Pesadilla al amacener

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

El terror es un género que siempre rinde en la taquilla, de modo que el estreno de una película de terror rusa habla más de una estrategia comercial de las distribuidoras que de una decisión que fomente la inclusión de cinematografías de distintas nacionalidades.

Sin embargo, a Pesadilla al amanecer hay que ponerle una ficha, ya que es un digno e interesante exponente de lo que se podría denominar "subgénero de pesadillas o sueños mortales".

En la película dirigida por Pavel Sidorov tenemos a una madre embarazada que muere tras intentar escapar con su hijo de algo o alguien que la amenaza. Esto ocurre en los primeros minutos, ambientados en 1999.

Luego, el filme pasa a la actualidad para mostrar a Sveta (Alexandra Drozdova), la protagonista, que cumple 20 años y lo festeja con sus mejores amigos. A la fiesta llega el hermano mayor de la joven, Anton (Kuzma Kotrelev), el niño ya grande que aparece al comienzo. Esa misma noche, Anton muere en circunstancias misteriosas.

Después del triste hecho, Sveta empieza a tener pesadillas recurrentes y decide acudir al Instituto de Somnología Experimental para someterse a una terapia que ayuda a las personas a deshacerse de sus miedos. Es así que Sveta es inducida, junto con otros tres pacientes, a un "sueño lúcido colectivo", en el que la realidad del sueño es complementada por las realidades del sueño de los que están en la misma sesión.

El otro elemento que se agrega a la trama es el de una secta que adora al demonio de los sueños llamado "el sin rostro", que sale de la oscuridad en forma de una criatura malvada con un rostro en llamas.

Es cierto que la película tiene la lógica del terror norteamericano de fórmula y que cuenta con los efectos y los giros típicos de las películas basadas en pesadillas. Pero a su favor hay que decir que Pesadilla al amanecer está bastante bien pensada y cuenta con un par de sustos que hacen saltar de la butaca hasta al más compadrito.

La clave de la película está en la puesta en escena, con lentos travellings hacia adelante y una cámara que sigue a los personajes por pasillos escalofriantes. También recurre a un montaje que salta de una escena a otra anterior, lo que hace que el filme no sea tan lineal y se parezca a los sueños. Al final, todo cierra perfectamente.