. Fuera del momento en que los policías irrumpen en la habitación con los rehenes (que probablemente sea el tiroteo más feroz y rápido y, por eso mismo, más impresionante en mucho tiempo), Policeman se revela torpe y gruesa, incapaz de producir una polémica sobre nada.
Un policial que logra evitar el suspenso Este curioso ejemplo de drama poltico-policial filmado en Israel no pasa de ser apenas eso, sólo una curiosidad que, narrada con otro estilo y concentrándose un poco menos en asuntos localistas, podría haber dado para más. En todo caso, "Policeman" recibió el premio principal en el Bafici, y justamente es el tipo de película que parte de un tema que se podria asociar con un thriller, se las arregla para eludir toda oportunidad de generar tensión o buen ritmo narrativo, imponiendo en cambio las típicas características del cine "indie" de cualquier nacionalidad. El argumento tiene que ver con un grupo de policías de una división antiterrorista metido en un conflicto judicial que va revelando distintos factores de intolerancia y discriminación en la sociedad israelí. Se entiende que, para un espectador ajeno a la realidad social de Israel, todo el asunto puede resultar un poco lejano, y la pregunta es si la trama tiene visos de realismo en el contexto de su país, lo que es difícil de saber desde aquí. El director se ocupa de describir a todo detalle el comportamiento casi sectario de estos tipos duros que están siempre ansiosos por moler a golpes a alguien, pero lamentablemente a medida que avanza el film queda claro que este foco en los detalles le va quitando interés al conjunto. El hecho de que el policía protagónico esté pendiente del embarazo de su esposa, próxima a dar a luz, genera una constante interrupción de la trama principal, que en otras manos podría haber resultado más atractiva. Por otro lado, no se puede negar que "Policeman" esta bien filmada y sobre tdo bien actuada, y al menos ofrece la posibilidad de tener una mínima idea de lo que se filma en Israel.
Tiempos violentos Es saludable que en una cartelera comercial pobremente homogénea se estrenen películas como Policeman, provocativas desde lo formal (no es éste el caso) o lo temático. Contra lo que pueda presuponerse, no estamos ante un filme de acción, sino ante un drama social centrado en la violencia. El realizador Nadav Lapid nos presenta, en la primera parte, a un comando de policía de elite israelí, especializado en combatir, no siempre dentro de la ley, a extremistas islámicos. En la segunda, hace lo mismo con un grupo civil armado, pero no musulmán sino también israelí: jóvenes que declaman la lucha de clases. En el último acto, con el eje ya corrido de lo usual, el realizador hace chocar a ambas fuerzas: a la que representa al Estado (o mejor digamos: al estado de cosas) contra la que lo cuestiona. Con una estética fría y precisa, adecuada para lo que retrata, Lapid hace hablar a las imágenes, como corresponde en cine. Pone el foco en los vínculos entre los policías del escuadrón y, después, entre los muchachos y las chicas de la patrulla revolucionaria. Es sutil y efectivo al mostrar a los combatientes profesionales: construye a esos personajes a través de su ruda amistad, de sus complicidades, de su dualidad, de la dimensión humana -que no significa idílica- que alcanzan con sus familias. En el tramo de los guerrilleros los trazos son más toscos y el filme, menos logrado. Al borde de lo inverosímil, los personajes parecen los de Los edukadores, pero aun más ingenuos, con proclamas planas y acciones delirantes (la Historia abunda en ellas, pero no es el caso). Policeman tiene problemas un tanto paradojales; es, a la vez, lacónica y enfática. La relación de los protagonistas con los armas -para matar, amedrentar o transmitir masculinidad o deseo- es apenas un ejemplo de este último exceso. Sin usar palabras, Lapid subraya lo que quiere decir: que la convicción ciega propicia la violencia extrema, se defienda el ideal que se defienda. Lo suponíamos.
