Pokémon: Detective Pikachu

Crítica de Juan Samaja - CineFreaks

Nárrala de nuevo, Sam.

La película tiene un muy promisorio inicio con la secuencia del asesinato del padre de Tim, sin embargo, el decurso del relato va perdiendo gradualmente ese ritmo e impulso que consiga instalar en las primeras imágenes.

Los actores a cargo de los roles protagónicos (Justin Smith y Kathryn Newton) adolecen de las dotes y/o el carisma suficiente que la trama parece requerir para los personajes que encarnan (sobre todo en relación al personaje de Tim), pero es verdad que el guión no los ayuda gran cosa tampoco. Por una parte, el enfoque de la historia no termina de definirse en una tónica francamente cómica o francamente de acción, realizando de modo anodino un poco ambas; y, por otra parte, se desaprovecha la potencialidad dramática de los personajes y de sus relaciones.

Lucy, periodista ávida de una gran primicia. Tim, un muchacho abandonado por su padre, y con ciertas reticencias a la relación con los pokémon; a todo efecto una especie de marginal en el contexto en que se mueve (donde todo el mundo lleva va acompañado de su pokémon). Ambos se cruzarán por casualidad a partir del olfato de Lucy en torno a la desaparición del padre de Tim. Ese vínculo presenta ya todos los condimentos necesarios para explotar un escenario dramático en torno a la situación romántica, que queda completamente obliterado. Lo cual, hasta cierto punto, es comprensible pues se trata de una película orientada al público infantil. Pero, de haber dado un poco más de peso narrativo a Lucy y a la relación con Tim y Pikachu, sí se podría haber enriquecido uma trama de acción o comedia de acción, que de hecho queda bastante deslucida precisamente por la abstracción de sus relaciones y de sus caracteres.

A esto último se agrega el desaprovechamiento más notable de la película: el del villano, encarnado por el gran Bill Nighy (el tremendo Billy Mack de Realmente Amor), cuya motivación para la transgresión, no sólo resulta desprolija, imprecisa e inverosímil, sino -quizás el peor pecado- previsible.