Paterson

Crítica de Mariano Torres - Fuera de campo

Mientras que el cine de muchos de los mejores autores con el tiempo comienza a parecer una caricatura de sí mismos, el caso de Jim Jarmusch es diferente: su pluma de escritor (conviene ya abordarlo en estos términos, y ésta película es la que más explicita el hecho de que estamos ante poesía antes que nada) cada vez más se hunde en su propia impronta, pero lo hace con una excelencia que lo reafirma una y otra vez como una de las últimas grandes voces del cine independiente.

Paterson es la historia de una vida, sólo que de una de la cual otras películas no hablan. Su protagonista es un chofer de colectivos (impecable Adam Driver), que cumple una rutina, tiene una novia llena de vida y concluye todos sus días con una cerveza en el pub de su barrio. Y durante esta rutina, claro, está la poesía: esa que Paterson (que se llama igual que la ciudad donde vive, en New Jersey) presencia a diario y escribe con lápiz y papel, porque aborrece nuevas tecnologías y ni siquiera tiene un celular: “es una cadena”, dice, y tiene razón. Este hombre de mirada solemne, pero que nunca cae en el cliché del melancólico (porque no lo es, y no interesa), escribe porque le nace, y no le importa si el mundo está o no atento a su existencia. Sabe que somos un rejunte de moléculas caminando lado a lado por la calle, y eso está bien, porque hay algo de poético en tanta vida, aún cuando no nos damos ni cuenta.

El nombre que más resuena en el film de Jarmusch es el de William Carlos Williams, poeta que habitó los rincones de dicha ciudad, y sin duda funciona como fuente de inspiración para la totalidad del film y sus protagonistas. Paterson, no vamos a engañar a nadie, no es un film para cualquiera, y cae en la ridícula categoría que algunos profieren como “esa donde no pasa nada”. En Paterson pasa mucho, demasiado, y basta con ver a cuántas vidas nos hemos asomado al final de la película: desde la mirada de un poeta a la de un actor que no acepta la pérdida del amor, o un dueño de bar obsesionado con coleccionar datos sobre los habitantes famosos de la ciudad (como reafirmando su lugar en el planeta) hasta una adorable joven -pareja del protagonista- que tiene demasiados sueños, no se detiene a pensar si podrá cumplirlos todos. Hay también un perro, que otorga algunos esporádicos momentos de humor que son bienvenidos y ayudan a romper la quietud, cada vez que el film lo necesita.

Luego de narrar la atípica historia de dos vampiros en Detroit en Only lovers left alive (2014), Jarmusch vuelve al indie más minimalista que perfeccionó ya desde la época de Strangers in Paradise y Mistery Train. Agradecemos que el hombre siga filmando y nos siga recordando que el cine, entre tanto producto de Hollywood, también puede parecerse a un poema.