"La violencia de todos los días" El efecto “Tropa de Elite” de Jose Padilha se nota bastante en este film israelí que pese a esto no cae en plagio o el burdo homenaje de aquella película brasileña sino que ofrece un relato crudo y objetivo de como la violencia atraviesa todos los niveles sociales sin importar las diferencias. Nadav Lapid construye un relato de suspenso con dos caras opuestas y enemigas de la realidad de su país: por un lado tenemos a un grupo de policías anti-terroristas cuyo estilo de vida plagado de violencia para imponer poder y respeto trasciende de forma abrupta los horarios de trabajo y se impone en la vida cotidiana y en la familia, mientras que en la vereda del frente tenemos a un grupo de jóvenes anarquistas que cansados del presente que los abruma deciden tomar cartas en el asunto de forma violenta, despectiva y organizada. Durante la primera parte del relato todo gira alrededor del grupo de policías ofreciendo de forma objetiva un claro reflejo de su estilo de vida condicionado por las experiencias que inevitablemente se viven en esa profesión. Al principio durante esta parte el film parece no haber dirección alguna y todo se resume a mostrar las vivencias de los integrantes de este grupo. Sin embargo, en la segunda parte, cuando tenemos a los jóvenes anarquistas al mando de las riendas del film, el relato toma más peso y se constituye como un thriller interesante con final difícil de anticipar y a su vez polémico. De hecho, durante gran parte de la peli no vamos a tener grandes momentos que podamos recordar una vez que salgamos de la sala, pero los minutos finales realmente logran ese objetivo y por lejos se convierten en lo mejor de esta propuesta. Lapid no toma partida por ninguno de los dos bandos de los cuales se vale para armar su film, ofreciendo en ese clímax final un resultado bastante acertado de algo que lamentablemente todos sabemos: la violencia no tiene límites ni fronteras. Lo peor que le puede pasar a “Policeman” es que se la confunda con una película de acción que repita los esquemas hollywoodenses. Al contrario, el trabajo de Lapid hace más énfasis en lo que sucede en la cotidianidad de esas personas que en algún momento de su vida deciden (o deben porque es su trabajo) utilizar la violencia para hacerse ver en un mundo que no es ciego, pero al que le cuesta ver.
Me resulta curioso que una película del estilo de Policeman haya ganado el premio mayor del BAFICI 2012 en la competencia internacional, siendo como pretende ser un fuerte alegato contra la violencia que engendra más violencia que se vive en Israel. Lisa y llanamente, la película del israelí Nadav Lapid genera polémica allí donde se estrene, y los comentarios oscilan entre la obra maestra y la nada misma. El amor y el odio. Sencillamente, Policeman es prácticamente inclasificable. Durante la media hora inicial presenciamos la vida de Yaron, un policía de una brigada antiterrorista, mientras espera que su esposa de a luz, uno de sus colegas y amigos enfrenta una enfermedad terminal, y se desarrolla una sucesión de eventos sociales que tienen un ritmo bastante monótono y corriente. Con dejos fuertemente machistas y costumbristas, el personaje de Yiftach Klein se asoma a la idea de su naciente paternidad, el conflicto interno de una misión que salió mal y en la cual murieron personas, y hasta su sexualidad quejumbrosa por la falta de relaciones con su esposa, que lo lleva a flirtear descaradamente con una mesera adolescente. Hasta aquí, realismo puro y sin muchos matices. Pero con la llegada de una escena en particular, el ataque vandálico de una pandilla al auto de una temerosa estudiante, todo cambia. Este rotundo cambio de foco, pasando de la vida del policía a un grupo de jóvenes, le insufla un aire nuevo a la trama. Entre ellos está Yaara Pelzig, cuyo primer acto de