Pinamar

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Pinamar es una película casi minimalista, en el sentido de que las acciones toman su tiempo para tener lugar. Tras la muerte de su madre, dos hermanos, Pablo (Juan Grandinetti) y Miguel (Agustín Pardella) viajan a dicha costa balnearia para entregar la casa vacacional que acaban de vender. Los recibe Laura (Violeta Palukas), una amiga oriunda del lugar, con quien ambos sienten algún grado de atracción. Pero también los recibe la casa con sus recuerdos.
Los dos, pero sobre todo Pablo, sentirán la tentación de quitarle el velo al pasado al mirar viejas fotos, o al escuchar casetes que grabaron de muy chicos, en donde también aparece la voz de la madre. El duelo, el malestar de los hermanos, está presente en el permanente bullying de Miguel hacia Juan, que es mucho más reposado y decide que la procesión vaya por dentro. Un aspecto interesante de la película es que se conecta con cierta “memorabilia” de la argentinidad: toda esa serie de artefactos antiguos, las fotos en papel, los casetes, el viejo mobiliario, incluso, la ciudad balnearia fuera de temporada, remite a una cotidianeidad pretérita de modo similar a las películas de Martín Rejtman.
Menos lograda es la polaridad de los personajes, el desenfreno de Miguel por salir en grupo y visitar los (pocos) lugares nocturnos opuesta a la reticencia de Pablo por jugar al bowling o beber siquiera un vaso de cerveza. El film funciona mejor cuando se abandona a la deriva, cuando la remolona cámara se dedica a capturar los paseos por la orilla del mar o los bosques de pinos, y sobre todo, en el momento en que los hermanos arrojan las cenizas de su madre al mar. Es un momento realmente logrado, en que se funden las reacciones de los dos hermanos ante una instancia crucial y vale por si solo la película.