Santiago Mitre es uno de los directores argentinos más reconocidos de esta época, y también el más arriesgado. Con cada una de sus películas demuestra su capacidad para ir más allá y desafiar cuestiones temáticas y cinematográficas. Pequeña flor es otra muestra de ello, con sus personajes en medio de una situación límite, pero a la vez resulta ser su creación más libre. Mitre parte de la novela de Iosi Havilio para indagar en un matrimonio de mediana edad que se las arregla para sobrevivir en un vecindario poco atractivo de Francia. Todo se complica cuando José (Daniel Hendler), dibujante argentino, pierde un importante trabajo. Lucie (Vimala Pons), francesa que habla más en español que su marido en francés, comienza a trabajar para que no falten ingresos. Él deberá quedarse en casa para cuidar a la hija de ambos, todavía bebé. Un cambio de vida para José. Hasta aquí, una interesante exploración del costado más realista de una relación conyugal, con el agregado del choque de culturas por la diferencia de nacionalidades. Y nunca deja de ser una historia de amor, en la que el protagonista deberá luchar por salir de una crisis. Pero desde el vamos hay un factor menos realista y más original: el narrador es el vecino (Melvil Poupaud), un dandy devoto del jazz (no podía ser de otra manera), con el que José entabla una particular amistad. De hecho, al final de cada encuentro, José lo asesina de las formas más variadas y truculentas, dignas de un psicópata experto. Pero el vecino siempre está ahí al día siguiente, como si nada, para hablarle de la buena vida y aconsejarlo con el fin de que pueda afrontar sus tormentos maritales. Cada rutina de crimen y resurrección aporta elementos de comedia negra y absurda, que rompen con la solemnidad y suman a la frescura. Al notable elenco principal se suma el siempre estupendo Sergi López. Aquí compone a un gurú especializado en terapia de pareja que incurre en métodos tan extravagantes como él mismo. Al estilo de un Julio Cortázar pasado de ácido, Pequeña flor cautiva tanto como deja pensando, y sirve como aperitivo para el próximo y muy prometedor film de Mitre: Argentina, 1985.
Las películas con base en la rutina diaria suelen tener dos tipos de públicos. El primero busca encontrar en la ficción un retrato que espeje sus vidas con pocas o nulas variaciones, pero siempre sacando una conclusión innovadora. El segundo no puede esperar al momento en que la cotidianeidad presente un nudo, un cambio abismal que ponga al personaje rutinario de cabeza. En el caso de Pequeña flor, Santiago Mitre incluye ambas facciones de espectadores en el mundo de José. Luego de perder su trabajo, el personaje interpretado por Daniel Hendler está a punto de quedarse encarcelado en la rutina agradable de cuidar a su hija cuando un exótico vecino cambia su forma de ver las cosas. José, que hasta el principio de la película es un hombre al que el trabajo le deja poco tiempo para sintonizarse con la rutina doméstica, con su esposa, con su hija y con la lengua de la Francia que habita, cambia cuando es interpelado por este vecino. El último es el completo antónimo de José: un hombre joven que disfruta sin vergüenza cada detalle que la vida le ofrece, especialmente su propia definición de rutina. De repente, Jose ejerce cierta acción contra su vecino que cambia el curso de las cosas, inclusive el género de la cinta. No vamos a dar detalles sobre el plot twist en cuestión, pero basta con decir que la escena generó múltiples exclamaciones de asombro en la sala. ¿Qué cosa puede ser más meritoria que sorprender a un cinéfilo en pleno siglo XXI? Y podríamos pasar párrafos enteros elogiando aquel giro brusco de la historia, pero la cinta no quiere que nos enfoquemos en eso. Prueba de ello es que el nudo de la trama recién mencionado no es profundizado, ni busca generar un desenlace propiamente dicho. En cambio, se hace rutinario. Se vuelve un elemento más de la linealidad de José, que gracias a su vecino consigue inyectar una dosis de innovación a su cotidiana existencia. A partir del hecho, hasta el espectador más entrenado en cintas fronterizas tendrá que agudizar el ojo para entender dónde está parado, ya que la película no se deja encasillar ni prejuzgar. Tampoco permite que un elemento de la trama se haga más importante que otro, decisión que deja al consumidor de cine convencional perdido en la neblina. Cabe destacar que lo último no es una equivocación, sino un logro. Hay una sola cosa que, como cuestionamos antes, es más meritoria que sorprender a un cinéfilo, y es la posibilidad de educarlo mediante un desafío. Aquello se logra mediante las recién mencionadas cintas fronterizas. Ellas son las que bordean dos o más géneros opuestos, sin inscribirse completamente en ninguno. Pequeña flor se apropia de las normas y reglas de lo real para hacerlas encajar en el más absoluto extrañamiento de las cosas. Y, aunque el procedimiento se arriesga a crear un rompecabezas encastrado a la fuerza, Santiago Mitre logra que lo poco común se haga familiar. Más allá de la trama fresca, la cinta destaca por sus otros puntos fuertes. Uno de los más importantes es su poder de generar identificación en lo que refiere a la vida en pareja cuando la atraviesa la maternidad. Acá es indispensable mencionar las excelentes construcciones de personajes de Daniel Hendler y Vimala Pons, que se complementan por sus diferencias. La música también hace su aporte reforzando lo visual, desde la que acompaña a los personajes hasta la que es protagonista, como la canción de Sidney Bechet. Este todo formado por la suma de sus partes que es Pequeña flor es más que recomendable para cualquier público, pero especialmente para aquel que quiera crecer como espectador.
Santiago Mitre construye una comedia negra que dialoga con la acidez de la vieja comedia francesa y con el cine de los Hermanos Coen, con la impronta argentina necesaria para generar identidad con el público local.
Lo nuevo de Santiago Mitre esta protagonizado por un Daniel Hendler caricaturista, padre primerizo y asesino. Una comedia con mucha sangre, sexo y francés subtitulado.
