Parker

Crítica de Maria Marta Sosa - Leer Cine

EL JUEGO DE LAS MÁSCARAS

Parker soprende por su trabajo con los personajes. Es más que una más de Statham. Taylor Hackford, director de Reto al destino, nos dice que tiene un estilo propio para narrar sus historias y eso se vuelve el aspecto más valorable de su nueva película.

Parker comienza con una secuencia atractiva. Una feria/parque de diversiones donde los colores, gritos, apuestas, emociones, disfraces, forman un juego gigante que invita a apostar por lo que no es. Taylor Hackford, director de la película, nos sitúa en lo que será todo el correr de su narración: una tómbola de personajes que se mueven en esa apuesta entre lo que son y lo que no.

Recordemos que Hackford no es la primera vez que se muestra atrapado por esta dinámica de roles, ya en Reto al destino (An Officer and a Gentleman) el uniforme de Zack Mayo (Richard Gere) definía la identidad del protagonista, quien terminaba contrayendo matrimonio revestido con sus ropas oficiales para consolidarse ante su amada como oficial y caballero, resolviendo de manera perfecta la tensión entre esos dos polos que lo gobernaban en la vida. Ahí se terminaba de configurar el personaje en una unidad coherente, sin dualismos reduccionistas. En Parker vuelve a perfilarse esta dualidad de los personajes desde su vestuario. Parker (Jason Statham) y su banda de asaltantes se infiltran en una kermese disfrazados para asaltar la recaudación del fin de semana. Parker llega a la feria como si fuera un sacerdote, muy parecido a Richard Chamberlain en El pájaro canta hasta morir (The Thorn Birds); ingresa sin dificultades, gana un peluche en un puesto de puntería para una niña y llega a la oficina donde recaudan el dinero. A todo esto, los demás miembros de la banda, mezclados en el desfile de payasos y entre la gente, se preparan para asistir el golpe y robar el botín. Mientras el grupo reduce a los que trabajan en el interior del despacho y cargan sus bolsas con el dinero, Parker desliza unas líneas dignas de atención: dice que no mata, que no roba a los que no tienen. Todo esto declamado como si el disfraz elegido para perpetrar el asalto lo hubiese dotado de principios de justica y equidad. El juego ya empezó.

En el transcurso del relato Parker encontrará a Leslie Rodgers (Jennifer Lopez), una socia que también se viste para jugar a ser otra en la vida. Ella es una agente inmobiliaria que quiere tener eso que muestra a los millonarios compradores de mansiones de Miami. Desea ser la mujer de uno de esos señores que disponen de las personas como de los billetes. Lleva trajes de “señora” para que no vean que en realidad es una mujer separada, llena de deudas y que vive en una casa normal junto a su madre.

Una cosa es jugar el rol, otra es confundir el juego con la vida y dejar de ser auténtico. El logro de la película es hablar de esta doble dimensión fenomenológica de las personas. Que desde su definición juega con lo que se percibe de la persona y con su subsistente último. En las tragedias griegas el prosopon era la máscara que usaban los actores para representar los distintos personajes. De ahí el aspecto percibible de la palabra persona. La tradición latina utilizaba otro término que refería a la sustancia personal de cada uno. Así llegó a nosotros la categoría de persona, uniendo dos tradiciones y refiriendo a dos modos distintos de decir lo mismo. Parker, Leslie, Zack Mayo nos hablan de esas caretas en cuanto personajes pero todos confirman que siempre hay un sustrato último de las personas que nos hace abandonar el juego y vivir la alteridad auténticamente.