aparición -el antes mencionado ataque a su vehículo- dispara instantáneamente una fuerte resemblanza a una Jessica Chastain más joven aún. Repasando la vida anárquica de estos jóvenes idealistas, empecinados en cambiar el orden social de su país, es donde se cuenta la otra cara del film, tomándose su tiempo para establecer las dos líneas argumentales que confluirán en el clímax de esta propuesta. Policeman, sin embargo, es una meseta narrativa constante y no tiene grandes pinceladas morales con las cuales pintar a sus protagonistas. Aunque la situación es tan antagónica que se puede cortar de un simple golpe de tijeras, la empatía para con uno u otro grupo de personajes es cuasi nula. Tampoco funciona como moraleja contra el terrorismo en un país tan caótico como Israel y menos que menos tras ver el cúmulo de despropósitos que arrastra el guión, donde el joven grupo de terroristas de poca monta y muchas ínfulas logra secuestrar a tres poderosos multimillonarios que por ninguna razón establecida cuentan con cero custodia en un evento nupcial familiar. Una vez que los caminos se crucen, el tercer acto se despacha rápida y sencillamente, con un nivel de tensión escaso por la carencia de expresión del trío secuestrado y por la inesperada y casi tragicómica actitud de una novia vestida de blanco que por momentos sobrepasa en energía y autoridad al grupo comando juvenil. En ese preciso instante es en el cual Lapid debería descargar toda su artillería pesada, pero elige un final inocuo pero no menos certero, con un fundido a negro que llega demasiado pronto y no deja lugar para secundar ideas prometedoras. Policeman tiene buenas propuestas, pero el nivel narrativo que elige su director afecta bastante al ritmo natural de la trama, dando mucho espacio para que la vida de sus personajes circule de forma convencional, sin lugar para grandes aciertos que nos hagan querer estar de un lado u el otro. Ni fu ni fa.
La ópera prima del director Nadav Lapid, revela los antagonismo de la sociedad israelí. Un filme israelí con tiros, secuestros y extremistas lleva a una asociación obligatoria y al sospechoso de siempre, personaje conceptual por antonomasia y protagonista de un drama inaceptable: los palestinos. Filme político por excelencia, la ópera prima de Nadav Lapid revela prodigiosamente los antagonismos internos de la sociedad israelí. La extrema derecha y los radicales de izquierda se desnudan como mónadas: se desconocen y, eventualmente, se odian; los palestinos funcionan como el gran fuera de campo del filme: se los nombra una sola vez, pero de esa confrontación entre iguales depende un posible lugar para el desigual en este mundo sostenido en el artificio y la violencia. Policeman está dividida en dos partes claramente diferenciadas. La primera gira en torno a la vida de un grupo de policías de élite. Son todos amigos. Uno está a punto de convertirse en padre, otro tal vez tenga un tumor en el cerebro. La cotidianidad de los policías se define por la abstracción, la distracción y la acción. La segunda parte se centra en la preparación de un secuestro por parte de un grupo revolucionario dispuesto a cambiar de raíz la vida política de Israel. Están dispuestos a todo. En el final, la intersección de esos mundos será inevitable. Del magistral plano inicial en el que los policías practican ciclismo y el envión del pedaleo simula visualmente un travelling hacia adelante en el que el rostro de Yaron queda expuesto por momentos en un primer plano, al plano final en el que la mirada de Yaron expresa el desconcierto absoluto frente a las consecuencias de la razón que justifica las armas, Lapid zanja un problema casi irresoluble para el cine: filmar una toma de conciencia. Si un debutante ha filmado esa transformación invisible hay que retener su nombre y esperar por sus nuevas películas.
