Philomena

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

¡Qué bueno es tener a mano directores comprometidos con su forma de hacer arte y que ese compromiso no sea sólo desde el discurso hablado o escrito; sino plasmado, bien visible en la pantalla! Stephen Frears es uno de ellos. Siempre propone. No le es indiferente (como sucede con hombres convertidos en empleados de los productores) el hecho de estar detrás de una cámara porque desde ese lugar construye un universo tan sólido como coherente. Luego puede gustar o no, pero el cine del inglés oriundo de Leicester nunca pasa desapercibido porque ha recorrido un largo camino dejando varias huellas imborrables como “Ropa limpia, negocios sucios” (1986), “Sammy y Rosie van a la cama” (1987), la joyita de “Ambiciones prohibidas” (1990), o esa farsa sobre la opinión pública llamada “Héroe accidental” (1992). Ni que hablar de “Relaciones peligrosas” (1988) o “Alta fidelidad” (2000).

Stephen Frears es de los directores que posan su mirada sobre la sociedad y por carácter transitivo sobre personas. Como si su forma de entender el mundo occidental fuese mirando a través del prisma que ofrece el comportamiento humano a nivel social y, según su circunstancia, para poder así ofrecer su particular visión de la sociedad en la cual vivimos. Difícil encontrar alguna temática sin abordar en su filmografía. Esta vez es la fidelidad, la intolerancia, la rigidez de las instituciones y, por qué no, el cuestionamiento a algunos preceptos religiosos demasiado rígidos u obsoletos.

Presentación de los personajes. Martin (Steve Coogan) está con el médico escuchando su consejo. Se lo ve preocupado. Luego vemos algún informe que da cuenta de cómo ha perdido su presencia en la función pública de alto rango. Debe conseguir un trabajo. Tal vez termine el libro que estaba escribiendo, o vuelva al periodismo.

Philomena está en la iglesia. Se la ve triste.

En un flashbacks rememora hechos ocurridos en Irlanda hace más de cincuenta años: una feria en la cual es seducida por un joven; una manzana mordida cae a los pies de la pareja (simbolismo con el pecado original); en el orfanato de monjas, donde vivía, por tal acción es condenan a que, tiempo después de haber dado a luz a una criatura, su hijo sea entregado en adopción sin su consentimiento.

La narración vuelve al presente.

Philomena observa una foto y se emociona. Es la foto, en blanco y negro, de un niño que cumpliría 50 años.

El realizador, haciendo gala de su astucia, presenta a sus personajes de afuera hacia adentro para que vayamos conociendo de a poco su postura frente a la vida. Utiliza a la hija Kathleen (Charlie Murphy) como nexo. Philomena quiere encontrar a su hijo; Martin necesita una salida a su situación laboral por lo cual debe recurrir, pese a él, a escribir una historia de “interés humano”. “Las historias de interés humano son para gente ignorante y débil de corazón”, dice, y con esas palabras ayuda al director y al espectador a entender por qué estamos en la sala en esta oportunidad.

La búsqueda se extenderá fuera de las fronteras, elemento útil para profundizar en la humanidad de cada una de las personas involucradas en la trama. Lentamente, el interés de Martin se vuelve el interés del público en una notable capacidad para amalgamar a ambos.

Philomena, el personaje, establece una clara posición frente a lo que le toca vivir durante y después de la búsqueda, mientras que “Philomena”, la película, logra con creces plantar cuatro o cinco preguntas de esas para responder en la mesa del café, sobre todo en cuanto a los sentimientos que quedan a flor de piel frente a la simple capacidad de perdonar.