Philomena

Crítica de Karen Riveiro - Cinemarama

Antes que nada, la película de Stephen Frears puede definirse como un entramado de preguntas y desafíos. Pero no sólo en sí misma, sino también para sus espectadores. Uno de los retos tiene que ver con las expectativas: Philomena es la historia de un no-encuentro y, como consecuencia, es también y como antídoto una comedia, una road movie por necesidad (lo que importa es el viaje) y una historia de personajes o, más bien, de actitudes ante la vida. Pero incluso ante la posibilidad de tomar partido por alguna de esas actitudes, la película es cuidadosa al punto de evitar cualquier tipo de resolución, incluso si eso significa una simple comunión de ideas. Así, Philomena construye sobre un fondo de espectros y abstracciones un entramado de humor y drama cuyo sostén confía casi por completo a la personalidad de su protagonista, acaso también y por momentos ella misma indescifrable. La pregunta que persigue a Martin Sixsmith (Steve Coogan), el periodista que la acompaña, entonces, llega a resonar en toda la película: ¿cuál es y dónde está la historia de Philomena? Aun sabiendo, luego, que la historia está en muchas partes y sobre todo en la personalidad de esa mujer, o en las raíces, la familia, la fe y la religión, la película arrastra un vacío inconmovible. Siempre con el temor de no poder vencer con las dosis de comedia lo triste de su historia, Philomena es un film que expone sin riesgos y con disciplina los hechos en los que se inspira, acaso evadiendo al mismo tiempo la profundidad y la ligereza. Sabemos —y aceptamos— que el cine no siempre nos acaricia, pero también que jamás deja de ofrecer sus ojos para seguir buscando. Quizás esa certeza sea la que nos haga preguntarle tantas cosas a la última película de Frears.