Piedra, papel y tijera

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

"Piedra, papel y tijera": la perversión y sus juegos de salón

En la primera escena de Piedra, papel y tijera dos hermanos miran en la televisión El mago de Oz, la reverenciada versión cinematográfica del clásico cuento infantil dirigida por Victor Fleming, película que el correr de las décadas transformó en objeto de las más diversas adoraciones: las literales, las irónicas, las queer, las extravagantes y conspiranoides. Hay algo ligeramente extraño en Jesús y María José (¡vaya nombres!), una suerte de simbiosis endogámica alterada por el sonido del timbre de casa, perturbación que llegará a niveles insospechados. Quien viajó desde España, luego de un largo período de ausencia, es su medio hermana Magdalena (otro nombrecito). La razón no es otra que el reciente deceso del padre, luego de una larga enfermedad que lo mantuvo postrado y al cuidado exclusivo de María José. Todas las pistas de lo que está por ocurrir se alinean en ese punto de partida y el relato no escapará jamás de los confines de ese departamento, lleno de muebles vintage y secretos de un pasado remoto.

Sangre de mi sangre, la obra de Macarena García Lenzi estrenada hace seis años, recibe aquí una adaptación cinematográfica de la mano de su autora y codirección de Martín Blousson(uno de los guionistas de El eslabón podrido de Valentín J. Diment). Piedra, papel y tijera toma la excusa dramática, los tres personajes y la única locación de la pieza, además del tono de humor negro, y le inyecta algunas dosis de suspenso que –podría afirmarse– el medio cinematográfico se encarga de demandar a partir de procedimientos que le son propios. De esa manera, la memoria del espectador se encontrará buscando referencias más o menos directas o indirectas de títulos canónicos del encierro y la tortura psicológica y física como ¿Qué pasó con Baby Jane? o Misery, aunque el tono elegido esté más cerca del grotesco tradicional que del horror psi. Desde luego, el destino legal de la casa familiar será el detonante del conflicto que no tardará en arreciar y la víctima será ese personaje que ha llegado para romper el equilibrio interior. ¿O acaso se trata de una victimaria?

Valeria Giorcelli y Agustina Cerviño repiten los personajes interpretados en vivo, al tiempo que Pablo Sigal se incorpora como el tercer peón del tablero, como ese cineasta amateur decidido a realizar una remake pop de la historia de Dorothy. En cada plano de la película son notorios los esfuerzos de García Lenzi para que su ópera prima no pueda ser tildada velozmente de teatro filmado: los planos –sus encuadres y extensiones– y el uso de situaciones paralelas y elipsis constantes evitan esa posibilidad. Pero hay algo esencialmente límite, gritón, en las formas actorales que no terminan de sentarle bien a la historia, una constante materialización de excesos que la repetición de ideas y motivos no hace más que exacerbar. La perversión y sus juegos de salón –las piedras, papeles y tijeras del título– pierden así una parte de la efectividad que pudieran tener sobre las tablas.