Con el precedente y la noticia que ganó el premio a la mejor película y al mejor director de la edición 2012 del BAFICI, llega finalmente “Policeman”(Israel, 2011), a las pantallas locales. La película de Navad Lapid, está centrada en Yaron (Yiftach Klein), un policía miembro de una elite especial antiterrorista que se dividirá entre el trabajo y la ansiedad que le genera la llegada de su primer hijo, y Shira (Yaara Pelzig), una militante radical que deambula entre el rechazo a la opulencia de la familia en la que nación y el amor por su líder. Si bien ambos no tendrán interacción entre ellos, Shira, sin saberlo, pondrá en duda los lineamientos con los que Yaron ha crecido y ha forjado su pasión por el trabajo, un trabajo que él toma como una rutina más dentro de su vida y que lo llevará a lugares en los que la tensión marcará su tiempo y temperamento. “Policeman” avanza calma, con planos fijos de una cámara que espera algo que nunca llega, y con la reiteración de imágenes y secuencias que muestran un mundo masculino, de amistad y esfuerzo y en el que las mujeres quedan fuera. Reflejando un estado social de un Israel en el que las mujeres son relegadas para tareas menores y que en el caso de Shira, se erigen como un síntoma y necesidad de cambio radical. Los tiempos muertos de la película son los tiempos de reflexión de los protagonistas, que siempre intentan pensar en los demás y se ubican por detrás de los otros (aunque después comprendamos que ese ponerse en otro lugar , como cuando Yaron brinda su asistencia a Ariel, el amigo enfermo, responde a intereses bien particulares). La amistad y la familia son los dos tópicos principalmente trabajados en detalle por Lapid, porque sabe que de esa manera lograremos generar cierta empatía por Shira y Yaron, quienes en una primera impresión no lo establecen por las actividades que realizan. Asì Yaron es reflejado dedicándole mucho tiempo a su mujer (interpretada por Meital Berdah) y Shira pensando en su amor imposible (Michael Aloni) y dedicándole tiempo a su “manifiesto”. “La revolución no es poesía, sino prosa” le exigen a Shira y recibe la visita del padre de uno de los miembros del grupo rebelde reclamándole que lo dejen fuera de todo y a ella no se le mueve un pelo (nunca se le mueve un pelo, avanza como una topadora por y sobre todos). Es que la urgencia del hacer algo para cambiar el estado de las cosas y las diferencias sociales se encarnan en estos jóvenes que no pueden más que impulsarlo con violencia, una violencia que es mostrada con total crueldad por el director y que exige la toma de partido frente a los hechos que se van desarrollando. La reflexión es, si todos son máquinas preparadas para matar, qué es lo que los humaniza, si ni el embarazo de la mujer de Yaron logra esto, ¿qué lo hará? Las respuestas a buscarlas en el cine en una película contundente, con muchas digresiones que suman y potencian para que su final sea más que impactante.
Recuerdo estar en la conferencia de entrega de premios del BAFICI del año pasado y sorprenderme al escuchar que "Policeman" había ganado la Competencia Internacional. Me dije "si, es una buena película pero... para tanto?". Creo que algo de esta sensación los invadirá luego de verla. Es indudable que esta producción tiene méritos para ser reconocida, pero está lejos de ser una obra redonda. No, tiene sus puntos altos y bajos. En igual medida, arriesgo. Lo primero que hay que saber es que tenemos un oficial de la ley, de un grupo antiterrorista israelí, Yaron (Yiftach Klein), quien está a punto de ser padre. Está involucrado en un confuso episodio que puede poner fin a su carrera, (gatillo fácil que le dicen), elemento que lo perturba a él y a su grupo de compañeros de fuerza. Mientras Nadav Lapid (el director) nos describe bastantes aspectos de su vida urbana israelí, el film avanza, con escenas violentas, diálogos poco jugosos y alguna referencia a la cuestión sexual que delinean el perfil de nuestro protagonista. La idea, parece ser, mostrar la cara real de los uniformados y ver la presión a la que están expuestos en su labor diaria. Pero eso no es todo, un grupo de actvististas está planeando un golpe a gran escala. Son preparados, cultos, tienen una holgada posicón económica y su líder es bastante carismático. Promediando "Policeman" ellos irrumpen en la percepción del espectador y comienzan a hacer su propio juego: accedemos a su interna y participamos de la previa del atentado, allí es donde el BOPE israelí enfrentará a coterráneos que piensan bastante distinto de ellos... Lo más rico que tiene este trabajo de Lapid es el hecho de presentar como en Israel hay distintas miradas sobre la convivencia y los objetivos de nación. Hasta hoy, en la mayor parte de los casos, lo que sucede es que vemos siempre la confrontación con las fuerzas palestinas, y aquí, vemos como un grupo de hombres corrientes juegas sus cartas en una sociedad donde la violencia es moneda corriente . Desde el punto de vista actoral, sin embargo, debemos decir que "Policeman" es un poco despareja. Falta intensidad en los protagonistas y si bien, la proliferación de escenas de violencia explícita y simbólica están, no terminan de capitalizarse por su falta de peso. A pesar de ello, logra desarrollar su atmósfera y construir un climax interesante, a la hora del enfrentamiento final. Seguramente, el valor de su mensaje (y el recorrido para transmitirlo), es el factor decisivo que hace que sus carencias queden atrás a la hora del análisis fino. Aceptable film de obliga visión para amantes del cine independiente internacional.
