Parasite

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Tras desatar (involuntariamente, por supuesto) hace dos años con Okja la batalla entre Cannes y Netflix que por ahora no tiene visos de encontrar una tregua, Bong Joon-ho regresó a la Competencia Oficial del festival -donde terminaría ganando nada menos que la Palma de Oro- con una película que ratifica su maestría narrativa, su inventiva visual y su desparpajo y capacidad de provocación a la hora de exponer vicios y miserias de la sociedad surcoreana.

El film describe en principio las muy disímiles realidades de dos familias: una de clase baja (viven en un sótano lleno de bichos, se alimentan con comida chatarra, sobreviven doblando cajas de cartón para una pizzería y se la pasan robando el wi-fi de los vecinos) y otra de clase alta que disfruta de empleadas domésticas y una hermosa casa con jardín, obras de arte y todos los detalles de diseño que puedan imaginarse.

Cuando el brillante hijo de la familia de bajos recursos reemplaza a un amigo para darle clases de inglés a la hija adolescente de la familia millonaria ambos mundos se encuentran. Al poco tiempo -estafas mediante- todos los integrantes del primer grupo terminarán trabajando para el segundo, pero -claro- la armonía no durará demasiado.

Puede que algunas metáforas y alegorías resulten un poco obvias (Bong Joon-ho nunca busca la sutileza y, en cambio, siempre da rienda suelta a su espíritu satírico y a una violencia de cómic), pero la película tiene una potencia, un vértigo, un virtuosismo, un desenfreno y una picardía incómoda que convierten al maestro coreano en uno de los más impiadosos observadores de las profundas desigualdades que genera el capitalismo salvaje.

Como sostenía el otro día en Twitter, no creo que Parasite sea la mejor película del director, pero si esta "moda" sirve para ubicar al cine coreano en general y a Bong Joon-ho en particular en el lugar que siempre mereció en el ámbito internacional y ahora también en la consideración de Hollywood, bienvenidos sean todos estos premios.