La última película de Jim Jarmusch, que ha creado una joyita milagrosa donde palpita la poesía. En la ciudad que tiene el mismo nombre del protagonista, que a su vez el titulo de un largo poema del autor William Carlos Williams, que consideraba a la poesía un equipaje para la vida, y que celebraba la belleza en las actividades cotidianas de los hombres comunes. Aquí la historia argumental es simple, siete días en la vida de un conductor de autobús, que convive en un amor plácido e intenso por su compañera, motor de creatividad, que cuando comienza sus actividades inicia un poema, que terminará de redondear en su almuerzo, que quedará en ese cuaderno único, que no piensa reproducir ni publicar. Todos los días que tienen un compás que se repite con ligeras variaciones, como si se tratara de un acto creativo permanente, donde la observación, el ritmo, los encuentros con vecinos y desconocidos, alimentarán esa sensación de que un poema late en todos nosotros. Si es que sabemos escuchar ese latido y somos capaces de expresarlo. Una tarea grata, única, que nos gratifica y nos hace mejores, como el improvisado rapper, o la niña que lo emociona con su lirismo. Cada día esos poemas escritos especialmente para el film por Ron Padgett, surgen para los espectadores, impresos en la pantalla que imita la escritura a mano, y que nos permite vivir en la subyugante alquimia del nacimiento de cada verso. Y ese ritmo interno del film se ve no solo en la vida cotidiana del protagonista, en la obsesión por pintar todo de negro y blanco de su pareja, (en la guitarra que desea, en los muffins que cocina) sino en repeticiones de comentarios de un suceso: Un desperfecto en su autobús dispara un comentario de hecatombe que repiten distintos personajes. O un sueño-deseo que habla de gemelos que se corporizan. Pero también esta el humor en situaciones límite. O en el comportamiento del perro de la familia que puede llevar al poeta a la pérdida. Pero, un personaje de otro film llegara con un regalo que habla de renacimiento. Maravillosos actores, como Adam Driver y Golshifther Farahani, referencias a otros célebres de la ciudad, detalles y preciosismos. Pero por sobre todo un clima único, como si uno pudiese presenciar el milagro de una creación. Ni más, ni menos.