Poesía para el alma

Crítica de Alberto Varet Pascual - EscribiendoCine

Expresión de lo inefable

Poesía para el alma (Poetry, 2010) fue una de las más notables películas del festival de Cannes del año pasado en el que ganó, de forma merecida, el premio al mejor guión por un trabajo sin fisuras. A su vez, la última película de Lee Chang-dong (Sol secreto, 2007), viene a confirmar una inobjetable madurez como cineasta de su autor.

El film se centra en el día a día de Mija (Yun Junghee), una anciana que vive con su nieto en una pequeña ciudad coreana y que, a pesar de su edad, mantiene viva la ilusión por el descubrimiento y la iniciación en la vida. Esta cualidad le lleva a asistir a cursos de poesía en la casa de la cultura de su barrio y a escribir su primer poema en busca de una belleza que cree que se le escapa.

Sobre estos pilares narrativos, Lee Chang-dong despliega su talento en la escritura para bordar un guión lleno de matices, capaz de eludir constantemente la obviedad. Viendo la película y reflexionando sobre el texto, podemos hacernos una idea del enorme trabajo que hay en la confección de los personajes que pueblan una trama tan compleja y bien construida como perfectamente desarrollada.

Mija, en una interpretación prodigiosa de Yun Junghee que le debió valer el premio ex a quo en Cannes junto a la Juliette Binoche de Copia certificada (Copie Conforme, 2010), decide apuntarse a clases de poesía para tratar de conocer lo realmente sustancial de la vida. Lo invisible a través de lo visible. Auténtico desiderátum del cine formulado en su día por Robert Bresson (El carterista, 1959). Pero, a diferencia de la gran mayoría de autores contemporáneos, esta extravagante heroína, se desespera cuando su mirada se queda en la superficie y trata de ir más allá.

Un terrible y sórdido suceso la introducirá en una espiral de sentimientos difíciles de asimilar, inefables, que harán brotar de su alma las más complejas preguntas: ¿qué hacer cuando lo justo no es lo más cómodo?, ¿cómo sobrellevar el dolor?, ¿dónde está la felicidad en un mundo que, frente a una desidia y violencia salvajes, se queda sin palabras (expresado de forma ejemplar en el problema médico de la protagonista)?

Podría parecer que el director ha encontrado en las clases de poesía una excusa barata para tratar todos estos asuntos, que impone una pueril visión sobre la sociedad contemporánea y su juventud, o que es otro más que trafica con la sobada idea de ‘la belleza del horror’. Nada de eso. La maestría de Lee Chang-dong es tal que consigue hacer de un material con el que otros muchos creadores se hubieran estrellado, un reflejo de la propia vida y una honda reflexión acerca de cómo el arte (poesía, cine) es capaz de sondar algunos de los sentimientos más recónditos de la naturaleza humana.

Así, secuencias como el diálogo del personaje principal con una campesina o la llegada final de la policía a la residencia de Mija, se erigen como muestras de un cine de enorme calado lírico en las que el realizador surcoreano exhibe lo gran cineasta que ha llegado a ser. Su puesta en escena, que jamás dirige la mirada del espectador hacia ninguna lectura moralista, es tan sencilla y luminosa como magistral. Por ello es una pena que el final sea algo confuso y simplón en su significado. Lo que no quita para que Poesía para el alma sea de lo mejor que se vaya a estrenar este año en Argentina.