Pasajero 666

Crítica de Milagros Amondaray - La Nación

La fórmula no es precisamente novedosa y se pone en ejecución con cierta frecuencia: un avión con pasajeros que se comportan de manera sospechosa, una tormenta que refuerza la sensación de claustrofobia y pánico, y un personaje heroico en el centro intentando encontrarle el sentido a lo que sucede en un vuelo anormal. Pasajero 666 se suma a larga lista de largometrajes que parten de esa premisa, pero trastabilla cuando intenta, paradójicamente, diferenciarse de otras producciones similares.

El film ruso del cineasta Alexander Babaev tiene una intro efectiva en la que se muestra un accidente de avión con una única sobreviviente y el interés mediático que indefectiblemente surge en cada nuevo aniversario de la tragedia. La mujer, lejos de querer revivir esa pesadilla, se aboca a una vida apacible con su hija que se alterará tarde o temprano.

Un nuevo vuelo pasa a ser el epicentro de una narrativa que se empantana al querer distraer al espectador para poder dar un golpe de gracia sobre el final que sorprenda y resignifique el visionado. Sin embargo, el guion de James Babb no solo no consigue conjugar adecuadamente los diferentes géneros que aborda caprichosamente (Pasajero 666 es un thriller psicológico que se disfraza de relato paranormal sin continuidad alguna) sino que tampoco le da complejidad a su protagonista, esa mujer que solo busca proteger a su niña de una inminente catástrofe.

Durante su odisea, los personajes secundarios hacen su ingreso mecánicamente, convirtiéndose en estereotipos dentro una trama carente de innovación en la que sí se destaca una exploración del concepto de trauma, o al menos un acercamiento tangencial a sus pormenores.