Placer y martirio

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Las discretas mentiras de la burguesía
Con un cine siempre desafiante, el director José Campusano entrega una historia ubicada
en Puerto Madero, con una mujer madura que se constituye en esclava de un empresario.
Gustavo J. Castagna
El riesgo siempre será bienvenido y más si quien lo emprende es José Celestino Campusano, a esta altura, un director-autor de imágenes para cine y televisión. Ya en la anterior El perro Molina asomaba un descubrimiento de la faceta técnica que exploraba, sin necesidad de invadir en exceso, la concepción de personajes construidos desde una escritura más eficaz. Sin embargo, esto no debería confundirse con la (supuesta) "maduración" de un cineasta acostumbrado a narrar crudas, salvajes y tensas historias cuyos ambientes y criaturas se representan desde un inmediato reconocimiento. El cine de Campusano, en ese sentido, siempre es desafiante y Placer y martirio confirma cualquier duda sobre la pureza de los films anteriores y del realismo desmesurado de su obra precedente. Acá está, por lo tanto, una historia ubicada en la ombliguista euforia ricachona y estéril de Puerto Madero, que tiene como centro a Delfina, mujer bella y madura, entre 40 y 50 años, diseñadora, casada, una hija adolescente y una economía sin sobresaltos. Allí están sus amigas y las fiestas de la burguesía a pleno, con placer sexual efímero y billetera que puede o no matar al galán. Hasta que el galán aparece, en el buen decir de Kamil, financista empresarial que seduce a la protagonista. Y allí están las decisiones de Delfina, también su obsesión por su autoelección de esclava con Kamil y su afán por detener el paso del tiempo a través del cuidado intensivo de su piel.
Placer y martirio, en efecto, es una película de piel, de sexo urgente, de sufrimiento, de mentiras y engaños, de complicidades, sometimientos y manipulaciones. Campusano trabaja desde el artificio de voces y gestos de sus personajes, que hasta pueden resultar excesivos o, en la apariencia, no verosímiles y "ruidosos" para el espectador. Pero allí está el secreto: ese mundo artificial, construido desde la ostentación y el fuera de campo, necesita ese tono, esas voces declamatorias de los intérpretes, esos gestos ampulosos, esa sensación de culebrón televisivo entremezclado con el look exhibicionista al estilo Dallas o Dinastía. El desafío, por lo tanto, bien valió la pena; solo dependerá de que los seguidores de Campusano acepten esta mirada entomológica sobre un nuevo mundo que en realidad sigue siendo el mismo pero desde una óptica diferente.