Policeman

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Tiempos violentos

Es saludable que en una cartelera comercial pobremente homogénea se estrenen películas como Policeman, provocativas desde lo formal (no es éste el caso) o lo temático. Contra lo que pueda presuponerse, no estamos ante un filme de acción, sino ante un drama social centrado en la violencia. El realizador Nadav Lapid nos presenta, en la primera parte, a un comando de policía de elite israelí, especializado en combatir, no siempre dentro de la ley, a extremistas islámicos. En la segunda, hace lo mismo con un grupo civil armado, pero no musulmán sino también israelí: jóvenes que declaman la lucha de clases. En el último acto, con el eje ya corrido de lo usual, el realizador hace chocar a ambas fuerzas: a la que representa al Estado (o mejor digamos: al estado de cosas) contra la que lo cuestiona.

Con una estética fría y precisa, adecuada para lo que retrata, Lapid hace hablar a las imágenes, como corresponde en cine. Pone el foco en los vínculos entre los policías del escuadrón y, después, entre los muchachos y las chicas de la patrulla revolucionaria. Es sutil y efectivo al mostrar a los combatientes profesionales: construye a esos personajes a través de su ruda amistad, de sus complicidades, de su dualidad, de la dimensión humana -que no significa idílica- que alcanzan con sus familias.

En el tramo de los guerrilleros los trazos son más toscos y el filme, menos logrado. Al borde de lo inverosímil, los personajes parecen los de Los edukadores, pero aun más ingenuos, con proclamas planas y acciones delirantes (la Historia abunda en ellas, pero no es el caso).

Policeman tiene problemas un tanto paradojales; es, a la vez, lacónica y enfática. La relación de los protagonistas con los armas -para matar, amedrentar o transmitir masculinidad o deseo- es apenas un ejemplo de este último exceso. Sin usar palabras, Lapid subraya lo que quiere decir: que la convicción ciega propicia la violencia extrema, se defienda el ideal que se defienda. Lo suponíamos.