Pequeños momentos de felicidad

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

Entre lo empalagoso y lo tierno

Alguna vez habría que hacer un censo de cuántos son los personajes en la historia del cine a los que, estando a las puertas de su propia muerte, alguna clase de milagro les brinda una segunda oportunidad, desde que George Bailey finalmente no salta del puente en ¡Qué bello es vivir! Dentro de esa lista se encuentra Paolo, el protagonista de la italiana Pequeños momentos de felicidad, de Daniele Luchetti. Acá el director romano toma prestada una serie de recursos y elementos que estaban presentes en la película de Frank Capra, con intenciones muy parecidas. Esto es: darle forma a un relato de alto octanaje emocional, al colocar al protagonista en una situación extrema que lo obliga a realizar alguna clase de racconto y/o balance vital, con el propósito de conseguir lo que se conoce popularmente como “una película inspiradora”. Todo eso forma parte de esta propuesta.

La película también adhiere a otros modelos genéricos del cine. Por ejemplo, forma parte de aquellas que retratan la vida pueblerina italiana y que, por lo general, transcurren en pequeñas ciudades o pueblos ubicados en las regiones insulares al sur de la bota mediterránea. Gran parte de la obra de Giuseppe Tornatore pertenece a este grupo, del que también forma parte Pequeños momentos de felicidad, cuyas acciones tienen lugar en la ciudad de Palermo. Luchetti explota fotográficamente el encanto paisajístico y arquitectónico de la capital siciliana, dándole por momentos ese aire de explotación turística que suele lastrar a muchas de las películas rodadas en Italia, incluso producciones extranjeras, que ambientan sus historias ahí para aprovechar la calidez de sus territorios y habitantes.

Con todo eso Luchetti cuenta la historia de un hombre común, quien luego de perder la vida en un accidente de tránsito y de un breve paso por el cielo, recibe la impagable oportunidad de regresar al mundo. Pero ese período de gracia será de solo 92 minutos, lo que dura la película, que Paolo deberá aprovechar para darle un mejor cierre a vínculos emocionales que no atraviesan por su mejor momento.

Narrada con humor inocente y tono melancólico, Pequeños momentos de felicidad se desarrolla a través de breves viñetas, a veces cercanas a un surrealismo psicoanalítico, que dan cuenta de la relación de Paolo con su esposa Agata, con sus dos hijos, con otras mujeres que han pasado por su vida y con sus amigos. Escenas que el montaje va conectando de forma a veces brusca, intercalando momentos del pasado con los de ese apurado presente en el que el protagonista trata de hacer todo a la vez. Suele decirse que justo antes de morir las personas ven pasar el relato de toda su vida y algo así es lo que consigue Luchetti a partir de ese particular diseño de edición. El resultado puede ser un poco empalagoso, pero también resultará tierno para quién logre conectar con esa emotividad al palo que la película propone.