Philomena

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Brilla Judy Dench en un emotivo film

La vieja foto de un pequeño. Una señora ya grande, su hija, y un dolor silenciosamente mantenido 50 años en el pecho, que al fin estalla. Una búsqueda tardía: la del hijo natural vendido en adopción cuando ella era apenas adolescente. Un periodista en desgracia. Un hombre que no se animó a salir del closet. Varias monjas dañinas, una peor que todas. Suficiente con eso, como para que el lector se haga buena idea de la historia y los personajes. E imagine lo que puede hacer Dame Judy Dench en el rol de madre. Pero hay que verla, cómo nos hace reir y emocionar limpiamente, y a veces hasta le creemos que tiene 65 años como su personaje, y no 79 como dice la libreta.

Stephen Frears, director de buen pulso, y Steve Coogan, actor y aquí también productor y coguionista, la ayudan a lucirse. El resultado es una comedia dramática muy bien templada, con sus puntos justos de humor, dolor, angustia y emoción. Y un cuidado diálogo entre la filosofía cínica del periodista, y el sencillo cristianismo de la mujer, que distingue entre religión y seres humanos, y aún más: sabe perdonar. En el Festival de Venecia Judy Dench se consagró mejor actriz, y el jurado católico Signis premió la película "por su vibrante y conmovedor retrato de una mujer que busca la verdad y supera con el perdón el peso de la injusticia cometida contra ella". Pero hay algo más.

Es que esto se basa en un caso real. En 1954, una nena de 14, Philomena Lee, quedó embarazada. Entonces la gente pensaba distinto. La echaron de su casa, la recibieron las monjas, pero a los tres años entregaron el chico a una rica pareja norteamericana. Con el tiempo, él se hizo abogado republicano, ocultando su homosexualidad por miedo al qué dirán. Justo le tocaron los 80 de la explosión del sida. Ella empezó a buscarlo cuando ya tenía 65 cumplidos. La ayudó un periodista en desgracia, Martin Sixsmith. Las monjas les retacearon información. Ahora dicen que no lo vendieron, simplemente aceptaron donaciones. Y que la mala de la película, la hermana Hildegarde McNulty, en su vejez ayudó a muchas madres a reencontrarse con sus hijos. Vaya uno a saber. Lo único comprobable es que, cuando empezó la búsqueda, doña Hildegarde ya hacía 9 años que estaba en el purgatorio (seamos clementes), así que la reunión que vemos en pantalla es una "licencia dramática" de los autores. No importa, si no fue con ella habrá sido con otra igual. Pero acá también hay algo más.

La semana pasada, Philomena, su hija y Steve Coogan le pidieron en audiencia al papa Francisco que interceda ante el gobierno irlandés, por una ley que obligue a abrir los archivos de adopción. La película ha puesto el asunto en el candelero, y eso es bueno. Otra cosita, para equilibrar: esas monjas eran malas pero no quemaron los registros. Quien mandó destruir documentación pública fue el propio Martin Sixsmith, cuando integraba el gobierno laborista. Esto trascendió y tuvieron que echarlo. Buscando reivindicarse, conoció a Philomena Lee. Como vemos, no hay mal que por bien no venga, aunque se cuente cambiado.