Pinocho

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

DÓNDE ESTÁ EL ALMA

Nadie podía esperar una versión de Pinocho a cargo de Matteo Garrone. No por su falta de talento (lo tiene y películas como Gomorra o Dogman lo demuestran), sino porque sus universos cinematográficos no parecían estar muy cerca de los cuentos de hadas. En Garrone sobresale una mirada sobre las relaciones de poder, sobre el mundo y su nivel de descomposición, en ocasiones acercándose al grotesco. En concreto podría haber elementos del cuento que se imbricaran con el registro del director, pero eso volvía a la película un producto algo inclasificable: ¿un Pinocho infantil que recordara al clásico de Disney o una versión más adulta? Se podría decir que Garrone intenta ambos, un poco aprovechándose de lo que gente como Tim Burton o Guillermo del Toro han hecho, especialmente en la generación de criaturas fantásticas. Pero los resultados finales, más cerca del barroco y absolutamente indefinidos en cuanto al tono, permiten ver una confusión que se traduce a una narración absolutamente deshilachada.

La obra de Carlo Collodi es una de las más referenciadas en el cine, directa o indirectamente. De hecho, a comienzos de este siglo y luego del éxito de La vida es bella Roberto Benigni había filmado su Pinocho, interpretando en aquella oportunidad al muñeco. Ahora Benigni vuelve pero convertido en Gepetto, el carpintero que se vuelve padre del icónico muñeco de madera que cobra vida mágicamente. Los primeros minutos de la película son los que más se parecen al cine de Garrone desde la puesta en escena, el registro de una villa algo pobre, con personajes que subsisten entre la miseria: si hasta el mismísimo Gepetto anda dando un poco de lástima por un plato de comida. Pero la aparición de un tronco que se mueve solo, primero, y la repentina vida del muñeco que talla el carpintero, después, van poniendo las primeras pinceladas fantásticas de una historia que se irá sumergiendo progresivamente en el terreno de lo mágico, con la aparición de hadas, un Pepe Grillo algo avejentado y demás criaturas, entre humanizadas y animalizadas. Luego, lo que ya conocemos: Pinocho no irá a la escuela, terminará engañado por un par de ladinos que lo interceptan en la calle y la lucha del protagonista será entre el deber moral de convertirse en una buena persona o dejarse seducir por la fama y la riqueza hedonistas, tal vez sí uno de los temas propios del director.

Garrone evita lo más posible la utilización del CGI y apuesta por los efectos de maquillaje y las caracterizaciones algo grotescas. Esa superficie artesanal que luce la película es saludable aunque riesgosa, porque requiere la construcción de un verosímil riguroso y creíble para el espectador. Y ahí es donde falla la película, porque nunca lo logra. A partir de esa distancia estética que Pinocho impone, el film de Garrone se hace difícil de seguir: hay situaciones que se repiten hasta el hartazgo, narrativamente se vuelve torpe y episódico, el humor es absolutamente infantil para el tono oscuro que el director pretende dar y la película es sorpresivamente liviana, dejando de lado las truculencias que incluso la versión Disney aceptaba. Esta Pinocho finalmente se construye sobre una contradicción: si es la historia de un muñeco de madera que tiene que encontrar su alma, precisamente eso es lo que le falta a la película. Espíritu, coraje para encontrar su personalidad y no ser una mera ilustración actualizada de lo que ya nos han contado.