Parabellum

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

Momento de entrenar para el apocalipsis

 Film atípico desde los propios datos de producción (coproducción entre la Argentina, Austria y Uruguay, dirigida por un realizador austríaco formado cinematográficamente aquí), Parabellum se presentó en el Festival de Rotterdam a comienzos del año pasado, recibió un premio en el de Jeonju, Corea, y a fines de año lo hizo en el de Mar del Plata. La atipicidad continúa en el formato: se trata de una fábula distópica realizada con recursos mínimos y estética de cine indie. Lo cual no es raro, ya que el director y coguionista, Lukas Valenta Rinner, estudió en la Universidad del Cine, motor del cine independiente argentino contemporáneo. Grabada en un digital de colores deliberadamente lavados, en una localización que da toda la impresión de ser el delta del Tigre, Parabellum presenta a los miembros de un grupo de supervivencia, entrenándose para un apocalipsis que según presumen sobrevendrá.Típico caso de película de ciencia ficción hecha con dos pesos, a partir de puras elipsis y algún ingenio –en la línea de Alphaville o La jetée–, la ópera prima de Valenta Rinner sigue los pasos de Hernán (Pablo Seijo), un oficinista que luego de escuchar por la radio noticias de saqueos en la ciudad de Córdoba (una de las escasas referencias concretas de la película) dispone de sus cosas en la ciudad y parte a un retiro en un rincón boscoso y fluvial. Allí se unirá a un puñado de otros iniciados, que bajo la guía de un par de instructores practicarán desde ejercicios físicos hasta técnicas de defensa personal y lecciones de tiro. Tras un pequeño movimiento sísmico, cuatro de ellos quedarán librados a su suerte y cometerán un hecho de violencia, antes de tomar posesión de un solitario navío.Parabellum está narrada deliberadamente a distancia, de modo casi entomológico –cuestión de acentuar tanto el maquinismo de esa comunidad como el extrañamiento del observador– y con un par de hallazgos ciertos (uno cómico, cuando un instructor camuflado emerge como si fuera una planta viva de un pozo de agua; el otro visual, cuando la ciudad deja ver, a la distancia, humos de una catástrofe). Pero el film parece acertar más en el planteo que en su realización. Hay una falta de tono, de tensión narrativa, que conspira con la posibilidad de que el espectador se involucre con lo que se narra. Que no es poca cosa, por cierto. Por mucho que quiera desdramatizárselo, podría tratarse ni más ni menos (y ése es el fantasma que el film parece querer evocar) que del fin del mundo