A mitad de camino Atención: se develan detalles argumentales. Que una película del montón como Policeman se haya llevado el premio a la Mejor Película y al Mejor Director en la edición 2012 del BAFICI, y que haya recorrido con éxito otros festivales europeos, demuestra que cualquier film que critique a los israelíes y sus políticas seguramente contará, más allá de sus méritos artísticos, con el beneplácito de la crítica y de los siempre políticamente correctos jurados festivaleros. En la primera mitad, conocemos a Yarón (qué fácil es ceder a la tentación de leer Sharon), líder de una unidad antiterrorista israelí que ejecuta con precisión quirúrgica a cualquiera que amenace al Estado judío, especialmente si son árabes. En el día a día de este escuadrón de elite, vemos que Yarón es una especie de macho alfa narcisista, machista y manipulador que hace que un compañero enfermo de cáncer cargue con una acusación de gatillo fácil que pesa sobre el grupo pues por su padecimiento no podría ser juzgado. Acertadamente, el director exhibe la camaradería que reina entre ellos con acciones y no con palabras cuando muestra los juegos basados en la fuerza física durante un día de campo, la mordida que da cada uno a un mismo durazno o cuando todos golpean a quien se atrevió a robar las flores de la tumba de un compañero. La segunda parte pertenece a cuatro jóvenes revolucionarios de izquierda al estilo de Los edukadores que secuestran a un grupo de millonarios durante una boda para concientizar al resto de la comunidad acerca de la enorme brecha que separa a los ricos de los pobres, y es aquí donde el director arruina todo lo bueno de la primera mitad al querer equilibrar innecesariamente la balanza, pues los fanáticos son caracterizados como seres arrogantes, maniqueos y delirantes impidiendo cualquier tipo de empatía con ellos. Es decir que cuando el escuadrón encabezado por Yarón vaya a rescatar a los secuestrados y a eliminar a los secuestradores, tendremos un choque no de israelíes contra palestinos (son el gran fuera de campo) sino de israelíes contra israelíes tratando el director de decirnos de un modo extremadamente superficial y sin explicar los motivos, que la sociedad israelí es violenta y militarizada utilizando como metáfora la similitud de los métodos que utilizan tanto los que velan por la seguridad como los que tratan de quebrarla. Ejemplo de esta equiparación es cómo se vive el erotismo en ambos bandos pues cuando Yarón coquetea con una camarera, hace que esta acaricie su arma como una extensión de su pene y lo mismo sucede en el grupo radicalizado, cuando una de sus integrantes frota su revólver por el brazo de su líder en medio de una práctica de tiro. Es una lástima que el director Nadav Lapid haya desperdiciado los aciertos del film al convertir a los personajes en meros vehículos de sus ideas y al mostrar una visión muy simplificada de la sociedad israelí, ignorando el particular contexto geopolítico en que esta se encuentra y favoreciendo las lecturas prejuiciosas y sesgadas acerca de tan compleja y convulsionada nación.