El reconocido director argentino, realizador de «El estudiante«, «La Patota» (entre otras reconocidas películas) presenta en esta oportunidad una coproducción entre Francia, Argentina, Bélgica y España que tuvo su paso por el Bafici 2022 y llega a las salas este jueves. El film es un relato desconcertante, arriesgado e impredecible. «Pequeña flor» es un adaptación libre de la novela homónima de Iosi Havilio, una comedia negra despojada de toda fórmula e irreverente desde su planteo y narrativa. La cotidianidad de una pareja que acaba de traer al mundo a su primer hijo, el desempleo que castiga a uno de ellos, el cambio de roles en la dinámica familiar, las terapias, la necesidad de desquitarse con alguien como rutina forman parte de este particular universo dirigido por Mitre y escrito por él junto a Mariano Llinás. Lucie (Vimala Pons) y José (Daniel Hendler) son los protagonistas de «Pequeña Flor». La química entre ambos actores es notable: componen un matrimonio que atraviesa una crisis y varias desventuras hasta que vuelven a reencontrarse, a reenamorarse. Dentro del frenético mundo de esta pelicula las escenas más íntimas son aquellas dónde ambos se encuentran, se miran, dialogan. Cómo si todo lo demás fuera accesorio a la relación de Lucie y José (¿Lo es?) El universo irreal, lúdico y hasta gore en Pequeña flor se narra en la relación que José mantiene con su excéntrico y adinerado vecino Jean-Claude (Melvil Poupaud), con quién construye un vínculo muy particular dónde la fatalidad como rutina se encuentra presente de modo recurrente, como un loop semanal que José vuelve a vivir con ansias y devoción. Otro de los personajes llamativos de la película es el terapeuta al que acude Lucie, Bruno (Sergie López), quien interfiere en la relación de la pareja y se convierte en una persona de total desagrado para José. Son varias las temáticas y los géneros que recorre Pequeña flor, y hasta puede resultar demasiado para digerir en una audiencia desprevenida. Resulta necesario tener en cuenta que hay que quitarse las ideas preconcebidas de la cabeza sobre lo real y lo imposible al ver este filme. Está claro que Mitre no apuesta aquí a las convenciones, se centra en los hechos, en la acción más que en la palabra. Visualmente la película tiene escenas de gran impacto, mientras que el guión se apoya en pequeñas e intensas escenas entre Pons y Hendler. Un film peculiar y arriesgado que sin duda no será fácil de olvidar para quienes se adentren en él.
El tedioso encanto de la rutina Con Pequeña Flor (2022), el realizador Santiago Mitre da un nuevo salto cualitativo, en una coproducción entre Argentina, Francia, Bélgica y España que narra un típico drama conyugal que da un giro fantástico y se asienta en la comedia negra para construir una trama tan divertida como inesperada. Basada vagamente en la novela homónima del 2015 del escritor argentino Iosi Havilio, el film narra el derrotero de un dibujante argentino radicado en Francia en pareja con una mujer gala. La trama comienza con la voz en off de un narrador omnisciente que relata la historia en pasado, voz que pronto se revelará como uno de los personajes centrales de la propuesta de Mitre. El traumático nacimiento de su primera hija, Antonia, en una escena de gran potencia narrativa, y la mudanza por trabajo a la ciudad industrial de Clermont-Ferrant, son el prólogo de uno más de los drásticos cambios en la rutina de José (Daniel Hendler), un modestamente exitoso dibujante que pierde su trabajo en una conocida empresa de neumáticos, por lo que Lucie (Vimala Pons), su pareja y madre de la niña, decide buscar trabajo en un periódico local para mantener a la familia. Mientras que José se encuentra en un impase de su carrera y con un bloqueo creativo, Lucie se sumerge en tareas demandantes y agotadoras que la alejan de su esposo y su hija. En esta nueva dinámica, el hombre logra una gran conexión con la bebé, situación que se contrasta con los problemas de la madre para relacionarse con la pequeña Antonia. En uno de sus impulsos, José decide plantar un árbol en el terreno enfrente de su casa pero su pequeña pala se rompe, por lo que decide emprender la difícil tarea de pedirle una pala a sus vecinos. Así conoce a Jean-Claude (Melvil Poupaud), un extrovertido fanático del jazz que lo abruma con sus ampulosos clichés franceses. Entre ellos comienza una extraña e inesperada rutina que iniciará una curiosa amistad. Con los roles invertidos, el depresivo y estancado José cobra nuevos bríos gracias a una situación sobrenatural que lo deja perplejo, mientras que la enérgica y vital Lucie se sume en el agotamiento laboral y la crisis marital y maternal, lo que la lleva a asistir a una terapia grupal alternativa con un gurú catalán, Bruno (Sergi López). Cuando el gurú invita a José a sus reuniones las cosas se salen de control y Lucie, sorprendida y conmocionada, abandona a su esposo, que redescubre su veta creativa en medio de la soledad y la catártica rutina de su relación con su vecino y Antonia. Al igual que la literatura de Havilio, el film de Mitre es un viaje narrativo hacia un territorio desconocido que sigue el camino de José y Lucie, una pareja que se va descubriendo como tal así como se halla en el rol de padres, que ambos conjugan con sus profesiones. Entre ambos hay un choque frontal representado por la negativa de José a mejorar su precario francés y la no aceptación de Lucie de esta situación, que se suma a la pérdida del trabajo del varón, la necesidad de salir a trabajar de la mujer y la consecuente búsqueda imposible de un equilibrio entre la vida personal y el trabajo, dilema que atraviesa toda nuestra existencia contemporánea. El cuarto largometraje de Santiago Mitre, y tal vez su film más salvaje hasta la fecha, es una adaptación libre de la quinta novela de Oisi, un monólogo interior vertiginoso del abrumado protagonista que homenajea el jazz más clásico de músicos como Sidney Bechet, cuya obra es escuchada una y otra vez por José y Jean-Claude, descubriendo en ella un significado oculto de la vida. La película, escrita por Mitre en colaboración con Mariano Llinás, con quien trabajó también en sus otras obras, El Estudiante (2011), La Patota (2015) y La Cordillera (2017), también tiene una escena en un recital del popular cantante francés