Petite Maman

Crítica de Mariana Mactas - TN - Todo Noticias

Alguien que muere es una habitación vacía. Un espacio de representación del ausente, una anomalía cuando una niña recorre las habitaciones de un geriátrico, ocupadas por señoras mayores que la saludan, hasta llegar a la que pertenecía a su abuela, que ya no está. Es la secuencia introductoria de Petite Maman, la película de Celine Sciamma (Retrato de una mujer en llamas) que por fin se estrena en salas de cine: donde debe verse.

Una secuencia que, como todo en este film breve, austero en su forma, ambicioso en su contenido, es puro cine. Pura imagen, sin apenas palabras. Entre esa niña y su madre, que se ha quedado sin mamá. Un viaje en auto hacia una casa de campo, en un bosque, abrirá nuevos espacios, otras habitaciones que se han quedado sin la presencia de su dueña. Ahora es Nelly, que tiene 9 años, la que observa esos pasillos y duerme bajo esos techos, que también son un poco suyos.

Observa y juega, y toma leche con cereales, y sale a pasear por el bosque, luego de que la madre se vaya sin darle explicaciones, y la deje con el padre, acaso superada por el duelo. Los adultos y sus mundos. Así que Nelly juega sola, y luego con una amiga que resulta vecina, se llama Marion y tiene su misma edad. No conviene contar demasiado acerca de este cuento, con ánimo de fábula, o de cuento de hadas contemporáneo. Que tiene la sutileza suficiente como para no cargar ninguna de esas tintas sino, por el contrario, la habilidad para que el realismo vire hacia territorios del fantástico sin que nos demos cuenta.

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Un camino de descubrimiento que el espectador transita con una notable fluidez, gracias a un film dominado por esas dos pequeñas protagonistas. Niñas siendo niñas, niñas entendiendo todo lo que pasa y haciéndonos acordar que, en la infancia, por suerte, eran tan reales los juegos en una casa armada con ramas como los silencios e insondables cambios de humor de nuestros mayores. Sciamma propone una travesía llena de belleza. La fotografía de Claire Mathon, que jamás cae en preciosismos. El uso de la música y, agradecidos, la falta de ella.

Con puntos en común con otros films memorables, como Yuki&Nina, de Nobuhiro Suwa e Hippolyte Girardot, en el que dos amigas escapan a un bosque, y del divorcio de unos padres que las llevarían a países distintos, o como Verano 1993, sobre otra niña, Frida, en pleno duelo, y mundo adulto, y juego. Aunque Petite Maman es cine de guión y actores pareciéndose a las joyas animadas de Miyazaki, especialmente a Mi vecino Totoro.

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Ciertamente, esta película hecha en pandemia parece muy pensada y “muy escrita”. Y acaso algo de esa planificación exhaustiva se termine transmitiendo, a pesar de la frescura de las niñas, en algunas líneas demasiado adultas y literarias. Pero esto no llega a atentar contra su magia, su capacidad de sorpresa, su poética del crecimiento visto como un cuento de las buenas noches. Si les gusta el cine, no se la pierdan.