Paso San Ignacio

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

"Paso San Ignacio": las huellas de la derrota

Los protagonistas del film son los pueblos originarios de la Patagonia, que hoy tienen en la sobrevivencia su único horizonte.

Tras un silencio de doce años, Pablo Reyero pisa un territorio en el que hasta ahora no había incursionado (la Patagonia, los habitantes originarios), hermanando tal vez a esta población acorralada con los desplazados y marginados de films anteriores, como Dársena Sur, La cruz del sur y Ángeles caídos. Los protagonistas de Paso San Ignacioson los herederos de gloriosos caciques derrotados durante la Campaña del Desierto, que hoy en día viven en modestas casas de adobe, pastoreando cabras y ovejas y con la sobrevivencia por único horizonte. Una perspectiva tan árida como el paisaje que habitan.

Cuatro placas sucesivas cuentan, breve pero verborrágicamente, aquel pasado en el que la estirpe mapuche de los Calfucurá y Namuncurá controló la extracción de sal de las Salinas Grandes neuquinas, y dominó un corredor que le permitió arrear cincuenta millones de cabezas de ganado. Luego de la historia, el presente: un paisaje de suaves ondulaciones, con montañas y un imponente volcán al fondo, y en ese paisaje una casita abierta a él, con un pequeño corral al fondo y un horno a leña en la cocina. Es la casa de Gerónimo, primero de los hijos de la tierra que desfilan por Paso San Ignacio, y que repasa la historia del linaje Curá. Linaje que incluye a un aliado del General San Martín durante el cruce de Los Andes, al beato Ceferino y a un coronel del ejército argentino.

El método de Reyero es semejante al de Dársena Sur (1998). Elige a un número limitado de pobladores del territorio relevado (Villa Inflamable allí, el reducto mapuche de Paso San Ignacio aquí) y les da voz en forma de monólogos. El realizador se abstiene de intervenir por completo, funciona como antiperiodista, en el sentido de que no pregunta. No en cámara, al menos. En algún momento no le queda más remedio que repreguntar, y para eso corta el plano y retoma el discurso del ¿entrevistado?, pequeño salto de montaje de por medio.

Si algo se reitera con insistencia a través de los distintos relatos es la fe de estos pobladores en la magia. Por tres vías: el newen, las rogativas y los sueños. El newen es una pequeña piedra azulada a la que se le atribuyen poderes enormes, como el de volar y desplazarse. El general Roca lo habría secuestrado durante la Campaña del Desierto y el newen habría huido, volviendo con los suyos. Es lo más parecido a un dios que parecería tener esta comunidad, y es a él a quien se le hacen las rogativas, los pedidos de ayuda. Principal ritual, por lo visto, de los pobladores de Paso San Ignacio.

En cuanto a los sueños, andan por todas partes. Una mujer cuenta el sueño en el que vio a su madre en el paraíso (como toda cultura dominada, la de los mapuches es sincrética), un hombre describe sueños proféticos, otro se refiere a las curas por sueños por parte de los chamanes, la de más allá comenta que antes de ser sometidos “se hacía todo por sueños”. ¿Y Ceferino? “Ceferino es casi más de los huincas”, dispara uno. Debe recordarse que el beato rionegrino, hijo de Manuel (aquel que fue coronel del ejército) estudió con los salesianos en Buenos Aires y llegó a conocer al Papa.

En distintos relatos aparecen las formas de la conquista y la sumisión: secuestros de niñas, degüellos de resistentes, división de las comunidades para reinar, cortes de los talones para impedir escapes a pie. Las imágenes muestran huellas de la derrota: hombros caídos, voces poco audibles, algún llanto, un aura general de tristeza. “Uno le pide cosas y parece que no te escuchara”, dice alguien por allí en referencia al newen, que parece haber perdido sus poderes.