Planta permanente

Crítica de Marcelo Cafferata - Lúdico y memorioso

Después de dirigir con Agustín Toscano el film “Los dueños” (2013), Ezequiel Radusky presenta ahora en la plataforma www.cine.ar/play su primer película en solitario “PLANTA PERMANENTE”, otra muestra del impacto del cine tucumano dentro de la producción nacional y que se constituirá, sin lugar a dudas, en uno de los estrenos más importantes de este año tan particular para la industria.

Lo que inicia como una radiografía del mundo laboral actual –básicamente basado en las injusticias y en la voracidad con que se vulneran los derechos de los trabajadores-, que podría emparentarse en un primer momento con el cine de Laurent Cantet o con los conflictos y la ética en el ámbito laboral que plantea Sthèphane Brizé, se complica más todavía cuando estas relaciones laborales no se encuentran inscriptas en el marco de una empresa privada sino dentro del propio Estado.

Si bien entendemos que, justamente, el rol de Estado es el de sostener y apoyar criteriosamente un marco que propicie la justicia laboral y social, éticamente mucho más transparente que el de cualquier empresa privada, una de las potentes líneas de trabajo de Radusky (junto a Diego Lerman colaborando en el guion) es, precisamente, demostrar que en los hechos sucede paradójicamente, todo lo contrario.

Un Estado que olvida estos preceptos y, a cambio, se privilegian amiguismos, decisiones políticas, devoluciones de “favores”, dedocracia y ese espíritu de manipular información, datos y recursos humanos sólo en función de mejorar las estadísticas o mostrar logros para cierta gestión aun cuando no sean los propios, no le pertenezcan o ni siquiera hayan sido sus objetivos iniciales.

La historia de “PLANTA PERMANENTE” se desarrolla en tiempos en donde asume una nueva funcionaria con grandes promesas de cambio dentro de un organismo del estado provincial. Allí trabajan Lila y Marcela desde hace varios años como personal de limpieza, por lo que ya son consideradas como planta permanente y sostienen más allá de su vínculo como compañeras de trabajo, una fuerte amistad, son casi familia.

Apenes lleguen los bríos de la gestión entrante, la nueva directora en sus recorridas de reconocimiento dentro del edificio descubrirá que Lila y Marcela cocinan en un improvisado comedor dentro de la repartición y venden el almuerzo a sus compañeros de trabajo, generándose un ingreso extra por un lado, y beneficiando a sus compañeros con comida casera y más económica que en cualquier bar de la zona por el otro.

La primera pregunta que dispara la directora cuando, sorprendida, conoce el lugar es: “…pero esto lo hacen en horario de trabajo?”, cuestionamiento que ineludiblemente hace pensar que los vientos de cambio arrasarán con este irregular emprendimiento en un breve plazo.

Mientras Lila piensa en la estabilidad de su emprendimiento, Marcela solamente quiere que el contrato de su hija no sea dejado de lado con estos golpes de timón que propone la nueva dirección. Contrato que posteriormente generará una verdadera grieta entre ambas, sacando a la luz recelos, rencores y alguna que otra cuenta pendiente que había en este vínculo.

Grieta, que se profundizará más aún cuando el comedor quede enteramente en manos de Lila –aunque como en toda gestión gubernamental acomodaticia y corrupta, seguramente sea por poco tiempo- y Marcela reaccione en consecuencia, doblando su propia apuesta.

Es el momento en el que Radusky deja de lado una primera parte del filme en donde se imponía una radiografía de la situación política de una nueva gestión, para adentrarse en un conflicto más personal entre las protagonistas, en donde se deja traslucir claramente, una guerra desatada de “pobres contra pobres”, empujada y propiciada por y dentro del propio sistema con decisiones que apuestan al enfrentamiento para seguir dividiendo y reinar, para seguir sacando provecho.

Como una fábula con una dolorosa moraleja, “PLANTA PERMANENTE” plantea dramáticamente el avance de un Estado voraz sobre los recursos humanos que maneja a discreción, rompiendo e incumpliendo las reglas que él mismo fija (formas de contratación prohibidas, por ejemplo) que sí se les imponen cumplir a los particulares.

Funcionarios que, cuando les conviene, violan los derechos del trabajador utilizando contratos que el mismo Estado prohíbe pero que, cuando les representa un negocio lateral, no dudarán en utilizar todos los procedimientos burocráticos a su favor, para dejar afuera al más vulnerable.

Lamentablemente el retrato ficcional se parece demasiado a nuestra realidad, con un Estado que parece no poder aplicar un marco regulatorio sano, que no sabe de ética a la hora de la conducción y que sigue favoreciendo a que se instalen dentro de él, funcionarios que desarmando el negocio de Lila, arman el propio con la misma impunidad con la que quieren aplicar la dura letra de la ley.

Con dos personajes generosos que les permiten construir dos actuaciones notables, la Lila de Liliana Juárez –a quien vimos justamente en dos películas de la movida tucumana como “El Motoarrebatador” y “Los dueños”- tiene momentos de espontaneidad y simpleza que generan honesta emoción y Rosario Bléfari como Marcela, que se despide con este trabajo hermoso de la pantalla grande, en la que ha dejado un recuerdo entrañable tanto por este trabajo como por su inolvidable “Silvia Prieto” “La idea de un lago” o la ya mencionada “Los dueños”.

“PLANTA PERMANENTE” es una de esas películas que pintan un fresco de la realidad social e institucional actual, que mediante una mirada crítica invitan a esa reflexión tan necesaria en los tiempos que corren.

POR QUE SI:

«Muestra una guerra desatada de “pobres contra pobres”, empujada y propiciada por y dentro del propio sistema con decisiones que apuestan al enfrentamiento para seguir dividiendo y reinar»