Pantera negra

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

COMPLACER ES LO PRIMERO

No deja de llamarme la atención el nivel de euforia que hay en los críticos estadounidenses con Pantera Negra, aunque si se lo piensa un poco, tiene su lógica: en una época donde lo que impera es la corrección política, esta nueva entrega del universo Marvel aprieta todos los botones indicados y, desde una pose supuestamente disruptiva, se dedica a complacer a las mentes biempensantes.

Lo que más se elogia en Pantera Negra es lo que se dice (que ni siquiera es tan original o profundo) y cómo se dice. Allí está precisamente la diferencia con los anteriores films del director Ryan Coogler, quien en Fruitvale Station y Creed: corazón de campeón había logrado trabajar apropiadamente, de formas enriquecedoras y complejas, cuestiones referidas al racismo, la construcción del heroísmo, los vínculos con las figuras paternas o maternas, y el peso de los legados. Pero en esta historia sobre T´Challa (Chadwick Boseman), quien tras la muerte de su padre retorna a la nación de Wakanda para ocupar su lugar como Rey y como Pantera Negra, pierde buena parte de la profundidad que venía caracterizando a su cine, en pos de cómodos recursos mensajísticos.

Si el arranque del film es innegablemente interesante, a partir de cómo piensa los mecanismos narrativos para contar la historia de Wakanda y cómo su aislamiento del resto del mundo le permitió mantener en secreto sus notables avances tecnológicos, en los minutos siguientes se irán disolviendo las expectativas creadas inicialmente. Eso lleva, por ejemplo, a que el diseño audiovisual, que es espléndido, sea apenas eso: un diseño, una muestra un tanto prepotente de las capacidades de un tanque hollywoodense para impactar desde la composición estética. Detrás no hay mucho más, sólo superficie, y eso se traslada a los demás componentes de la película: T´Challa no es mucho más que un vehículo para dejar en claro que las acciones de los padres terminan incidiendo en los conflictos que afrontan los hijos; los personajes femeninos (como la hermana de T´Challa o su interés amoroso) están ahí para decirnos que las mujeres pueden pelear y ser inteligentes, aunque finalmente casi no tomen decisiones propias y sigan el liderazgo de los hombres sin muchas dudas; y Wakanda (lo que incluye a sus diversos personajes) está para dejar en claro que Africa también existe -aunque sea desde un país ficcional-, que puede tener autonomía, decidir su propio destino y aportarle algo al resto del mundo. No hay una verdadera construcción de un imaginario, sólo guiños y gestualidades, y hasta en la acción impera lo rutinario.

Quizás el único personaje realmente interesante es el villano Erik Killmonger, encarnado por Michael B. Jordan, que a esta altura podría decirse que es la musa inspiradora de Cogler: en su recorrido funcionan de manera mucho más apropiada las tensiones con la figura paterna y el rencor que motiva a romper con determinados legados en función de otros. Y aunque la narración en muchos aspectos lo termina condenando a acciones estereotipadas, se puede intuir mucho mejor en su figura los choques entre el drama íntimo y las intrigas palaciegas (por lejos lo más interesante del film), los rituales culturales (que transitan unos cuantos lugares comunes) y las tensiones sociales que se hacen presentes en otros lugares del globo -definitivamente lo más lineal de la película-.

Los problemas interaccionan en Pantera Negra: si la discursividad podrá disfrazarse de innovadora pero no pasa de lo políticamente correcto y la previsibilidad (la secuencia del final en la ONU es un buen ejemplo de eso); el mensaje que quiere transmitir el film se come a los personajes y se limita a decir exactamente todo lo que quiere escuchar el espectador. De hecho, la película es mucho menos arriesgada desde lo narrativo que, por citar un par de casos, Thor: Ragnarok o Iron Man 3. Hasta podría decirse que es como la versión Marvel de Diamante de sangre.

Aunque no termine de congeniar directamente con el film, algunas declaraciones de Kevin Feige ayudan a explicar las limitaciones de Pantera Negra. El showrunner del Universo Cinemático Marvel (y factor importante en algunas películas excelentes, hay que reconocerlo) dijo que él creció en Estados Unidos siendo un hombre blanco y que se acostumbró a que sus héroes cinematográficos lucieran como él, por lo que quería que todos sintieran lo mismo que él. Un tierno, ¿no? Habría que recordarle que no es un gran innovador (por ejemplo, Wesley Snipes hizo una larga carrera como héroe de acción y hasta protagonizó la trilogía de Blade); que los negros no son la única minoría que quiere ver héroes propios en la pantalla grande; que recién para el 2019 Marvel nos va a dar una heroína protagonista en Capitán Marvel, después de tenerla durante un largo rato de secundaria a Viuda Negra; y que recién tras una década de existencia del Universo Cinemático y sobre el final de la Fase 3 llega un film sobre un superhéroe afroamericano. Cuando se analiza un poco el asunto, no cuesta mucho llegar a la conclusión de que Marvel, aún con todas sus virtudes, no deja de practicar la típica tolerancia de cartón corrugado del marco hollywoodense y el artístico en general. Y en punto es comprensible, no se le puede pedir a Hollywood que sea revolucionario. Lo que sí puede pedírsele es que no pretenda ser revolucionario y que no sobreactúe. Pantera Negra es eso: sobreactuación y pretensiones pseudo revolucionarias, mientras se siguen confirmando todos los esquemas.