Sólo algunos pocos momentos La película israelí ganadora en varios festivales, entre ellos el BAFICI, encuentra su rumbo en las escenas de intimidad del protagonista pero, pese a la búsqueda, no logra originalidad. A juzgar por los premios, Policeman (Israel, 2011) debería ser considerada una película con muchos valores cinematográficos, pero lamentablemente sus laureles no están a la altura de lo que se ve en la pantalla. Es más, cuesta entender que alguien haya premiado una película tan básica en un festival de cualquier índole. Incluso en el BAFICI, el gran festival de cine independiente, obtuvo dos grandes premios. Lo dicho, un premio no es garantía de nada. La historia de Yaron, miembro de un grupo antiterrorista israelí, su trabajo, su vida junto a sus amigos y colegas y su esposa embarazada, es contada con planos estáticos y poco bellos, con largas tomas sin encanto ni gracia, con esa molesta puesta en escena de film que se aleja de la convención pero no llega a ningún lado. A veces, al ver films así, la sensación es más la de estar frente a un narrador torpe que frente a un cineasta original. La pobreza visual que jamás alcanza encanto alguno se ve a su vez sepultada por los personajes imposibles y absurdos, como ese grupo terrorista que el protagonista deberá enfrentar. Los jóvenes terroristas son un grupo israelí cuya actitud mesiánica sólo es comparable con su torpeza en las acciones. La dedicación del director para describir los momentos de intimidad entre Yaron y su esposa son lo único rescatable de la película. Ese encanto inexistente durante todo el relato, esa falta de ideas que invade el resto sólo encuentra refugio allí. Como si el origen de todo el film fuera ese: mostrar la sensibilidad y la ternura de un miembro de una célula antiterrorista. Incluso el tempo de estas escenas se siente correcto, frente al aburrimiento que producen los demás planos vacíos, donde el director parece querer mostrarse como un genio y simplemente delata pobreza narrativa y poco vuelo ideológico.
Esta ópera prima del director y guionista israelí Nadav Lapid, que llega a la cartelera precedida de algunos premios, como mejor nuevo director en San Francisco, premio especial del jurado en Locarno y mejor película y director en el último BAFICI, propone una mirada sobre Israel hoy, pero focalizándose en las discrepancias internas de la población judía como parte de una sociedad marcada por la cohesión hacia el enemigo externo. Estructurada en dos historias que luego se unirán, Policeman retrata, en un principio, la cotidianeidad de uno de los miembros de un grupo de elite de la policía israelí para luego pasar a un grupo de jóvenes judíos pretendidamente revolucionarios (desde una convicción ideológica anticapitalista, pero con la seguridad que su clase social les garantiza) que, descontentos por la política interna de su país, las diferencias sociales y la política externa invasora y militarizada, planean una acción suicida para hacer justicia a su manera. Terminando con el predecible e inevitable encuentro entre rebeldes y el comando de elite. Con una puesta que privilegia los tiempos muertos a la acción, buena fotografía y planos que por momentos permiten un acercamiento a lo interior de sus personajes y por otros nos alejan completamente, incluso proponiendo casi un punto de vista documental, arranca interesante hasta que comienza la historia de los jóvenes revolucionarios. El día a día de este policía y su interacción con su familia y amigos del escuadrón antiterrorista, actuando entre la indiferencia, la cordialidad y la frialdad, hecho que logra la empatía del espectador y resulta prometedor en cuanto al desarrollo de la historia, se desvanece en caída libre cuando da lugar a la historia de los jóvenes, donde la inverosimilitud de los hechos dificulta identificarse tanto con la historia como con los personajes. Más allá de la mirada sesgada y parcial que los medios mundiales se empeñan en difundir sobre Israel, como un estado concentrado solo en el enemigo externo y cuya verdad defiende puramente con eficiencia militar, cualquier persona (interesada en conocer, mas allá de oír o ver) puede interiorizarse sobre la historia y actualidad de dicha sociedad y país y deducir que la idea de que ciudadanos israelíes-judíos luchen contra Israel es prácticamente un descalabro. Un país de gran heterogeneidad cultural y social con una sociedad