Placer y martirio

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Mucha gente puede pensar que José Celestino Campusano finalmente se ha traicionado a sí mismo al generar un filme que posee muchos convencionalismos y temáticas que, a diferencia de sus propuestas anteriores, ya han sido trabajadas por directores nacionales y foráneos de manera comercial.
Pero no es con “Placer y Martirio” (Argentina, 2015), el explícito título que eligió para su propia “50 sombras de Grey” con el que Campusano comenzó a desarrollar un cine mucho más convencional, al contrario, en la transición de “Fango” y “Fantasmas de la ruta” (que puede verse por INCAA TV como miniserie) y antes de esta película estuvo “El Perro Molina” (Argentina, 2014), con muchos más acercamientos a la narrativa tradicional y un nivel actoral superior al de las anteriores.
En “Placer y Martirio” hay una reflexión sobre un estado de cosas que pocas veces se ha profundizado. Muchos matrimonios y parejas del cine y la tv han sido presentados en crisis y con situaciones que analizaban, más desde la forma que desde la estructura narrativa la problemática.
Acá hay una mujer entrando casi en los 50 llamada Delfina (Natacha Mendez), que entiende que a pesar de tener todo lo que se pueda desear materialmente hay algo que todavía le falta. No sabe bien qué es, porque su marido la consiente en todo, su hija quizás le reclame algo y le plantee situaciones un poco complicadas, pero más allá de eso no hay nada que la tenga que colocar en un presente lleno de depresión y dolor inexplicable.
Tiene algunas amigas, pero a las que ve esporádicamente, y en el último tiempo sólo comparten algunas “fiestas” ocasionales en las que el “todo vale” le abren un mundo diferente al del tedio rutinario de sus días.
Pero un día conoce a Kamil (Rodolfo Avalos) un misterioso empresario multimillonario con el que comenzará una relación en primera instancia sólo sexual, pero luego terminará ella confundiéndola y llevando la tensión a un lugar en el que desde un primer momento había quedado claro que nunca se iba a llegar.
Campusano pone en la mesa una temática dura sobre la exposición a situaciones humillantes de seres perdidos. Su cine siempre ha hablado de eso, de personas con buenos sentimientos pero que terminan acomodándose a los deseos del otro a pesar de sus propias y verdaderas intenciones y se traicionan
Delfina no podrá soportar la humillación de tener que esperar a que suene el teléfono, o que algún paquete o regalo le llegue con una indicación específica con un plan, porque en realidad no llega a comprender que Kamil sólo necesita de ella algo y sólo cuando él lo desee, esa es la clave.
Con el correr de los días Delfina tropieza una y otra vez con la misma situación y pese al consejo de algunas amigas, seguirá avanzando en un círculo vicioso en el que sólo su propia voluntad de querer algo mejor la puede ayudar y salvar.
Con un nivel de producción importante y un cuidado manejo de las cámaras, Campusano propone en “Placer y Martirio” una historia de amor y desamor como sólo él lo puede hacer. No hay otro director argentino en la actualidad que pueda narrar esta telenovela o melodrama fílmico sin caer en los lugares comunes y la pacatería de la autocensura. Ninguno.
El director reposa su cámara y deja que Delfina y Kamil se amen, se peleen, se nieguen, se flagelen, se expongan, se consuman, siempre con la intención de ir más allá en el cuento y de provocar en el espectador cierta incomodidad ante algunas situaciones en las que deberá juzgar y acompañar a la protagonista en su camino de búsqueda de respuestas. Potente mirada sobre el universo femenino de la clase acomodada y la incompatibilidad del placer con lo cotidiano.