Pequeña flor

Crítica de Ignacio Dunand - El Destape

Un viaje alucinógeno entre la fantasía y la comedia negra

Santiago Mitre explora los múltiples cruces que surgen de la mezcla del género fantástico, las historias de amor y la comedia negra, y ofrece un cuarto largometraje que recupera una frescura creativa que yacía dormida desde la excelente El estudiante (2011).

Pequeña flor es una historia inquieta que hace de la mixtura de géneros (es una comedia negra encapsulada en un drama amoroso, con un subrayado componente fantástico) un sello de originalidad puro que brilla por sí solo. La adaptación de la novela de Iosi Havillo -guionada por Mariano Llinás y Santiago Mitre, y dirigida por este último- es endiablada, salvaje y divertida, a la par de que sufre marcados altibajos en el ritmo de la historia.

José (Daniel Hendler) es un padre primerizo que acaba de mudarse a Francia para criar a su hija recién nacida junto a su mujer (Lucie Vilmala Pons). Un día sin saber por qué, asesina a su nuevo vecino (Melvil Poupaud). A los pocos días su vecino está ahí como si nada. No ha muerto. José entonces, decide ponerse a prueba, y vuelve a asesinarlo. El acto se repite incansablemente y mientras José descarga sus frustraciones en la carne, su matrimonio empieza a resquebrajarse por amenazas externas que alteran el orden de su vida.

En el comienzo Mitre plantea un escenario donde la magia domina las reglas del juego y alimenta la ansiedad del auditorio por entender el mecanismo del ritual sangriento, que tiene a José como poseso. La desenfrenada primera parte de la historia da paso a un desparejo segundo acto, más emocional y vincular, donde se aísla la fantasía para indagar en los personajes. El cambio de tonos es brusco y no da lugar a la transición, generando un confuso efecto de grieta en las narrativas; como si hubiese dos o tres películas diferentes donde debería haber solo una. Pequeña flor es como un rompecabezas de mil piezas: es desafiante pero uno no sabe por donde arrancar.

El punto fuerte de la película yace en su elenco, liderado por un impecable y muy cómico Daniel Hendler, y en la construcción de personajes fuertes. En cierta forma, el componente fantástico no es más que una persiana de la verdadera trama: una extrañísima y rebuscada historia de amor. Santiago Mitre recupera el buen pulso en la dirección de proyectos, algo que yacía dormido desde la excelente El estudiante (2011), y ofrece una película cumplidora, con algunas aciertos y baches, pero con la sorpresa de lo imprevisible como as bajo la manga.