Permitidos

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Una escena: Mateo, el protagonista, trabaja en una agencia de publicidad. Cuando sube de puesto, Rama, su amigo, le propone una idea; a Mateo le gusta y le asegura que va a tener éxito con el jefe. Más adelante, Mateo le lleva la idea al jefe y le dice que es suya, ante la mirada atónita de su amigo, que lo observa desconsolado a través de una puerta de vidrio. Pero el relato no había sugerido en ningún momento que Mateo fuera capaz de semejante traición, más bien era al revés: se lo presentaba como amigo leal. El guion tampoco da cuenta de un cambio que justifique ese gesto: parece que hubiera que narrar algo a cualquier costo, algo que exhiba la caída moral del protagonista, y que para eso no se reparara en las reglas del mundo construido; la caída impone una decisión narrativa que quiebra con el orden de la ficción.

Permitidos trabaja mayormente así: la película está por encima de los personajes, estos no son más que estrellas ocasionales del espectáculo. A pesar del talento para la comedia que demuestra la dupla de Martín Piroyanski y Lali Espósito (lo de él ya se sabía, lo de ella, no tanto), la mayoría de los chistes dependen menos de sus dotes que de la puesta en escena o del montaje, como la transformación de Mateo en la fiesta a la que lo lleva Zoe del Río, cuando pasa de mostrarse rígido a bailar desaforado en pocos segundos por obra de un corte abrupto y del uso de la cámara lenta. El mismo recurso se utiliza cuando Mateo cree que finalmente puede acostarse con Zoe, pero solo se trata de un sueño: el montaje y el ralenti, además de una mirada a cámara, construyen el chiste. El humor ya no surge de la actuación de Piroyanski, el actor es apenas otro de los materiales con los que la película diseña sus gags. Con Lali Espósito pasa algo similar: la escena en la que Camila enloquece frente a un cartel de Zoe tenía todo para ser un momento cómico fuerte, pero los gritos, las puteadas, la exageración y el barroquismo forzado a los que se somete la actriz le restan efectividad al conjunto; ella sabe que actúa, el público también. En cambio, Espósito demuestra un timing enorme cuando se le permite estaren reposo, como cuando Mateo regresa a su casa sin saber que Camila descubrió su encuentro con Zoe: Espósito habla bajo y con frases cortas, la cámara se limita a encuadrar a la pareja y la comicidad surge de esa economía; cada breve insulto que susurra Camila funciona mucho mejor que la catarata de puteadas de la escena del cartel.

La película logra un ritmo muy bueno que se mantiene hasta que la trama empieza a complejizarse: la premisa original, simple pero poderosa, se enreda en las idas y vueltas del guion, que ya no se toma el tiempo necesario para construir y aprovechar cada situación. La entrada a la fundación de Joaquín Campos o la falsa convalecencia de Mateo solamente podrían haber ocupado bastante más tiempo, pero el relato, que se mueve a una velocidad vertiginosa, las utiliza para arrancar uno o dos chistes y pasar a otra cosa. El guion prioriza los sobresaltos narrativos y los personajes parecen arrastrados por un torrente de desencuentros del que ya no pueden salir; la trama avanza y Camila y Mateo quedan reducidos a unos pocos rasgos inteligibles, perdiendo el espesor que habían ido esbozando en la primera mitad. En este sentido, una de las fortalezas iniciales se vuelve un problema cerca del final: Piroyanski y Espósito tienen química, reaccionan muy bien entre sí, el estilo de uno dialoga perfectamente con el del otro y esa reunión representa el gran motor cómico de la película. La separación, aunque se trate de un momento central en la comedia romántica, los aleja demasiado tiempo haciendo que el ritmo se resienta, y los amantes ocasionales (los permitidos en cuestión: Liz Solari y Benjamín Vicuña) no exhiben demasiada carnadura como para tomárselos en serio: Zoe es apenas una farandulera que vive de fiesta en fiesta, y Joaquín no pasa de una sátira sobre los actores comprometidos y que defienden causas. Por otra parte, los personajes secundarios, convención sine qua non de cualquier comedia, prácticamente no importan: ni la pareja amiga de Paula y Rama, ni el papá de Camila acompañan a los protagonistas, apenas si los siguen y aparecen de tanto en tanto para justificar giros narrativos; Piroyanski y Espósito tienen que hacer todo ellos y separados la cosa resulta todavía más difícil (para colmo, se desaprovecha a la madre de Mateo, que tiene una aparición breve pero fulgurante, con unas pocas líneas rápidas intercambiadas con la empleada que están entre lo mejor de toda la película).

La escena final certifica un cambio de registro: de la comedia del comienzo, romántica, casi de rematrimonio, se pasa a un grotesco que amontona desordenadamente la parodia (al cine, a otras comedias), la sátira (a la farándula, a los medios) y hasta un comentario sobre las la sociedad y las apariencias, como si la película creyera que no le alcanza con la historia que tiene entre manos y necesitara salir de su relato para hablar sobre el mundo, como si necesitara señalar la artificiosidad de la televisión o la impostación del ambiente del arte contemporáneo y sus festejantes, reírse del estereotipo del médico garca y del pibe chorro (una apuesta incorrecta y arriesgada para el cine argentino). Nada de eso está mal, pero Permitidos se abre a tantos intereses que descuida su punto de partida y a la pareja protagónica; la comedia, un complicado arte del tiempo y la oportunidad, se vuelve poco precisa en medio de ese desorden de ideas, de giros narrativos y de referencias a la actualidad.