Papirosen

Crítica de Migue Fernández - Cinescondite

El cómo puede ser que una realización rechazada de un Festival como el Bafici se presente al año siguiente con un corte diferente y gane el premio a la Mejor Película, es algo que a primera vista no cierra. Es que Papirosen no es un trabajo corriente y en sus 200 horas de filmación abre la posibilidad de explorar diferentes facetas, y dejar otras de lado, cuando en la edición hay que conservar apenas 74 minutos. Durante más de una década, Gastón Solnicki siguió a su familia con una cámara digital, construyendo una road movie privada con cuatro generaciones de parientes como protagonistas. Sin incluirse en las imágenes, aunque en ocasiones se refieran a su persona, adopta una postura atrevida -que mal se podría considerar perversa por la impunidad con que se maneja en su círculo-, y filma a los miembros del clan en los momentos más íntimos. Comparte su felicidad y su dolor, desde las vivencias de quien ha sobrevivido a la muerte hasta el lamento de quien ha perdido el amor, e indaga en el valor de la familia con un pasado que trae en forma permanente a la memoria.

La falta de guión lleva a dudar del rumbo dentro de este proyecto a largo plazo, pero Solnicki conoce a sus personajes y sabe hacia qué terreno conducir la narración, algo que se manifestará con el muy buen trabajo producido en la sala de montaje. El uso de imágenes que su abuelo, a quien no conoció pero tiene un peso enorme en lo que se ve en pantalla, grabó más de 50 años atrás, sirven como ejemplo para comprender el cómo Papirosen busca sanar heridas que se traspasaron por generaciones y reconciliar a su familia –y a la de todos, por qué no- con su propio pasado. El trabajo dedicado por más de una década, el cariño por lo que se filma y el resultado final, que al igual que con la muy buena La Chica del Sur parece reflejar que desde el principio estuvo planeada así, elevan su naturaleza de película casera para ofrecer a la familia como obra de arte.