Hervé Vilard, que interpreta su canción más conocida, Capri c’est Fini, en una escena de este film que mantiene el equilibrio entre el costumbrismo, la comedia negra y la fantasía. Al igual que las composiciones de jazz, la trama es enrevesada y llena de idas y vueltas pero tiene una estructura definida, un eje sobre el que giran los personajes, la rutina de la vida en pareja. Las relaciones entre los personajes remiten así a la filosofía estoica del eterno retorno, una repetición cíclica de todas las instancias de la vida al infinito, situación que se encuentra en el argumento principal de la propuesta y en todos los detalles de la obra. La música, a cargo del compositor argentino Gabriel Chwojnik, remite más al terror y al thriller que a otro género, resaltando la decisión narrativa de Mitre y Llinás de situar al film en el peligroso equilibrio de géneros, el cual funciona gracias a las expresivas actuaciones de todo el elenco y la gran pericia narrativa del realizador, que más allá del talante de la obra le imprime a sus películas un sello autoral de corte clasicista, especialmente apreciado en La Cordillera pero también presente en La Patota y El Estudiante. La fotografía de Javier Julia, con quien Mitre ya había colaborado precisamente en su opus anterior, también es responsable de este tono clasicista. Mitre y Llinás crean aquí un film de escenas atrapantes e hipnóticas, llenas de expresividad, ampulosas y desafiantes, donde los actores se lucen. En Pequeña Flor también hay juegos alrededor de los choques de idiosincrasias y de la percepción que los argentinos tienen del mundo y viceversa, generando gags muy graciosos que se combinan con la Nouvelle Vague y la estética fantástica rioplatense de la literatura de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar en un híbrido abigarrado tan peculiar como maravilloso que acentúa las diferencias y los vínculos de las culturas argentina y francesa. Pequeña Flor es una película lúdica y plena en libertad creativa sobre la imperiosa necesidad que tenemos los seres humanos de construir rutinas, para luego romper con ellas en catárticas explosiones e iniciar nuevamente el proceso de adaptación a una nueva rutina en una dinámica de sístole y diástole entre ruptura y estabilidad que es la base de la fluidez de las relaciones sociales. La trama de la novela de Oisi y de la película de Mitre oscilan en torno a esta temática del eterno retorno de lo mismo que acontece durante la vida y la historia humana para presentar un relato sobre la tensión entre resistencia y aceptación ante la rutina, cuestión que atraviesa universalmente la vida en todas sus formas.
La película de apertura del BAFICI 2022 llega ahora a las salas comerciales. Un plato fuerte que, con mucha personalidad, sigue explorando ciertas ideas presentes en la obra de su director, pero quizás llevadas hacia un lugar un poco más experimental e intrigante que en sus relatos anteriores. «Pequeña Flor» o «Petite Fleur», ya que se trata de una coproducción con Francia, es el más reciente trabajo de Santiago Mitre, director de «El Estudiante» (2011), «La Patota» (2015) y «La Cordillera» (2017). Tras tres films aclamados por la crítica, Mitre se despacha con una obra bastante más experimental y diferente a sus trabajos anteriores que propone justamente de una manera más anárquica, enfocarse en ciertas cuestiones. El largometraje está basado en una novela de Iosi Havilio, adaptada por el mismo Mitre y Mariano Llinás. En ella se cuenta la historia de José, un ciudadano argentino (Daniel Hendler) que recientemente se radicó en Francia junto a su pareja Lucie (Vimala Pons), con quien tiene una hija recién nacida. La pareja parece tener ciertas diferencias en sus personalidades y en sus formas de enfrentar la vida, cuestión que los lleva a discutir muy seguido. José pierde su trabajo como historietista y al no hablar demasiado francés, se queda en el hogar con su hija mientras que Lucie, que recibe una oferta laboral, comienza su nuevo trabajo. José parece verse enfrascado en una rutina que lo tiene intranquilo pero que tampoco sufre demasiado, comienza a investigar su barrio y conoce a su nuevo vecino (Melvil Poupaud). Tras el encuentro con este excéntrico y acaudalado personaje, fanático del jazz y coleccionista de memorabilia vinculada a dicho género musical, ambos tienen una suerte de disputa en la cual José termina matando a su vecino. No obstante, al día siguiente el mismo parece estar sano y salvo en su domicilio. A partir de allí José entrará en una especie de loop surrealista donde la rutina se combina con lo fantástico. Mitre parece aglutinar varias ideas, o incluso varias películas en una. Por un lado, tenemos una comedia negra al estilo de «Very Bad Things» (1998), donde ocurre un asesinato donde el/los protagonistas tienen que ver cómo afrontar las consecuencias. Por otra parte, tenemos un drama familiar donde la mujer parece lidiar con cuestiones como depresión post-parto, crisis existencial y distintas formas de afrontar la convivencia (ella es muy inquieta y extrovertida, le gusta salir durante la semana, mientras que él parece ser un conformista que disfruta de la tranquilidad y la rutina) e incluso la vida. Y finalmente, un relato de misterio con toques de fantástico donde tenemos un crimen que parece no suceder y llevarse a cabo infinidad de veces (¿o acaso se trata de algo que sucede en la mente del protagonista?). Como sea, el director se las ingenia para yuxtaponer sus diferentes ideas en un relato irreverente sumamente entretenido, con varias capas para dejar a la interpretación y del cual el espectador no podrá sacarle la mirada desde principio a fin. La obra funciona un poco como la música (especialmente el jazz, con la pieza compuesta por Sidney Bechet que le da nombre al título del film) con su estructura compleja y llena de cambios de ritmo. De una forma similar funciona «Pequeña Flor», un film con varias caras, como las del protagonista que descubre su catarsis en los encuentros con su vecino llenos de violencia y desenfreno, para luego intentar recomponer su pareja. Dejarse llevar por el relato (y la experimentación), sus personajes y sus comportamientos parecen ser la clave para disfrutar la película incluso ante algunos reparos que uno pueda llegar a hacerle.
