Paterson

Crítica de Diego Papic - La Agenda

Las palabras y las cosas

Paterson, la última película de Jim Jarmusch, narra la semana de un colectivero aficionado a la poesía, o de un poeta que trabaja de colectivero.

Qué es la poesía? ¿Qué hace a un poeta? Las dos son muy buenas preguntas, difíciles de contestar, pero también pueden sonar un poco pomposas. Si yo digo que Paterson, la película más reciente de Jim Jarmusch, tiene en su centro a esas preguntas, seguramente esté dando una imagen un poco equivocada de la película. Porque Paterson celebra la sencillez (aunque es cierto que no se puede calificar como “sencilla”) y la poesía que nos trae es la de lo cotidiano, lo “bajo”, lo aparentemente común que gracias a la alquimia de las palabras se eleva unos metros por sobre el suelo.

El protagonista es un colectivero que se llama Paterson (Adam Driver), que vive en la ciudad de Nueva Jersey también llamada Paterson, una ciudad a la que le cantó a mediados del siglo pasado el poeta William Carlos Williams. Paterson vive con su mujer Laura (la iraní Golshifteh Farahani, protagonista de About Elly) y un perro. Lee a Melville. Todas las mañanas se levanta y va a trabajar. Antes de empezar el turno, sentado al volante del colectivo, escribe unos poemas en un cuadernito ante la mirada algo burlona de su compañero de trabajo. Es que en realidad Paterson no es un colectivero, es un poeta.

La manera en la que Jarmusch nos introduce a la poesía de Paterson (y acá cuando digo “Paterson” me refiero al personaje, a la ciudad y a la película, porque los tres se llaman igual) no es inocente. Paterson-personaje sale de su casa y va a trabajar. En el camino, recita en off “Tenemos muchos fósforos en casa/ siempre los tenemos a mano”. Cuando llega al trabajo y se sienta al volante del colectivo, escribe los versos en un cuadernito, debajo del título “Poema de amor”. Hasta ahí, hay una extrañeza, quizás la sensación de que este colectivero es un tipo raro con ínfulas de poeta, pero que una cajita de fósforos no tiene nada que ver con lo que uno entiende por poesía.

El inspector lo interrumpe y Paterson tiene que ponerse a trabajar. Al mediodía, sentado a la vera de un río con su almuerzo, continúa su poema: “Fósforos que encenderán, tal vez, el cigarrillo de la mujer que amas,/ por primera vez”. Mira la cascada, después la tarjeta con la imagen de Dante Alighieri al lado de una foto de su mujer. Parece que Paterson es un poeta, después de todo.

Paterson-película transcurre durante una semana en la vida de su protagonista y lo que Jarmusch nos parece querer contar es cómo lo rutinario puede transformarse en poesía si es visto con ojos de poeta. Lo hace Paterson-personaje y también lo hace él, por supuesto, con su Paterson-película. Un barman, o los pasajeros del colectivo, un perro, o cualquier objeto, bien mirado, es poético. Y esa mirada (la de Jarmusch) nos entrega unos pasajes al borde de lo onírico: casualidades, símbolos y simetrías que percibe tanto el protagonista como nosotros. Ya la palabra “Paterson”, con su multiplicidad de significados (protagonista, ciudad, película) conlleva en sí misma la simetría padre-hijo.

La película no se agota acá, por supuesto, pero no es conveniente profundizar demasiado en sus otras aristas. Jarmusch nos regala su película más redonda desde Ghost Dog (con la que comparte la poesía y cierto tono trascendental-oriental) y es conveniente entrarle con la inocencia de un observador curioso, pero con la agudeza de quien está dispuesto a tranformar lo que ve en poesía.