poliétnica, religiosa, cultural, integrada por colectivos de los más diversos orígenes, donde los israelíes se enorgullecen de ver como su pueblo pudo restablecer su patria resurgiendo de las cenizas, desarrollarse económicamente a un ritmo casi sin parangón, ocupando un lugar de honor en el campo de la alta tecnología, con las mejores universidades y centros médicos de Oriente Medio y siendo líder mundial en la tecnología de riego, investigación en la medicina y desarrollo de energías alternativas, no se condice con la disconformidad planteada por los personajes del film. Es cierto que la sociedad israelí se encuentra profundamente dividida sobre el tema de la paz con sus vecinos árabes, entre la izquierda y la derecha, entre seculares y religiosos ortodoxos, entre las etnias que la componen, y que ello la llevo a ser temperamental y vehemente con políticas que aseguren los derechos y la representatividad de minorías religiosas y étnicas. Pero a pesar de vivir actualmente situaciones políticas de grandes tensiones, ninguna evidencia semejanza alguna con la expuesta por los personajes revolucionarios. Es impensado y casi delirante, en un momento en que los temas de seguridad como el insoluble conflicto con los palestinos, la posibilidad de una nueva guerra con Siria y/o con el movimiento fundamentalista radical libanés Hezboláh y, sobre todo, la amenaza nuclear iraní y las declaraciones de su presidente de borrar del mapa a Israel, la escena de una pandilla de punks destruyendo un coche en plena luz del día, y mucho más bizarra la del secuestro de una de las personalidades más influyentes en la economía israelí en manos de un grupo de inexpertos durante un casamiento. Tal vez, si de comienzo, en lugar de trascender el relato bajo un registro realista hubiera tomado el sendero de la parodia o el absurdo, el film cobraría más sentido. Si el mensaje de Policeman solo era reafirmar lo que cadenas de noticias nos brindan diariamente, corroborando la terminante política externa antiterrorista del estado de Israel, su aporte es intrascendente. Si su intención fuera el entretenimiento, falto acción.
Esta producción fue la gran ganadora del BAFICI 2012, a mí entender un premio que estuvo totalmente injustificado. A esto que digo se contraponen los demás premios obtenidos en otros festivales por el mundo, a saber el especial del jurado en Locarno o el del público en Nantes, lo que hace suponer, o pensar, en varias vertientes: las otras producciones eran peores, no es el caso del BAFICI; sobran festivales; no alcanzan las películas para los festivales (es una chanza). El filme esta estructurado en tres partes bien definidas. La primera, es la presentación del personaje protagónico y su grupo de pertenencia, un policía del cuerpo especial anti – terrorista israelí; la segunda, la introducción el segundo grupo, tratando de ostentarlos como otra cosa, y no es más que una caterva de inútiles que quieren ser presentados como revolucionarios, al mismo tiempo que como ejemplo, radiografía o simbolismo, quedan muy lejos de cualquier realidad. El tercer momento, sin solución de continuidad ni separación alguna entre las partes, no hace falta, es el encuentro entre ambos grupos La primera parte se propone mostrar desde adentro a los cuerpos militares y policiales israelíes, conforme a las necesidades de un país donde la violencia cotidiana es parte de su cimiento desde donde se construyó una nación en constante estado de alerta por las guerras, que no sólo está en el pasado, sino también en el presente, con proyección a un futuro posible, como el karma del medio oriente. Yaron forma parte de un cuerpo policial de elite, aunque no pueda admitirlo. La cercanía de transformarse en padre ejerce una fuerte presión, poniendo en duda sus ideales, al mismo tiempo que el modo de relacionarse con sus pares y sus afectos. Hay en este segmento un par de ideas interesantes, en tanto desenmascaran el fanatismo de ésta gente, los manejos espurios y el ocultamientos por autoprotección de los pecados de guerra, pero se queda en el sólo hecho de mencionarlo, pero no los profundiza. Se nota, empero, un esfuerzo por delinear los personajes de manera muy concreta y con buenas herramientas narrativas, gestos, algunos diálogos, pocos y, sobre todo, acciones. En forma paralela, y/o de manera de establecer una continuidad temporal, al caso tampoco importa, pues el relato se