Pinocho

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Hacía mucho que no se veía a Roberto Benigni en las pantallas (en los últimos 15 años solo había actuado en A Roma con amor, de Woody Allen). El intérprete italiano regresó al cine luego de un largo periodo de ausencia protagonizando una historia que sin duda debe conocer al dedillo. A fin de cuentas, en 2002 había dirigido su propia adaptación de Pinocho con un presupuesto de 45 millones de euros que, sin embargo, recibió críticas negativas y estuvo muy lejos de recuperar la inversión.

Pero el tiempo de ausencia no cambió demasiado un estilo de Benigni caracterizado por el griterío, la sobreactuación y los movimientos aparatosos, como si estuviera metido en una comedia costumbrista de hace 50 años, tal como demuestra su interpretación de Geppetto –otra vez Benigni siendo un padre que se sacrifica por el hijo- en este film que replica al pie de la letra todas las postas narrativas del cuento original.

La nueva Pinocho –dirigida por un irreconocible Matteo Garrone (El embalsamador, Primo amore, Il racconto dei racconti - The Tale of Tales, Gomorra, Reality y Dogman)- fue más barata (18 millones de euros), pero no mucho mejor. Se trata de una producción que apuesta en partes iguales por los efectos artesanales y digitales para proponer una fábula cargada de inocencia sobre la niñez y el proceso interno que implica la adopción de responsabilidades. Falta –y se extraña– ciertos apuntes vinculados con la crueldad, lo que lima los pliegues dramáticos a priori más interesantes.

Sin espesura emocional, y con Benigni pidiendo a gritos que lo filmen, tal como haría un chico dispuesto a todo para llamar la atención de sus padres, a Pinocho no le hubiera venido mal un poco más de ritmoy de convicción en la potencia de su relato. El resultado, entonces, es una adaptación fiel a su materia prima, y no mucho más.