Pasajeros

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

El director de Código Enigma rodó esta película que va del existencialismo a lo metafísico y lo romántico para luego derivar en el cine catástrofe.

Despertarse en plena madrugada, pispear el reloj y darse cuenta de que aún quedan unas cuantas horas de sueño es un alivio, siempre y cuando sea posible volver a dormirse. Caso contrario, las vueltas en la cama se vuelven norma, y el tiempo parece dilatarse hasta niveles desesperantes. Lo que les sucede a Jim (Chris Pratt) y Aurora (Jennifer Lawrence) es, entonces, una de las peores pesadillas posibles.

Pasajeros comienza con el despertar de Jim después de un estado de inconciencia que se prolongó por lo que él cree que fueron 120 años, tiempo que la nave espacial Avalon demoraría en recorrer la distancia entre la Tierra y el nuevo planeta en el que la humanidad plantea dar una vuelta de página y empezar una nueva vida. El problema es que en realidad fueron “apenas” 30, y despertó debido a una falla mecánica irreparable de su cápsula: es –y será– el único ser vivo dentro de Avalon durante 90 años, ya que está programado que el resto del pasaje despierte cuando falten dos meses para llegar a destino.

Como en Misión a Marte o un Robinson Crusoe espacial, Jim deberá lidiar con la soledad de la mejor manera posible. Lo hace, primero, intentando solucionar los problemas (un mensaje a la Tierra demorará unas cuantas décadas, entre ida y vuelta), después disfrutando las bondades de las lujosas instalaciones y, por último, investigando la historia personal del resto del pasaje. Ahí descubre a Aurora, a quien, debate interno mediante, decide despertar fingiendo otro desperfecto. Ella, claro, no lo sabe, y entre ambos iniciarán una relación forzada que después devendrá en un vínculo romántico.

El film del noruego Morten Tyldum (El Código Enigma) podría definirse en su primera mitad como un híbrido entre el existencialismo de En la Luna, de Duncan Jones, y un carácter metafísico propio del cine de los hermanos Wachowski para después virar hacia una suerte de exponente del cine catástrofe, en línea con Gravedad, cuando descubran que el desperfecto afecta a bastante más partes que las cápsulas de hibernación.

Si todo suena a cocoliche se debe a que lo es. Por momentos confusa y derivativa, hay algo sin embargo magnético en la ambición de un relato que va por todo y se anima a coquetear con el ridículo sin caer en él. Pratt y Lawrence, por su parte, son los capitanes de esta nave que, gracias a su capacidad, logra amarrar en buen puerto.