Parasite

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Con Parásitos el surcoreano Bong Joon-ho está haciendo historia para el cine de su país, sumando premio tras premio internacional, algo que comenzó con su première en Cannes donde se alzó con la Palma de Oro y que puede terminar hasta con más de un Oscar en su cosecha el domingo 9 de febrero.

Parásitos, como si hiciera honor a su título, va mutando de género, trascendiendo la comedia dramática, y hasta la sátira social, para transformarse en una pequeña gran obra.

Los protagonistas son los miembros de dos clanes, dos familias surcoreanas. Las dos son familias similares, pero a la vez, antagónicas, compuesta por padre, madre, hijo e hija. Lo que cuenta Bong Joon-ho, en definitiva y en el fondo, es una lucha de clases, pero matizada con rasgos individualistas, más que individuales.

La película abre con los Ki-taek, humildes, pobres pero no honrados, como se verá, que (sobre)viven en un sótano en una zona algo marginal. Sus ingresos son por trabajos básicos y rudimentarios, y que les dejan poco dinero, como armar cajas de pizza. Hasta le roban el wifi a los vecinos.

Los Park pertenecen a la clase alta, tienen una casa hipermoderna con enorme jardín y ama de llaves incluida.

Se sabe que los parásitos necesitan apenas un resquicio, una hendidura, una oportunidad en el cuerpo para poder desarrollarse. Cuando el joven Ki-woo Ki-taek logra ingresar a la mansión como reemplazo de un amigo para enseñarle inglés a la hija adolescente de los Park, el camino empieza a abrirse.

Y, de a uno, irán ingresando su hermana menor, como terapeuta de arte del hijo más chico; su madre en lugar de la ama de llaves; y el padre, como chofer del Sr. Park. No les importa mentir, abrirse paso engañando y dejando sin trabajo a gente, se presume, más decente y recta, y dejándolos en la misma situación en la que estaban ellos. Y se preocupan porque los Park no sepan su parentesco común.

Bong, que en sus filmes anteriores utilizó, por ejemplo, la ciencia ficción para hablar y criticar al capitalismo y la jerarquía de clases (Okja o hasta The Host), aquí apunta al realismo social, y a los efectos morales que cualquier acto individual puede ocasionar.

¿La ética es flexible?

Maestro del suspenso (Memorias de un asesino), en cierto momento la película, como decíamos, muta. Hay un click, un cambio de registro, un hecho que desconcierta. Y que es aprovechado por el director para redondear, como a él le gusta llamarla, “una tragedia sin villanos”.

No es la mera historia de “marginados sociales” versus la “clase dominadora”, porque aquí hay de todo y se mezcla bastante. La polarización y la grieta no son exclusivamente argentinos. Si la alegría no es solo brasilera, la tragedia no es exclusivamente argentina.

Hay un contraste visual entre los hábitats de las familias, no sólo espacialmente, entre lo minúsculo y lo amplio. Y lo que comienza como una comedia reidera, humillaciones y aprovechamientos mediante, va dejando lugar a la violencia cuando la desigualdad se sienta, se huela en el aire.

Song Kang-ho, actor fetiche de Bong, es el padre de la familia pobre, y no es el único que cumple una labor estupenda. Se diría que todo el elenco es parejo en esta película divertida, sí, pero que deja mucho espacio para la reflexión y el debate. Porque como las buenas películas, permite diferentes capas de lectura.