El cuarto filme del director Santiago Mitre, es la traslación de la novela homónima del escritor argentino Iosi Havilio, como siempre sucede es la visión que le desplegó el texto al guionista y al director, claro. Se podría decir que parte de lo narrado se desprende del afiche con que se promociona en Argentina, pero casi nadie recuerda el afiche mientras ve el filme, me parece. La película cuenta la historia de Jose (Daniel Hendler), un dibujante argentino, rosarino para ser mas preciso, que va a vivir a Francia y establece una relación de pareja con Lucie (Vimala Pons). Narrada en off por Jean Claude (Melville Poupaud), uno de los personajes importantes dentro de la trama, abre con el trabajo de parto de Lucie. Posiblemente la mejor escena.
Pequeña flor es un relato que transita el policial desde la comedia negra, coquetea con la Nouvelle Vague y tiene, “una levedad lúdica, juguetona” según la describió a este cronista Santiago Mitre. La película es un pensado aparato cinéfilo, con un protagonista (Daniel Hendler) desenfocado, por su propia historia pero sobre todo por el lugar en donde le toca vivir, una ciudad de provincias en el llamado Macizo Central francés, con una hija recién nacida, una esposa (Vimala Pons) tan desorientada como él y claro, un sofisticado y odioso vecino (Melvil Poupaud), el centro gravitacional de una historia que se repite como la ya mítica Día de la marmota pero en clave gore -con una sucesión de muertes que tienen una sola víctima-, tan absurda como fantástica y coherente con el universo que plantea la película. No es casual que el filme, basado en el libro “Pequeña flor de Iosi Havilio, tenga guion del propio Mitre junto a Mariano Llinás, que con Historias extraordinarias (2008) se empeñó en que la provincia de Buenos Aires bien podía ser el territorio de aventuras propias de lugares más “cinematográficos”. En ese sentido, del aburrido interior francés surgen personajes fuera de lo común, capaces de generar situaciones extraordinarias, también violentas e ilógicas, pero que paradójicamente, se convierten en elementos imprescindibles para volver a enfocar al protagonista y a su pareja, porque en definitiva de eso se trata, de una historia de amor que retoma toda su gloria después de una aplastante rutina. PEQUEÑA FLOR Petite fleur. Francia/Argentina/España/Bélgica, 2022. Dirección: Santiago Mitre. Intérpretes: Daniel Hendler, Vimala Pons, Melvil Poupaud, Sergi López y Françoise Lebrun. Guion: Santiago Mitre y Mariano Llinás, basado en la novela de Iosi Havilio. Fotografía: Javier Juliá. Edición: Alejo Moguillansky, Andrés Pepe Estrada y Mónica Coleman. Música Gabriel Chwojnik. Distribuidora: Trapecio Cine. Duración: 98 minutos.
Del director Santiago Mitre, reconocido por "El Estudiante", "La Patota" y "La Cordillera" llega a los cines su última y provocativa película llamada "Pequeña Flor" o "Le Petite Fleur", título más propicio porque el elenco y el idioma que prevalece es más francés que argentino. Basada en la novela de Iosi Havilio, el film con guion del propio Mitre junto a Mariano Llinás, relata la historia de José (gran trabajo de Daniel Hendler), un caricaturista argentino que vive en un pequeño pueblo de Francia y que se queda sin trabajo tras convertirse en padre de Antonia, por lo que su mujer Lucie (Vimala Pons), decide salir a trabajar. Los días de José y su pequeña beba son similares, comida, siestas y paseos. Un día, en el que está arreglando el jardín y necesita una pala, decide tocar el timbre de su vecino Jean-Claude (Melvil Poupaud), un excéntrico amante del jazz que envuelve con charlas, música y vino a José en sus visitas, cada vez más frecuentes. Nace una amistad entre ellos, con la extrañeza de que al final de cada reunión José asesina de las formas más variadas y truculentas a Jean-Claude, una y otra vez. Estos hechos transforman el carácter y la personalidad de José, haciendo que su vida rutinaria se transforme en una alocada aventura cada vez que toca el timbre de la casa lindera. Lo mejor que tiene Pequeña Flor es que logra sacar al espectador de su zona de confort al no ser la típica historia del argentino en el extranjero. El film abre un interesante abanico de temas: la paternidad, el sexo, la amistad, las crisis de pareja y el amor. Hay gratas sorpresas como la participación de Sergi López como Bruno, un gurú que encabeza el grupo de autoayuda al que acude Lucie ante los cambios que le toca atravesar. Oscura, audaz, atípica, sorpresiva, con elementos fantásticos y con un excelente y multicultural elenco, Le Petite Fleur es de esas pocas películas inteligentes que incomodan.
Una película distinta de Santiago Mitre (“La cordillera”, “El estudiante”, “La patota”) que abandona un cine social y político para meterse de lleno en una comedia negra muy irreverente, de un gran atractivo, con un gesto creativo de absoluta libertad. El director escribió el guión con Mariano LLinás, basado en la novela de Iosi Navillo y la realizó en Francia con un elenco internacional. Son muchos los temas que aborda. La primera crisis seria de un matrimonio joven, la relación con los hijos, que ocurre con los roles familiares, el descubrimiento de otros mundos, la incomodidad con respecto a las vocaciones, los celos, la rutina mediocre, las diferencias culturales y de origen. Pero lo que irrumpe para sorpresa del espectador es la sangre, el asesinato, la muerte en una repetición continua, con un resultado liberador y creativo. No conviene contar más sobre un argumento que sorprende, incomoda y divierte al espectador con ideas no convencionales de oscura comicidad, con detalles muy especiales de música y un desenlace particular. Cuenta con un elenco variado y talentoso: Sergio Hendler, Vimala Pons, Melvil Poupaud y Sergi Lopez.
