Poesía para el alma

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Desde lejos no se ve

La antítesis de la belleza se sintetiza en el plano inicial de Poesía para el alma, este magnífico film del coreano Lee Chang-dong (Oasis): en el remanso de un rio con una tenue corriente que fluye se descubre flotando el cuerpo de una adolescente ahogada. Minutos después, nos enteramos, junto a la protagonista Mija (Jeong-hie Yun), una anciana que cuida a un nieto adolescente muy poco comunicativo e irrespetuoso, que se trata de una compañera de escuela de 16 años que se suicidó por haber sido víctima de violaciones en repetidas oportunidades -así lo describe en su diario íntimo- por parte de seis alumnos, incluido su nieto.

Las violaciones de adolescentes y el asesinato es un tópico recurrente del cine asiático que encuentra expresiones tanto en el género del terror con historias de fantasmas vengativos como en el policial de investigación y en menor medida en el melodrama familiar. Pero el caso de esta rareza se sustenta en que el hecho es un detonante; un pretexto para ensayar un profundo relato reflexivo sobre las contradicciones humanas, sus miserias y sus virtudes a partir de una incansable búsqueda del sentido de la vida.

No obstante, si ese sentido se encuentra en las pequeñas cosas que nos rodean la apuesta del realizador coreano es captarlo globalmente a partir de un punto de vista que intenta aplicar una sensibilidad poética a una realidad que se presenta cruda, cruel y sin esperanza.

El personaje de la anciana que trabaja como asistente de un viejo un tanto perverso pero no por ello menos lúcido se dispone a aprender a escribir poesía en un curso junto a otros compañeros que nunca transitaron por la senda literaria y simplemente necesitan abrir su corazón a los otros.

La primera lección es que la poesía tiene relación directa con saber mirar, mejor dicho saber ver entendiendo cuál puede ser la diferenciación y entonces la perspectiva del entorno cambia y se vuelve desafiante a los ojos de quien mira.

Ahora bien ¿cómo encontrar belleza en una situación tan atroz como la muerte de una inocente? No hay respuesta ante semejante verdad desgarradora salvo la posibilidad de la búsqueda del sentido. Pero para ello, las palabras no alcanzan y es allí donde la fuerza del cine de Lee Chang-dong recorre un camino pausado, meticuloso, que por momentos coquetea con un registro casi documental y que marca la transformación y el progreso de un personaje al cual lo atraviesan dos conflictos centrales: la culpa y un gradual deterioro mental que provoca esporádicas situaciones de extrañamiento, pérdida de memoria y donde afloran como en aquel río del comienzo recuerdos y viejos fantasmas en un presente oscuro y doloroso.

Esa sensación de angustia contenida se transmite en el detalle; en el gesto justo; en el silencio que solamente la actriz Jeong-hie Yun es capaz de regalarnos con tanta generosidad cuando deja que la cámara la observe en su difícil transición para concluir un viaje introspectivo que se aferra al corazón del espectador con la misma intensidad que el grito de la naturaleza humana.