introduce en el segundo grupo. Un cuarteto de jóvenes veinteañero, todos judíos y/o israelíes, para el caso es lo mismo, pero que definitivamente no son palestinos, a los que quieren mostrar en una disyuntiva que fluctúa entre el convencimiento ideológico y las incertidumbres propias de la postadolescencia, que busca presentarse como alternativa a la decadencia mortal imperante con un acto de vandalismo más que de insurrección. Tomaran de rehenes a un par de personajes muy ricos de la sociedad israelí, ni el como, ni el por qué, ni el para qué, están enunciados. En éste grupo parecería que el guionista-realizador se tomo vacaciones, nadie esta bien definido. Muy confuso en la construcción de los personajes, queda claro que terminan mostrándolos muy despectivamente, el jefe no es más que un nene de papá con delirios de grandeza jugando al terrorista clarificado (¡otra que el CHE!); un lugarteniente fanático por matar, con ideales cero, ex soldado expulsado de las fuerzas especiales; un niña enamorada del idiota primero; y otro joven enamorado de la niña. El problema no sólo se suscita en la construcción y desarrollo de estos personajes, sino en las interpretaciones actorales del cuarteto. Hace mucho que no veo tan malas actuaciones. Narrativamente todo es demasiado previsible, vulgar, plagado de escenas inconexas, algunas incluso injustificadas, mientras otras resultan totalmente irreales. Si para muestra basta un botón, en pleno centro de Tel Aviv unos jóvenes, casi skin heads, durante varios minutos destrozan un vehiculo estacionado, le aseguro que en realidad eso no podría suceder pues en pocos segundos estarían rodeados por todas las fuerzas de seguridad del Estado israelí. Producto sólo elaborado para la exportación. Además de transpirar por todos los poros producción industrial, mala imitación Hollywood, es un gran catalogo de lugares comunes, con personajes demasiado estereotipados. Si a esto le agregamos un discurso entre reaccionario y fascistoide, tenemos cartón lleno. Seamos justos, los rubros técnicos son de impecable manufactura, pero que importa.
Policeman de Navad Lapid es una película que se presenta de un modo, pero en su totalidad construye un discurso contrario a lo denotado, a la obvia lectura de la primera secuencia. Rigurosa en su trabajo formal, es una obra de un fuerte contenido político, que en ese sentido puede tener diversas lecturas. Controversial, deja en claro que en los últimos años, luego del ascenso y consolidación del conservadurismo, la desigualdad en Israel llegó a extremos nunca sospechados. Pero al mismo tiempo, en tanto declama que las fuerzas de seguridad están fuertemente marcadas por cierta misoginia y racismo, el filme propone un recorrido maniqueo y simplista de supuestos extremos violentos existentes en esa sociedad. Dividida en tres grandes actos, las presentaciones de los grupos sociales en pugna –la policía y un grupo de raros revolucionarios nuevos- y la resolución en el enfrentamiento, la película construye su desenlace a partir de un hecho absolutamente inverosímil. Todo lo que deriva de allí, lejos de ser el drama que Lapid pretende, no es sino una pobre farsa. Sin dudas hay elementos interesantes en algunas escenas particulares que merecen ser revisados y que son los que cautivaron seguramente a parte de la crítica, tanto como al jurado del BAFICI. Sin dudas lo más interesante en ese orden es la absoluta teatralidad de la secuencia final, que despegándose de toda perspectiva realista y de pura acción, otorga otro sentido, mucho más político a la resolución. Sin embargo uno de los problemas es la coherencia del tipo de registro narrativo y el recorte sesgado que hace de los sujetos sociales que participan de ese “todo israelí” que el realizador pretende contar. Porque la universalización del conflicto interno, en este duopolio conflictivo “desigualdad social – violencia interna” es pobre, y porque además aquel que comenzó mirando críticamente a la policía como actor, no hace sino, sobre el final de la película, asumir como propias las posiciones más conservadoras posibles. Ideas como familia, piedad y orden son las que rigen la resolución. De todos modos el realizador deberá explicar cómo es que los jóvenes llegan a donde llegan sin que nadie les impida el paso. Ese gesto caprichoso invalida cualquier otra intención de la película. Por Daniel Cholakian redaccion@cineramaplus.com.ar