Parasite

Crítica de Marcelo Stiletano - La Nación

Las seis nominaciones al Oscar obtenidas por Parasite ya constituyen un éxito histórico, más allá de los eventuales resultados que la película consiga en la noche del 9 de febrero. Pero a la luz de lo que está ocurriendo esas candidaturas pueden resultar apenas un anticipo de lo que muchos ya imaginan como una noche única para la película y para el cine de Corea del Sur.

Hoy, buena parte de los analistas y los observadores más agudos de la actualidad hollywoodense y, en especial, de lo que ocurre en cada temporada de premios le adjudican a Parasite muy fundadas posibilidades de llevarse la recompensa mayor (el Oscar a la mejor película) por primera vez en la historia en el caso de una producción realizada fuera de los Estados Unidos, además de tener casi asegurada la estatuilla a la mejor película internacional de este año. Podría explicarse que tarde o temprano ocurriría algo así porque la Academia de Hollywood se está convirtiendo en una institución globalizada en todo sentido, pero lo notable es el entusiasmo que Parasite está despertando cada vez con más fuerza entre los propios votantes del Oscar de origen estadounidense.

Ese fervor encuentra varios fundamentos muy notorios en la nueva película de un realizador consagrado desde hace mucho tiempo en el circuito cinéfilo internacional. Después de Snowpiercer y Ojka, Bong Joon-Ho construye aquí un poderoso e intenso cruce de géneros, temáticas y observaciones que se agigantan y adquieren pleno sentido conforme avanza un relato lleno de riquísimos detalles.

Parasite es un film que responde a un clima de época sin mostrar un ápice de oportunismo. El vínculo entre la familia que sobrevive como puede en un barrio de clase baja y encuentra, de a poco, el modo de vampirizar a otra familia de vida holgada queda expuesto y desarrollado a partir de una puesta en escena que va desplegando, en paralelo con ese "copamiento", un esquema narrativo riguroso y completamente original.

Hay aquí crítica social, humor negrísimo, melodrama, filosos toques de comedia y una mirada agudamente crítica hacia la conducta humana que en términos políticos nunca adquiere el perfil de una declaración. Lo más atrayente de esta obra provocativa y llena de virtuosas e inesperadas vueltas de tuerca aparece en aquellos momentos en los que todo lo que parecía encaminado se transforma en error, crisis y conflicto. Allí afloran la violencia y el terror ante una cámara que bascula entre diferentes escalones (tangibles y simbólicos) ocupados por seres humanos que estallan cuando sus miserias quedan a la vista. No hay fisuras ni en la puesta ni en el desempeño del elenco, en una obra que perdurará en la memoria mucho más allá del final.