"Pequeña flor", de Santiago Mitre: pánicos y deseos. La clave de que la cuarta película del director de "El estudiante" funcione tan bien es la sensación de realidad, superpoblada de acontecimientos que no suelen ser reales. “La historia que cuento es la de mi asesino”, dice la voz en off al comienzo de Pequeña flor, la nueva película de Santiago Mitre (El estudiante, La patota, La cordillera), siempre con guion propio y de Mariano Llinás. “La de mi asesino múltiple”, podría haber especificado Jean-Claude, que de él se trata. Jean-Claude es francés pero vivió unos años en Argentina, por lo cual en cuanto José le cuenta que es rosarino él pregunta, en el más perfecto porteño, “¿Ñuls o Central?” José es su vecino de al lado, que vino a pedirle una pala y terminará haciendo un uso poco ortodoxo de ella, justificadamente harto de los aires de superioridad del tipo que repite “Pero che, boludo…”. Es la primera vez que José asesinará a Jean-Claude, no será la última. Si no fuera porque todo es igual que en la realidad, se diría que Pequeña flor es la larga fantasía, el sueño despierto del protagonista, que sublima así la crasa realidad de haber perdido su trabajo y tener que quedarse en casa, al cuidado de la bebé que Lucie, su esposa francesa, acaba de dar a luz. El título en inglés de Pequeña flor, basada en la novela homónima de Iosi Havilio, es 15 maneras de matar a tu vecino. La clave de que la cuarta película de Mitre funcione tan bien es la sensación de realidad, superpoblada de acontecimientos que no suelen ser reales. Por supuesto que también es clave que esté enteramente narrada desde el punto de vista de José. Pero eso es inevitable para que todo el andamiaje de Pequeña flor no se caiga estrepitosamente. Si el corte entre realidad y fantasía fuera tan evidente como el que José (Daniel Hendler, el actor perfecto para este papel) practica sobre su némesis (un exuberante Melvin Poupaud) con una sierra eléctrica, si los acontecimientos no se vivieran como reales, sería imposible experimentar la sensación de disparate, de desmesura, de locura, que tiene lugar a partir del momento en que José asesina por primera vez a su insoportable vecino. Si Pequeña flor estuviera planteada como una fantasía lisa y llana seria aburridamente igual a sí misma, no se vería quebrada por disrupciones que mueven al desconcierto, la incomodidad y la carcajada, como el momento en que José taladra el cráneo de su vecino. Como un proyeccionista, José proyecta para sí mismo pánicos y deseos. Como diría Llinás, la historia (y esta es una película que cree en contar historias, en desarrollar una trama) es así. José, dibujante, creó un personaje que se hizo enormemente popular, un huevo “infame” llamado Cucú. Para ganarse la vida trabaja como diagramador. Lo echan del trabajo, poco después de que Lucie (la francesa Vimala Pons, en la actuación más extraordinaria que haya dado el cine en lo que va de la década) diera a luz a Antonia o Antoniette. El mismo día Lucie consigue empleo como periodista, por lo cual deberá ser José quien se quede en casa para darle la papilla a la bebé. Allí viene lo de Jean-Claude y la pala. En uno de tantos ataques al cliché que la película emprende, Jean-Claude, cuyo trabajo consiste en “ayudar a los empresarios a bajar la calidad, evadir, despedir”, presenta el aspecto de un gigoló (gomina, bigote anchoíta, pantalones color crema) y es un verdadero enfermo del hot jazz que escucha una y otra vez, hasta el hartazgo, el tema que da título a película y novela. Cuando Jean-Claude desaparezca de escena hará su entrada una segunda figura de autoridad, la del psicólogo-chamán Bruno Rodríguez (Sergi López, sensacional), que incita a Lucie a masturbarse en medio de la sesión de terapia grupal. Al compás de su protagonista, cuyo único y largo grito desesperado es la desesperante fantasía que produce para sí mismo, Pequeña flor es reprimida y angustiada, ahogada y salvaje, contenida y desatada, ridícula y distorsionada. En términos narrativos es de una valentía, un desborde, un gusto por el caos controlado que el timorato cine contemporáneo parece haber abandonado para siempre. Todo está en estado de gracia aquí. Sobre todo unos personajes, unos actores, que dan de sí lo máximo y un poco más. Esa es la medida de Pequeña flor: todo el tiempo un poco más. Mucho más.
Lo interesante de 'Pequeña flor' es que no tiene una referencia directa con nada. Tampoco se refleja en un solo género porque en sí misma es un mix de estilos. Toma pocos y sutiles recursos de cada uno de sus creadores para tener identidad propia. Entonces se basa en la novela 'Pequeña flor' de Iosi Havilio, se configura en un guion bajo la impronta de Mariano Llinás ('La flor', 'Historias extraordinarias') y Santiago Mitre ('La patota', 'La cordillera'), y se redefine por la dirección de este último; más el código actoral ciento por ciento argento de Daniel Hendler y la muy grata sorpresa de su coprotagonista francesa, Vimala Pons. Una unión de caracteres exitosa que, prejuiciosa y erróneamente, a priori despertaría algún gesto de incredulidad. PERFILES 'Pequeña flor' nos sitúa en una ciudad poco brillosa y bastante lúgubre de Francia, donde José (Hendler), padre primerizo y dibujante recientemente echado de su trabajo, se encarga del cuidado de su hija y de los quehaceres del hogar; mientras que su mujer Lucie admite su incapacidad para asumir la maternidad y sale a trabajar. El, argentino y con un francés bastante tosco; ella, nativa y con dominio absoluto de ambas lenguas. El, trabado con su vida social y con una conexión plena con su hija; ella, con vínculos sociales aceitados y su intimidad con la suavidad de una lija. El trinomio Havilio-Llinás-Mitre hace una primera parte lógica, entretenida y sagaz, hasta que en un segundo giro -el primero es cuando la pareja invierte sus roles hogareños- plantea la confusión. Ahí el filme toma otro rumbo y sella su código diferencial e inédito. Se comienza a planear por la fantasía, esa que tanto caracterizó a la literatura de Julio Cortázar y Leopoldo Lugones, y cuando se logra descifrar lo que se quiere contar, como espectadores volvemos al eje. Una turbulencia aceptada y hasta gozosa, sobre todo por las buenas actuaciones del reparto, con actores como Melvil Poupaud y Sergi Lopez como figuras. Siempre en una trama que oscila entre el francés y el español. 'Pequeña flor' pareciera negar su ADN nacional, pero no por querer ser un filme pretensioso con aspiraciones de alto hándicap, sino porque es con esa falsa modestia y su lenguaje ambiguo que conquista con sintonía plena.
