Parasite

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

Los unos y los otros. Aunque cuando el film comienza no se sospechan las derivaciones que tendrá la trama, ya aparecen delineadas varias coordenadas. A través de esa familia que vive en un sucucho bastante revuelto, aceptando módicos trabajos para sobrevivir y recibiendo imprevistamente los efectos de una fumigación destinada a insectos de la ciudad –mientras intenta aprovechar el wi-fi del vecino–, se revela como eje de la película la humillación a la que conduce la desigualdad social y económica, no únicamente en Corea.
Como en anteriores películas de Joon-ho (Mother, The Host), hay un punto de partida realista que va desviándose hacia algo más lúdico y excesivo, logrando en este caso algo parecido a una fábula negra o una sátira endiabladamente divertida, con la violencia y el suspenso combinándose con un disfrutable sentido del humor y progresivas peripecias.
Joon-ho no es Buñuel, desde ya: en sus films la visión mordaz sobre la sociedad se confunde con los códigos de la cultura popular de estos tiempos (el comic, el cine gore, la estética de la publicidad), lo cual incluye su merodeo por distintos géneros. Parasite es muchas cosas al mismo tiempo, sin que eso atente contra su vivacidad y su precisión narrativa.
En principio, es una película sobre las diferencias de clase. La ropa, las comidas, los modales e incluso los olores marcan esa oposición, que no resulta burda porque los privilegiados, aunque viven en su limbo, no dejan de brindarles ciertos beneficios a sus empleados, quienes a su vez aprovechan cualquier oportunidad que se les presenta para sacar tajada (en este sentido, hay dos momentos en los que se dice mucho con pocas palabras: cuando la madre habla de la amabilidad de los ricos y cuando su hijo se admira por cómo lucen siempre, dudando poder integrarse a ese grupo social). Los mecanismos por los que las injusticias generadas o permitidas por el sistema capitalista pueden conducir al enfrentamiento de pobres contra pobres, mientras los miembros de la clase alta hacen la suya, se insinúan en Parasite sin expresiones admonitorias, mientras entretiene con sus sobresaltos.
Es también un film sobre el engaño, casi un un juego de máscaras con personajes que mienten, falsifican documentos y representan roles cambiantes sin que eso afecte demasiado sus rutinas; sobre la arquitectura, con Joon-ho llevando de las narices al espectador por las calles, los túneles y los diversos ámbitos que atraviesan una gran ciudad (confrontando, en un momento, la moderada preocupación que puede provocar una tormenta en la vida de una familia adinerada con los catastróficos efectos que produce en los habitantes de un barrio); sobre la modernidad, con teléfonos celulares, computadoras y visores asimilados a la vida cotidiana; sobre la familia, núcleo de contención y alienación, al mismo tiempo; y, finalmente, sobre la mirada: son muchos los momentos en los que se mira con atención un dibujo, una piedra, un lugar o una persona tratando de controlar, de entender o de aprender, entre la desconfianza y la curiosidad.
Los desplazamientos de cámara, el trabajo de edición, el uso de la música, las locaciones sagazmente elegidas o diseñadas: todo resulta funcional para esta provocadora montaña rusa. Si hubiera que dar un ejemplo de solidez, basta recordar la ajustada coreografía de movimientos tras el inesperado llamado de la dueña de casa anunciando con displicencia su regreso.
Es notable cómo –a diferencia de lo que suele verse en el cine argentino– la desigualdad se expresa sin personajes fascinados con el robo o el dinero, y, asimismo, cómo el guión, escrito por el propio Joon-ho junto a Jin Won Han, adopta sin complejos la visión de la familia de clase media-baja, siguiendo especialmente al joven y bienintencionado Ki-woo (Woo-sik Choi, visto anteriormente en Invasión Zombie).
Como es de esperar, la tensión implosiona en determinado momento: a quien cuestione el desenlace de esa secuencia habría que recomendarle ver o rever La ceremonia (1995, Claude Chabrol), por ejemplo; en todo caso, puede objetarse que el estallido no derive en un tipo de ataque más original. Si en ese último tramo Parasite se trivializa un poco, resulta más que oportuno su cierre. En ese último plano no hay un propósito neciamente conciliador ni una descarga vengativa, sino la ilusión, el deseo o la necesidad de creer que, sólo con buena voluntad, es posible ascender en la pirámide social.

Por Fernando G. Varea

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