Patrick

Crítica de Ulises Picoli - Función Agotada

Aires telequinéticos

Patrick es la remake (australiana) de un film de culto (australiano) de los 70. Una enfermera cae en un hospital donde tratan enfermos en coma. Este instituto está bajo el control del Dr Roget (Charles Dance, villano de El Ultimo Gran Héroe y padre de los hermanos Lannister en la serie Game Of Thrones), un hombre que en su afán de lograr avances neurocerebrales utiliza maneras non sanctas de investigación. Y está Patrick, un joven postrado en una cama que es diferente a los demás (no se vayan a asustar): tiene poderes telequinéticos.

Sobre el tópico de la telequinesis hay tela para cortar. Carrie y La Furia (Brian De Palma, 1976 y 1978 respectivamente) junto con Scanners (David Cronenberg, 1981) son referencias absolutas del terror telequinético. El clásico de animación ciberpunk Akira (Katsuhiro Otomo, 1988) y la más reciente Poder sin Limites (Chronicle del 2012) son otros variantes sobre el tema. Éstas últimas, aún cuando no estén enfocadas al género del terror, comparten un profundo espíritu de violencia. En todas siempre es palpable esa fuerza invisible destructora que decanta en algún estallido de frustración y cólera. Es desde esa rabia reprimida, convertida en brutal canalización telequinésica, de donde surge el temor. En este caso, la versión de la telequinesis de Patrick es intrascendente. Las demostraciones del poder temido nunca logran inquietar. Apenas una quemadura, unas puertas que se cierran (¿corriente de aire telequinético?) y el aggiornamiento mediante unos celulares como antenas para extender el radio de alcance (¿telequinesis celular?), pero ese joven atrapado en una cama nunca logra infundir espanto.

El director de Patrick es el australiano Mark Hartley. En su filmografía existen un par de grandes aciertos documentales: Not Quite Hollywood, The Wild Untold Story of Ozplotation (2008) y Machete Maidens Unleashed! (2010). En estos documentales, sobre el cine más crudo de Australia y Filipinas, se puede disfrutar (y sufrir) escenas increíbles, personajes únicos y un cine absolutamente descontrolado y desatado. Uno puede ver que a Hartley le encanta el cine. Eso se transmite en los documentales y se percibe en algunas ideas visuales de Patrick.

Sobre el tópico de la telequinesis hay mucha tela para cortar en la historia del cine.

El problema parece ser que tanto recorrido por fórmulas cinematográficas terminó pegándole de manera equivocada, su cine carece de ideas y de un estilo propio. Su cámara intenta ser virtuosa pero se la nota calculada y apática, de manual. Aún así, en ese intento es donde se puede encontrar cierto placer a lo largo de la película. Porque donde Patrick adolece realmente es en el relato. La narración fluye torpe, estableciendo situaciones endebles que quedan lejos de infundir miedo. Los personajes tampoco juegan un papel interesante. La relación tortuosa entre el Dr Roget y su hija (encargada de enfermeras del instituto) queda a mitad de camino. La idea de “científico loco” también es superflua. La calma de Dance nunca se rompe y la locura queda archivada. Nuestra protagonista, la enfermera Kathy Jacquard (Sharni Vinson), deja de interesarnos al poco tiempo.

Patrick se puede resumir en una situación: un inmenso vidrio se clava en el brazo de la enfermera Kathy, minutos después, ella está golpeando una puerta con ese mismo brazo. Lo que debió ser brutal termina siendo irrisorio, pura inconsistencia telequinética.