Adaptación libre de la novela homónima de Iosi Havilio en la que un hombre en crisis, desempleado y al borde de la locura encuentra en la ¿fantasía? la manera de evadir la realidad. Una de las películas más originales y potentes del año. Santiago Mitre vuelve a demostrar su capacidad para dirigir y explorar el soporte.
El cine de Santiago Mitre estaba claramente atravesado por el discurso político tal como lo muestran sus tres primeros trabajos “El Estudiante”, “La Patota” y “La Cordillera”. Sorprende entonces, muy positivamente la llegada de “PEQUEÑA FLOR”, como un aire fresco y revolucionario para su cine: la adaptación cinematográfica –muy libre- de la novela de Iosi Havillo que le permite desestructurarse por completo, jugar libremente con los géneros y sumergirse, inclusive, en el terreno fantástico. Su presentación oficial ha sido como película de apertura en la última edición del BAFICI, teniendo ahora su estreno comercial en salas. Parte de la “culpa” de esta revolución creativa es la inquieta participación en el guion de Mariano Llinás, un amante de quebrar todas las estructuras narrativas, experimentar, innovar y dejar fluir las historias sin adherir a ningún género en particular. Es así como esta adaptación de la novela narrada en un tirón (un solo párrafo como una gran diatriba interna del protagonista) arranca como la historia “tradicional” de una pareja que enfrenta una profunda crisis. Por un lado, la crianza de su bebé frente a la pérdida de trabajo del personaje protagónico (José) a cargo de Daniel Hendler. Por el otro, la sensación de vivir en el desarraigo –la pareja vive desde hace un tiempo en Clermont-Ferrand, Francia-, con un José ajeno a esa ciudad, balbuceando un idioma que apenas conoce y teñido de esa otredad de lo que le es completamente ajeno. La paternidad, el mundo del trabajo, el poder detentado en la pareja por los ingresos económicos, la incomunicación, el choque de culturas y la incertidumbre, son algunos de los temas que se presentan en esta introducción donde, una comedia agria centrada en la crisis de pareja, rápidamente dará varios giros que modifican abruptamente el tono de la película, cambiando diametralmente de registro, invitando al espectador a efectuar un recorrido diferente a lo que parecía proponer en un inicio. Previamente, una voz en off ya nos ha advertido que el eje de la historia no es estrictamente lo que vemos. Esa voz es la del excéntrico vecino, amante del jazz, al que José visita para pedirle prestada una pala. No sabremos ni cómo sucede, pero lo cierto es que el vecino termina con la pala clavada en el cuello, tirado en el piso con un enorme charco de sangre a su alrededor. Lo que pareciera tornarse en una típica película de suspenso, entra rápidamente en el terreno de lo fantástico cuando al día siguiente José se cruce con su vecino y, a partir de ese momento, todos los jueves ensaye las mil y una formas –a cuál más violenta- de deshacerse de él, dando rienda suelta a su instinto más animal, a su costado más psicópata. Y al día siguiente (como una versión sombría y sanguinaria de “Groundhog Day / Hechizo del tiempo”) el vecino estará nuevamente allí, disponible para seguir aconsejándolo sobre la buena vida y la recomposición de su pareja. Los asesinatos, cada vez más crueles, más violentos y también más absurdos, serán acompañados de una resurrección cotidiana que permitirá un nuevo encuentro. Y es en este delirio donde Mitre se mueve cómodamente en la mixtura de géneros y de giros inesperados, con momentos que tienen tonos de comedia pero también bordean lo bizarro y lo visceral del gore. “PEQUEÑA FLOR” aún en su propuesta distópica, mantiene siempre el ritmo de thriller (psicológico) contenido en un clima fantástico que nunca suelta. El José a cargo de Daniel Hendler se muestra muy dispuesto a ese juego propuesto junto al vecino, que compone Melvil Poupard (el inolvidable Laurence de “Laurence Anyways” de Xavier Dolan) y juntos hacen una excelente dupla para llevar adelante el tono travieso y lúdico de este nuevo Mitre junto con una notable intervención de Sergi López. Sólo algunas escenas entre Vimala Pons (en el papel de la pareja de José) y Hendler no logran la química esperada, donde aparentemente el límite del idioma juega una mala pasada, pero no impiden que el espíritu de juego que se libera en “PEQUEÑA FLOR”, haga de este trabajo una muy digna incursión de Mitre en otras texturas.
El filme comienza presentándonos a José (Daniel Hendler), un rosarino que vive con su pareja Lucie (Vimala Pons) y su hija de apenas algunos meses de edad. José es dibujante, vive de eso, pero sus dibujos también son un medio para expresar y canalizar todo lo que le pasa y le aqueja. Las diferentes situaciones que irán aconteciendo en los primeros minutos evidenciarán que la pareja está pasando por un momento del crisis por temas laborales, a lo que se le suma el hecho de ser padre y madre por vez primera y que a José le está costando bastante adaptarse a su nueva vida en una ciudad de Francia.
