Placer y martirio

Crítica de Diego Curubeto - Ámbito Financiero

¿Placer o martirio? eso depende del espectador

El cine de arte a veces es difícil de definir, sobre todo cuando explora conflictos modernos con una audacia incomparable.Y por supuesto, el cine de calidad requiere un esfuerzo especial del espectador para entender la particular visión de un auteur.

No quedan dudas de que "Placer y martirio" es cine de arte y ensayo, dado que cumple al pie de la letra reglas básicas como presentar dramas de gente de clase alta siempre rodeada de muebles de diseño. Mostrar algunas escenas de sexo fuertes, pero muy cuidadas, siempre sólo con primeros planos de glúteos masculinos -aun si fueran personajes secundarios- porque el cineasta se niega rotundamente a cosificar a sus protagonistas femeninas.

Por otro lado, teniendo en cuenta el apoyo ecuménico de todos los organismos posibles al film, desde el INCAA, la provincia de Buenos Aires, el premio del Bafici al mejor director y hasta el apoyo de la ciudad chilena de Valdivia, es evidente que dicho apoyo es totalmente desinteresado, ya que si bien en un momento dos personajes viajan especialmente a Valdivia para consumar su pasión desenfrenada y adúltera, prácticamente no se ven paisajes de la localidad chilena, que no distraen al director de su drama intimista. Lo más asombroso y vanguardista es que en el viaje a Chile, escena clave del film, no hay un sólo personaje que hable con acento, o se exprese con chilenismos.

Claro, un viaje a lo profundo del alma femenina, que quienes le dieron el premio en el festival porteño tal vez sólo puedan comparar con "Persona" de Bergman o "Fear City" de Abel Ferrara, implica escenas atípicas y fuertes. La trama describe a una mujer que no tiene sexo con su marido hace meses, se lleva mal con su hija adolescente, con su mucama y sus empleados. Hasta que conoce a un misterioso galán maduro de nombre árabe, un millonario que también está casado y que la trata realmente con frialdad patológica y actitudes caprichosas, algo que a ella le provoca una obsesión difícil de entender.

Es que el film, de Campusano es tan personal que permite que señoras atractivas suspiren por un ménage à trois con ancianos impresentables que se hacen los chetos y luego las someten violentamente, sin que esos detalles sean resueltos. Eso no es necesario en el cine serio, de calidad.

Las actuaciones son increíbles, con la protagonista repasando diálogos antológicos con inexpresividad coherente con el ascetismo y ausencia casi total de matices de la fotografía. Pero el toque más original tal vez sean las caracterizaciones de los dos protagonistas masculinos: el marido interpretado por Juan Bautista Carreras es una especie de caricatura de entrecasa de Ricardo Darín, mientras que el galán misterioso y sádico que compone Rodolfo Ávalos está diseñado como una notable mezcla entre Darío Grandinetti y el Paz Martínez.

Hay que aclarar, "Placer y martirio" puede ser fascinante para el público que aprecia el auténtico cine de arte. Los cinéfilos de vanguardia seguramente recordarán este peculiar opus del realizador de "Vil Romance" como un clásico al nivel de "Lola Mora" de Javier Torre, por citar un ejemplo. Sin embargo, otro tipo de público más conservador y ajeno a la vanguardia pueda llegar a pensar que esto es un auténtico bodrio del infierno.