Policeman

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Ganadora del premio mayor de la edición 2012 del Bafici, Policeman es una película excesiva y contundente que tiene como protagonista a un integrante de una brigada de policías antiterroristas israelíes que ejecuta fríamente a sus enemigos sin demasiado interés por las víctimas inocentes, sobre todo si son árabes. Durante un buen tramo, la película muestra con crudeza los prejuicios, el machismo y el nacionalismo exacerbado del "policeman" del título, pero -en un giro inesperado- empieza a reestructurarse, a partir de la segunda mitad, en torno a un conflicto que no enfrenta a este cuerpo de elite con sus habituales adversarios (los árabes son apenas una amenaza que permanece fuera de campo en toda la historia, una decisión inteligente y efectiva), sino con una célula de jóvenes terroristas judíos de corte muy fassbinderiano que pretende combatir mediante la violencia las injusticias económicas y morales de una sociedad cruzada por las tensiones.

De ahí en más, la historia se convierte en una guerra de nervios sin héroes ni mártires. Se trata de dos grupos incapaces de poner en duda sus propias convicciones, valores y rutinas, gente de una misma sociedad que parece hablar distintos idiomas, respetar códigos muy diferentes. En Israel, la película provocó un revuelo importante que terminó con la intervención a su favor del ministro de Cultura. No es del todo común que un israelí -el director Nadav Lapid, en la misma senda de otro polemista judío, Avi Mograbi- cuestione la aparente cohesión social de un país cuyo estado propugna ese ideal de unificación sin quiebres como política fundamental ante las disputas con sus vecinos territoriales. En Policeman, todos los personajes hablan sin pausa, pero esas palabras dicen menos que aquello que manifiestan los cuerpos: el protagonista masajea a su mujer embarazada con la misma precisión quirúrgica que ejecuta a sus rivales y los arrebatos sexuales que empiezan a aflorar en medio de esa batalla interior de tintes un poco grotescos tienen muy poco de placenteros. La liberación sexual, el confort y el dinero, nos dice Lapid, no son paliativos para una sociedad que detrás de esa fachada reluciente esconde congojas y frustraciones cada vez más difíciles de tolerar.