Sobre las desventuras de un dibujante rosarino La vida mundana, la construcción y el sostenimiento del amor en clave de humor negro son algunas de las pautas que toma Santiago Mitre para la estructuración (si es que tan severa definición aplica) de la historia que busca narrar con Pequeña flor, producción que, tras su paso por la última edición del Bafici como película de apertura, llega ahora a las salas comerciales. ¿Dónde empieza la fantasía y dónde la realidad? Es una pregunta que ocasionalmente todos nos hemos hecho alguna vez, en la noche de más febril imaginación, en los momentos más raros de la vida. Ese es el guante que los personajes utilizan para recorrer en una París muy diferente, fuera de la idea turística que todos tenemos en la mente. Daniel Hendler y Vimala Pons hacen una excelente pareja y, aunque parezca una obviedad, es la química una de las cuestiones más importantes en la elección de los integrantes de un elenco. El trío protagonista se completa con Melvil Poupaud, el excelente actor francés que juega las risueñas (y sangrientas) escenas con Hendler. Adaptación de la novela de Iosi Havilio, Pequeña flor fue guionada por Mariano Llinás junto al propio director, quien permita que se haga presente todo lo que implica el recorrido de los diferentes géneros que atraviesan el film; y es el que hace que el relato funcione con las particularidades de las que se apropia. Para el espectador en busca de una película novedosa y entretenida, Pequeña flor es una opción perfecta a la hora de ir al encuentro de algo distinto y valioso en lo estético en el momento de decidir una nueva cita con la pantalla grande.
APOCALÍPTICO E INTEGRADO Luego de sus comienzos en el ala independiente del cine nacional, Santiago Mitre se hizo camino por el centro de la industria en películas que no dejan de pensarse desde un lugar autoral: así son La patota y La cordillera, y así intuimos que será Argentina, 1985, su próxima gran producción con Ricardo Darín en el protagónico, como el fiscal que enjuició a los altos mandos militares en la renovada e incipiente democracia nacional. La trayectoria profesional de Mitre parece sincronizada y organizada, como lo son las puestas en escena milimétricas de sus películas. Por ese motivo, un film menor como Pequeña flor luce como una saludable anomalía: una comedia negra con elementos fantásticos que descree de las explicaciones y que avanza sin miedo al ridículo, creando en ese movimiento un universo decididamente propio. Es, por esos motivos, también una propuesta inusual para el cine argentino. Pequeña flor tiene como protagonista a José (Daniel Hendler), un dibujante argentino, que vive en una pequeña ciudad francesa junto a su esposa (también francesa, Vimala Pons) y la pequeña hija recién nacida. Y a quien un cambio en su situación laboral y la obligación de quedarse en casa a cumplir los roles que hasta ese momento cubría su mujer, lo introducen en un plano existencialista donde los efectos de la alienación se hacen evidentes por medio de un giro truculento: un día, yendo a pedir una pala a un vecino, lo termina asesinando sangrientamente. Pero lejos de meterse en los territorios del policial (aunque los merodea un rato), el film de Mitre se tira de cabeza a lo fantástico, aunque no termine de plantearlo en esos términos. Porque José descubre al otro día que su vecino está vivito y coleando, y porque la instancia criminal se repetirá hasta extremos grotescos (hay asesinatos con motosierras y taladros), sin que la película se convierta en una de loop temporal. Hay una situación que se repite mecánicamente (el asesinato), pero el mundo que rodea al protagonista continúa su lógica espacio-temporal de días que se suceden sin alterarse. Ese balance entre lo irreal en un envoltorio realista es lo que vuelve a Pequeña flor mucho más resbaladiza y esquiva a las interpretaciones. Producida por nuestro país junto Francia, Bélgica y España, y basada en una novela de Iosi Havilio adaptada por Mariano Llinás y el propio Mitre, la película toma a favor el tema de la coproducción para jugar con los quiebres lingüísticos y con la distancia que existe entre un extranjero y un entorno con el que no logra comunicarse del todo. Ese extrañamiento lleva a situaciones extremas, como la subtrama del terapeuta interpretado por Sergi López, que además se vincula con ideas anteriores del cine de Mitre, como aquella de la sesión de hipnosis a la que sometían a la hija del presidente en La cordillera. Si esa idea no hacía sistema dentro de un film tan críptico como demasiado derivativo, aquí luce ajustada a una estructura que se vale de esa extrañeza para seducir al espectador y llevarlo constantemente de la nariz. Y, más aún, fricciona con la idea final, donde la mirada sobre la rutina es tan curiosa como irónica para repensar un regreso de la pareja a instancias mucho más conservadoras y tradicionales. Pequeña flor no se asume como tal, sino que se burla un tanto de ese caos interno de los relatos psicológicos para ordenarlo por el lado del disparate. No deja de ser una vuelta de tuerca interesante sobre los conflictos de la burguesía y sus represiones de toda índole, mientras hace gala de una ligereza saludable no solo para el cine nacional sino incluso para la filmografía del propio Mitre.
