Permitidos

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Tocar lo inalcanzable

Él es judío, publicista, “cara de batata” (como le dice su suegro) y se mueve en un scooter. Ella es goy, abogada en el estudio de su papá (con vista a la Torre de los Ingleses), anda en auto y parece venir de una familia más pudiente. Él es medio raro y medio loser, y ella querible pero un poco pelotazo (en estas páginas desarrollamos alguna vez el concepto de heroína pelotazo en la comedia romántica estadounidense). Hasta ahí, si estuviésemos unos años atrás, podríamos pensar en una cinta con Ben Stiller y Sandra Bullock.
Pero estamos hablando de una cinta argentina y alguno, cuando ve cajas de mudanza al principio, en un clima distendido, se preguntará si lo que viene es la contracara jocosa de “El incendio”, de Juan Schnitman. Y podría ser, al menos en el sentido en que la mudanza es el menor de los problemas. Y ya que estamos, podríamos pensar que es el encuentro del universo judeoporteño que Winograd ya abordó en tono de comedia diez años atrás en “Cara de queso -mi primer ghetto-”, donde inició su colaboración con Martín Piroyansky, y la comedia romántica argenta al estilo Juan Taratuto, a quien le encantaría tener una Lali Espósito en un elenco (el cameo de Liniers parece una sátira de las apariciones en “Me casé con un boludo”).
Fantasías
Pero vayamos a los bifes. El guión, de Julián Loyola y Gabriel Korenfeld (sobre idea de este último), nos cuenta las desventuras de Mateo Borisonik y Camila Boecci, novios y convivientes desde hace tiempo, enamorados, pero sin meter mucha reflexión sobre el futuro. En una salida de cuatro con Rama (compañero de trabajo de él) y su novia Paula, sale a la luz la fascinación de Mateo por la actriz Zoe del Río. Paula mete el dedo en la llaga y le pregunta si es su permitido. ¿Qué vendría a ser eso? Un famoso tan lejano que de darse la chance de conocerlo e intimar no sería considerado infidelidad. Mateo dice que sí, y que seguro que el de Camila es Joaquín Campos, ese actor fachero que se la pasa ayudando animalitos (una especie de galán bonachón al estilo Facundo Arana, pongámosle).
Todo sería parte de la chacota cotidiana... hasta que, sin querer, Mateo termina evitando un robo a Zoe, la conoce y empieza a frecuentarla. Camila explota, y también tendrá, luego de muchas vueltas, la oportunidad de conocer a su permitido. En el medio habrá periodismo de farándula, médicos avivados y especuladores de todo tipo, tratando de sacar alguna tajada entre la televisión basura y la contemporánea circulación viral de las cosas.
Ése sería el planteo general, ingenioso y más crítico de la sociedad espectacularizada que “Me casé con un boludo”, por nombrarla de nuevo, ya que la tenemos cerca y la vio bastante gente. Podríamos criticar que llegado determinado momento la línea argumental empieza a ramificarse, complicándose en situaciones y sumando nuevos personajes, pero dentro de todo la suspensión de incredulidad ya se ha generado y el constructo funciona, gracias a la pericia de Winograd, a unos diálogos bastante afilados y a la solvencia del elenco.
Chicas bien
Cuando decimos elenco debemos decir, ante todo: Mariana Espósito, Lali para todo el mundo. Porque la comedia romántica no funcionaría sin una química especial de la protagonista femenina con su partenaire, con el resto del cast y, fundamentalmente, con el público. Lali enamora porque es bonita (“muy mucho”, dirían los abuelos), pero terrenal: es petisa, de voz arrabalera, y el insulto chabacano le queda bien (es un poco así afuera de la pantalla, por lo que parece). Por eso, puede decir “la puta que te parió” con el ritmo mántrico del Tano Pasman, o la respuesta infantil de “¿Qué foto? La de tu culo y mi choto” como las chicas guarras con las que fuimos a la escuela (y nos gustaban): en síntesis, putea como si fuera la nieta de Luppi, Alterio o Soriano. Y hasta tiene un momento en el que pone el canto al servicio de la escena.
Y esa terrenalidad está explotada en el par opuesto que se construye con la Zoe de Liz Solari: la Indiecita explota ese costado de femme fatale inalcanzable de cartel publicitario, capaz de llevar a los hombres a perder la erección de puro perfecta. No la pusieron por histrionismo, así que cumple: verla haciendo twerking en minishort y top brilloso sin corpiño es para la antología. Ya que estamos en el tema, va una crítica sobre el tema vestuario: tal como lo expresara la gran Scarlett Johansson, una escena de sexo con el corpiño puesto es inverosímil... o es poco erótica, dentro y fuera de la pantalla.
Galanes y perdedores
Del lado masculino, Piroyansky pone todas sus armas al servicio de la faena con bastante éxito, aunque por momentos parece costarle seguirle el ritmo a Lali. O quizás porque está un poco corrido de registro, al trabajar la comedia desde un tono más cercano al del Nuevo Cine Argentino, entre los silencios y la cara de nada (él mismo dirigió un par de cintas en esa tónica). En el caso de Benjamín Vicuña, se aviene a reírse de sí mismo, de su condición de galán, para interpretar a un ídolo careta y vacío atrás de la fachada; como en el caso de Solari, el peso dramático no está en él, pero cumple.
Entre los secundarios reporta Gastón Cocchiarale como Rama, el único por debajo de Mateo en la cadena alimentaria, en dupla con Anita Pauls como la veleidosa Paula. También Guillermo Arengo en la piel del padre de Camila, uno de los que quiere colgarse de la fama. Maruja Bustamante tiene sus altos y sus bajos como la fan de Joaquín, debido al exceso de lo que el guión le termina pidiendo a su personaje. Abel Ayala por ahí acepta cierto estereotipo de ladrón que canta cumbia, como El Kun (¿se reirá Sergio Agüero con el apodo?). Pablo Rago tiene sus apariciones como médico chantún, y Chang Sung Kim cumple la función de jefe malo y picaresco de las películas de los Sofovich, como Marcos Zucker en “Departamento compartido”, por poner un ejemplo.
En síntesis: una película entretenida, una comedia romántica y bizarra de los tiempos de las redes sociales... y de las careteadas sin tiempo.