Piñón Fijo y la magia de la música

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

Universo en su mínima expresión

Clases de guión para justificar el título de una película.
-Araña: “gracias Piñón Fijo por salvarnos”.
-Piñón Fijo: “no, sólo los ayudé, y también la magia”.
-Araña: “¿qué magia Piñón?”.
-Piñón Fijo: “la de la música”.
-Araña: “¡ah claro!”.
Fin del diálogo.
Momentos como este, bastante bochornosos, abundan en Piñón Fijo y la magia de la música, nuevo intento del cine nacional por atraer al público infantil trasladando a la pantalla grande un material previamente concebido en otros medios, como la televisión. Salvo excepciones como la vista este año con La máquina que hace estrellas, la industria cinematográfica argentina no le encuentra la vuelta (o no quiere encontrársela) a este tipo de entretenimientos, sin que finalmente parezcan meros productos concebidos sólo con el ánimo de recaudar. Y no es que la película dirigida por Luciano Croatto y Francisco D’Intino sea vergonzante desde un componente ideológico (no podrían serlo al estar basada en el original y coherente trabajo musical del payaso cordobés Piñón Fijo), sino que desde su apuesta técnica y narrativa carece de todo fundamento y no es más que la sucesión de canciones del protagonista encajadas con calzador.
La película esconde una paradoja algo ridícula: Piñón Fijo, a la usanza del Chapulín Colorado, es achicado y llevado a su mínima expresión física para introducirse en el mundo de unos insectos que viven en la laguna. La excusa es que un malvado cuis prohíbe cantar y sólo deja que se cante su canción. Bien, lo curioso es que el payaso y sus amigos se la pasan cantando durante toda la película y no les pasa absolutamente nada, por lo que el riesgo que corren es inexistente, haciendo que narrativamente la película sea endeble: uno espera, entonces, la próxima canción. Pero hay más: durante todo el film los insectos de la laguna juegan con la idea de que hay un plan para vencer a los malos, pero que en realidad nadie sabe cuál es el plan. Hasta que aparece Piñón Fijo, quien llega para salvarlos. Sin embargo, tanto nosotros espectadores como el payaso protagonista desconocen cuál es el plan, el objetivo, el motivo de su presencia y de su rol de salvador. Así la trama no avanza nunca.
Tras toda esta rusticidad del guión, lo que sobrevive o queda en pie es el innegable carisma del protagonista y su repertorio por demás atractivo: aún dentro de un marco de didactismo, sus canciones recorren géneros y ritmos, y son divertidas y originales. Sin embargo, por esa visión que recorre el film, la de suponer que sólo alcanza con poner una cámara delante de un personaje popular, Piñón Fijo y la magia de la música -al igual que ocurre con el personaje en la película- reduce el interesante universo del protagonista y lo convierte en un mero muestrario. Y, además, se la juega en una apuesta técnica, la de fusionar elementos reales y animaciones digitales, que no siempre funciona y por momentos ni siquiera está a la altura de una producción de mediana calidad.