Un matrimonio no tan normal. Pequeña flor es una coproducción entre Argentina y Francia, que abrió la última edición del BAFICI. Está protagonizada por Daniel Hendler y dirigida por Santiago Mitre. Además de contar con un elenco de figuras de diferentes países, como la hindú Vimala Pons, el catalán Sergi López, y los franceses Melvil Poupaud y Françoise Lebrun, entre otros. La historia, adaptada libremente de la novela homónima de Iosi Havilio, se centra en José (Hendler), un argentino que vive en Francia, y cuyo matrimonio entra en crisis cuando es su mujer quien sale a trabajar, mientras él se queda en su casa al cuidado de su hija. Pero accidentalmente descubre que cuando asesina a su vecino Jean-Claude, este no sólo revive al día siguiente, sino que mejora su relación conyugal, motivo por el que empieza a hacerlo de diversas maneras. En primer lugar, es necesario aclarar que, si bien esta película aborda una temática completamente diferente al del resto de la obra de Santiago Mitre, mantiene el mismo problema en cuanto a su estilo narrativo. Que es el desorden que genera abarcar demasiados temas, con un resultado desparejo, en el que pueden apreciarse escenas geniales, como la del baile con el picahielo, que quedan descolgadas del resto de la trama en la que se desaprovechan una gran cantidad de ideas ingeniosas. Un párrafo aparte merece Daniel Hendler, que una vez más interpreta a un antihéroe, que funciona como nuevo ejemplo de la clase de personaje en las que está encasillado desde el comienzo de su extensa carrera, y que atraviesa el mismo problema que su Ariel Perelman en Derecho de familia (Daniel Burman, 2006). Pero que su director saca provecho haciéndolo hablar tanto el castellano como el francés con acento porteño para mostrar el desarraigo que experimenta su personaje, y que lo diferencia de su antagonista Bruno Rodríguez (López), quien oculta su origen catalán en su verborragia con acento parisino. En conclusión, Pequeña flor es una película que, al igual que tantas otras, cuenta una historia de crisis matrimonial. Pero se diferencia de la mayoría por la incorporación del humor negro y el realismo mágico en su trama desordenada, que no termina de aprovechar las buenas ideas, y se queda únicamente con algunos momentos felices desconectados del resto.
Híbrida flor. Es curioso cómo Mariano Llinás se ha mostrado sagaz y lúdico cuando dirigió sus propios guiones (al menos los de Historias extraordinarias y La flor), mientras que cuando participa como guionista en películas de Santiago Mitre prima la sensación de prometerle al espectador algo que finalmente no se cumple del todo, de barajar elementos provocadores sin saber mucho qué hacer con ellos, de plantear diálogos y situaciones que no conducen a ningún debate fértil. Ocurría en la remake de La patota (2015), en La cordillera (2017) y se repite ahora en Pequeña flor (habrá que ver qué sucede con Argentina, 1985). Lo novedoso aquí es que Mitre se diferencia de sus anteriores películas –dramas sobre problemáticas sociales que parecían alentar la discusión, incluyendo la sobrevalorada El estudiante (2011)–, proponiendo (tomando como punto de partida una novela de Iosi Havilioun) un relato de humor negro con ribetes fantásticos, pero el resultado sabe a poco. Una vez más, vale preguntarse qué quisieron contar Mitre y Llinás: si su propósito fue acercarse a la comedia o al terror, cuesta encontrar buenos gags y sobresaltos ante alguna forma de horror, y si se apostó al disparate, vienen a la memoria películas superiores como De repente, el paraíso (2019, Elia Suleiman). La acción transcurre en una pequeña ciudad francesa y los principales personajes son un dibujante (Daniel Hendler, logrando una vez más empatizar con los espectadores con recursos propios), su hiperquinética mujer (Vimala Pons, a quien tal vez algunos recuerden como la pareja del ex marido de Isabelle Huppert en Elle, de Verhoeven), la beba de ambos, un sinuoso vecino amante de los buenos vinos y la música (Melvil Poupaud, aquel jovencito de Cuento de verano, de Eric Rohmer), y un estrafalario gurú (el español Sergi López, visto en Rifkin’s festival, Lázzaro felice, El laberinto del fauno y muchas otras). Los enredos se suceden cuando el primero pierde el trabajo, su esposa consigue rápidamente uno que no le gusta, el vecino aparentemente muere por un accidente y el chamán involucra a la pareja central en los absurdos ejercicios de su terapia. Ahora bien: ¿los incidentes provocados por las necesidades o exigencias de un bebé, o la idea narrativa de un hecho repitiéndose como en loop, no se han visto en cine antes y mejor? Que el (supuestamente) asesinado sea quien cuente la historia en off, o que el principal personaje femenino confiese que necesita masturbarse con frecuencia ¿bastan para provocar la risa? No resulta muy comprensible que el ilustrador empiece de pronto a garabatear dibujos ligeramente obscenos o que una amable vecina aparezca a ofrecerse para cuidar a la niña y prepararles comidas. Se podrá decir que Pequeña flor es sobre los pensamientos, deseos y temores que asaltan a un hombre inseguro por distintas circunstancias, pero aun así el conjunto luce disperso, como si por momentos todos se sintieran impulsados a divertir sacudiéndole la solemnidad a eventos delicados, como un parto o un asesinato. Cuando Pequeña flor da un poco de respiro en medio de las gesticulaciones, evidencia esmero formal –en la composición de algunos planos y el buen uso de los exteriores, o por ejemplo en la irrupción en la casa de la vecina cubierta de plantas–, tendiendo a lo que podría verse como un cuento quizás mágico, sin dudas macabro. Finalmente, algunas de sus características recuerdan a Competencia Oficial (Cohn/Duprat), estrenada este año: varios actores extranjeros, vistosas locaciones en las que no aparece nada representativo de nuestro país, chistes sin brillo. En el film de Mitre lo argentino apenas asoma (Hendler es rosarino y le hablan de las islas del Paraná, pero casi no habrá en el transcurso del film otra referencia a nuestra gente o nuestra historia), las palabras en francés lo dominan hasta ocupar incluso el título en algunos afiches, y la petite fleur no es el ceibo ni el irupé litoraleño sino un tema compuesto por el músico estadounidense de jazz Sidney Bechet (además de un posible guiño a la flor nada pequeña de Llinás, la película antes mencionada). ¿Será así el cine argentino de calidad que empezaremos a ver de ahora en más? El problema, desde ya, no son las coproducciones con actores de otros países, sino que, a diferencia de las que hizo Torre Nilsson en los ’60, o de algunas dirigidas décadas después por María Luisa Bemberg, Fernando Pino Solanas o Edgardo Cozarinsky, en éstas lo regional o latinoamericano –con sus matices, sus problemas, su bagaje cultural– se diluye a favor de una lustrosa e insustancial hibridez.