Pasajeros

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

PROBLEMAS CON EL GPS

¿Vieron cuando se va con el auto por la ruta, se toma un camino no programado y enseguida se escucha la ibérica voz del aparato diciendo “recalculando”? Bueno, viendo Pasajeros, se podría escuchar perfectamente de fondo la misma voz y la misma palabra. Raro teniendo en cuenta el tiempo de concepción del proyecto, pero lógico si se toma en consideración las idas y vueltas que lo afectaron.

La historia de Pasajeros y la película que terminó siendo es cuando menos particular: inicialmente fue concebido como un film pequeño, de corte casi independiente, en una compañía propiedad de Keanu Reeves, quien iba a ser el protagonista junto a Rachel McAdams. También estuvo bajo el ala de Universal y luego de The Weinstein Company, atrayendo a estrellas como Reese Witherspoon y Emily Blunt, y realizadores como Gabriele Muccino, Marc Forster y Brian Kirk. Finalmente, terminó recalando en Sony, que redobló la apuesta, rediseñando todo en función de llevar a cabo un gran tanque, contratando a dos de los actores “del momento”, como son Jennifer Lawrence y Chris Pratt, y al director Morten Tyldum (el mismo de El código Enigma y Cacería implacable), para este relato futurista sobre una nave espacial que se dirige a una distante colonia pero que sufre una serie de desperfectos, con lo que dos de sus pasajeros se despiertan noventa años antes de llegar al destino.

A Pasajeros se le notan sus ganas de ser un gran espectáculo, incluso un espectáculo inolvidable, capaz de recuperar esa impronta típica del cine clásico que le permitía sostenerse sobre historias inolvidables y protagonizadas por figuras cinematográficas más grandes que la vida. Es decir, el espíritu que cimentó films como Casablanca o Lo que el viento se llevó, en combinación con la excelencia técnica de películas como 2001: odisea del espacio. Pero esa meta no es simple de lograr: desde diferentes lugares, films como Titanic o Gravedad supieron lograrlo pero porque atrás había realizadores como James Cameron y Alfonso Cuarón, con visiones propias, tanto estéticas como narrativas, que lucharon contra viento y marea para concretarlas, innovando incluso desde lo formal. No es el caso de Pasajeros, porque detrás de cámara hay un director como Tyldum, un mero artesano eficiente pero sin personalidad, que jamás consigue imprimirle un sello propio a lo que está contando.

En verdad, Pasajeros es un film de ejecutivos de estudio, tratando de diseñar un producto que atraiga a la mayor cantidad de público posible y apretando los que creen que son los botones correctos para enderezar el rumbo de acuerdo a cómo va el viaje narrativo, estético, espiritual y simbólico del film. Por eso todo arranca como un drama existencial, con el personaje de Pratt tratando de habituarse -infructuosamente- a la soledad absoluta en la nave, luego deriva -a partir de la aparición del personaje de Lawrence- en una especie de comedia romántica, para continuar como un drama donde lo romántico se entremezcla con lo moral y finalizar como un típico film de aventuras espacial, repleto de efectos especiales. No está mal de por sí esta mezcolanza -a su modo, no deja de ser arriesgada-, pero lo cierto es que el film nunca se apropia de los géneros que transita, avanzando de forma errática, quedándose a mitad de camino casi siempre y sólo logrando algunos momentos óptimos muy aislados entre sí. En el medio, Pratt y Lawrence hacen lo que pueden y nunca terminan de concretar esa química indispensable para llevar adelante la trama.

Ya habíamos dicho que uno de los referentes de Pasajeros es 2001: odisea del espacio y la verdad es que las conexiones con el film de Kubrick van más allá de las cuestiones técnicas, porque en ambas películas los personajes más atractivos no son los humanos sino las máquinas. En 2001 lo era la computadora Hal, en el film de Tyldum lo son el barman robot que interpreta Michael Sheen y la propia nave que alberga a los protagonistas: ambos son sinceros y coherentes en sus conductas, en su permanente búsqueda por complacer los deseos de los pasajeros. Y también torpes, porque siempre quedan a contramano y sus respuestas automatizadas nunca son las que se necesitan. Son, a su modo, representaciones cabales de la película en su conjunto: Pasajeros es un producto con múltiples respuestas programadas, pero muy pocas de ellas son las correctas. En ese viaje espacial rumbo a lo que podía ser un gran film hubo una serie de desperfectos y sólo terminó llegando una película tan pulcra como intrascendente.