Pecados

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Pueblo chico, secreto grande

El segundo opus de Diego Yaker, Pecados, gira en torno a una historia de amor de adolescentes en el seno de un pueblo norteño donde la mayoría de sus habitantes guardan un pacto de silencio por el que de manera secundaria se verían afectados los enamorados, de llegarse a revelar el gran secreto.

Todo indica que cuando existe una red de mentiras, sostenidas a lo largo de los años, en algún momento el peso de la verdad cede por los lugares que menos se esperan para destruir los hilos del silencio. Ese es el detonante que separará a los jóvenes que empiezan a sentir atracción y mirarse de otra manera a la habitual y que en cierta medida altera el orden de la comunidad.

Bepo (Mariano Reynaga) tiene dieciséis años y vive junto a su abuelo déspota y castrador, interpretado por el experimentado Pepe Soriano, antiguo Luthier que en la actualidad y producto de un avanzado estado de parkinson ve seriamente dificultada su labor. Por su parte, Lourdes (Diana Gómez), de la misma edad de Bepo, vive con su padre (Carmelo Gómez), a quien ayuda en la despensa del lugar. Para el muchacho, cada visita como pretexto de un recado de su abuelo significa unos minutos de contemplación de la belleza de Lourdes, así como la imposibilidad de comunicarle su amor por timidez, aunque ella intuye que la atracción física es recíproca.

En la intimidad de ambos; en los paseos furtivos por los desolados desiertos salteños, Diego Yaker (Como mariposas en la luz, 2004) construye este romance adolescente prohibido -algo similar ocurría en Dulce de leche (de Mariano Galperín, 2011)-, a la par que la verdadera historia atravesada por los tabúes y prejuicios originados en el pasado avanza por los carriles más convencionales. Sobre este particular, las falencias de un buen guión que por no caer en recursos explicativos desemboca en un hermetismo peligroso para el relato afectan el conjunto de la propuesta.

No obstante, debe reconocerse un esmerado trabajo en rubros técnicos como fotografía a cargo de Félix Bonnin o una banda sonora con reminiscencias a western compuesta por Rudy Gnutti, a pesar de que el género propicio para aprovechar las bondades paisajísticas no está explorado en este caso, ni siquiera como guía o segunda línea argumental que podría haber aportado a esta historia de amor y enfrentamientos generacionales un costado más atractivo que el trillado drama de pueblo pequeño con grandes secretos.