Pasajeros

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Dilemas morales en el vacío

“Pasajeros” retoma varios tópicos de la ciencia ficción en sus diversos subgéneros y registros: hay un náufrago espacial (Matt Damon le puso la piel al personaje creado por Andy Weir en “Misión rescate”, de la mano de Ridley Scott); el encierro espacial (“nadie te oirá gritar en el espacio”, decía el slogan de “Alien, el octavo pasajero”, de... Ridley Scott); las naves frágiles, rotativas y toroidales de las viejas portadas de las antologías, recuperadas en varias cintas de los últimos tiempos; el tema del último sobreviviente que anda croto y se sirve de lo de los demás (a lo “Soy leyenda”); la omnipresencia de una empresa privada, con sus avisos asépticos y sus hologramas con cara de azafata (como en el ciclo noventoso de Paul Verhoeven: “Robocop”, “El vengador del futuro” y “Starship Troopers”); pantallas aéreas y tablets traslúcidas (muy vistas, alguno dirá: “El juego de Ender”); hasta alguna caminata espacial aventurera y arriesgada (con “Gravedad” de Alfonso Cuarón como cima, y “Misión rescate” de nuevo, ya que estamos). Y un viejo tema de la literatura de anticipación: los viajes en animación suspendida, con sus pasajeros al margen del tiempo (fuera de este tema, “Interestelar”, de Christopher Nolan, trabajó la angustia del partir para nunca volver a ver a los propios).
La combinación que hace el guión de Jon Spaihts (la mejor parte de su trabajo) es uno de los puntos álgidos de la cinta. La otra potencia del filme es el exquisito edificio visual que Morten Tyldum (“El código Enigma”) construyó, apoyándose en la fotografía de Rodrigo Prieto (más conocido por trabajos “al aire libre”, como “Babel” o “21 gramos”) y el diseño de producción a cargo de Guy Hendrix Dyas, responsable de crear la nave Avalon, el mundo autocontenido donde se desarrollará la historia. Tanto desde el adentro, en sus segmentos de servicio y residenciales (¡esa piscina!), como su elegante vista exterior: tres grandes arcos inclinados que al girar parecen una espiral de ADN triple, con un delgado eje central. Tyldum se permite jugar con tomas que unen interior y exterior, para que nunca el espectador pierda su contacto con esa realidad perdida en el espacio.
Después viene la historia, que arranca lineal y tendrá su clímax de aventura y romance. Pero antes deberá atravesar por una crisis moral, que no está mal que esté en la historia pero que dará para el debate sobre qué hace el propio relato con eso.
El mayor pecado
El dilema es de proporciones bíblicas porque para el judeocristianismo, como para todas las grandes religiones, no hay mayor pecado (y fundante) que el arrogarse el hombre las prerrogativas de la divinidad. “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. (...) Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre” (Génesis, 2:18-23). Entonces pensémoslo así: ¿Qué pasaría si Adán se hubiese tomado el atrevimiento de hacerse su propia Eva, ante la expectativa de la soledad?
El lector se enojará aquí con nosotros porque nos veremos en la obligación de contar cosas que cree que no debe saber, pero el problema está en el primer ratito de la cinta: lo sabemos todos, menos quien debe saberlo... al principio al menos.
Vamos a la historia: la Avalon es una nave silenciosa, en piloto automático, con 238 tripulantes y 5.000 pasajeros, en un viaje de 120 años en hibernación hasta la colonia Homestead II (Homestead es la compañía que fleta los viajes y el emprendimiento colonizador). La colisión con una nube de meteoritos produce algunos fallos, entre ellos el despertar anticipado del mecánico Jim Preston, que descubre que sólo pasaron 30 años, o sea que faltan unos 90 y monedas para llegar a destino.
Jim atraviesa más o menos en orden las etapas del duelo de Elisabeth Kübler-Ross (negación, ira, negociación, depresión y aceptación) mientras trata de volver a dormirse. Resignado, ya medio rayado, sólo acompañado por las máquinas destinadas a servir a los pasajeros cuando despierten (especialmente un barman humanoide), pensando en matarse, le sucede lo impensado: queda impactado por la belleza de una pasajera, Aurora Lane. Después de averiguar y obsesionarse más, hace lo abominable: la despierta, la condena a pasar el resto de su vida atada a él y morir sin tocar destino. Pero ella no lo sabe (todavía).
Después vendrán una serie de giros argumentales en torno a un peligro en ciernes, que los pondrán al límite y quizás vengan a cuento de tratar de encontrar algún asidero ético, en términos de “destino” o “realización”, al menos en lo que respecta al personaje femenino. Porque es ella la que hace movimientos del espíritu, quizás bajo coerción, quizás improbables (hay debates sobre esto): él en el fondo es un egoísta, con algún tipo de desorden de la personalidad (sabe que está mal lo que hace mientras lo hace, pero lo hace igual).
La evolución de Eva
Sobre estos esquemas se mueve la dupla protagónica: tal vez por eso Jennifer Lawrence es la primera en ser anunciada (o porque está al alza en el Hollywood global). De movida, está tan bella como siempre, con sus armónicas curvas naturales repartidas en un metro 75 cubierto de pecas y lunares, con sus ojos almendrados y sus labios trémulos. Todos esto viene a cuento de que es una musa creíble para la obsesión de un solitario. Pero Lawrence es fundamentalmente una actriz de carácter, y en el margen que le deja puede jugar en diferentes registros: el desahucio, el romance, el dolor de la traición, los sentimientos sinceros.
A su lado, Chris Pratt también es dueño de un atractivo físico a juego, pero no lo necesita: a fin de cuentas, él tomo la decisión y podría ser fulero, es el único hombre disponible en años luz a la redonda. Pero también luce algo más rígido: quizás porque Jim está inalterable en su psicosis, o porque es un hombre de acciones más que de sentimientos. Cierran el escueto elenco principal Michael Sheen como el bartender de fierro, Lawrence Fishburne como un tercero en discordia que dejaremos en misterio,
Hacia el final habrá más giros, y seguramente varios de los que atraviesan esos momentos los escribirían distinto. Pero en el fondo el cuento funciona: como dijimos, Tyldum y su tropa supieron construir una casita en el vacío: más de los que muchos pueden soñar.