Pantera negra 2: Wakanda por siempre

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

No una, sino dos son las veces que Ramonda, la madre de T’Challa, y Shuri, la hermana menor del hombre que fuera rey, dicen, con sus palabras, que T’Challa no está muerto. No está. Pero puede no estar físicamente y sí en el espíritu que reina y atraviesa toda Pantera Negra: Wakanda por siempre.

Alguna vez tenía que pasar, que una película de Marvel se despegara del resto por alguna causa. Tal vez, quizá, fue la sorpresiva muerte de Chadwick Boseman, el rey T’Challa en Pantera Negra -la única película de Marvel candidata al Oscar- lo que derivó en que su director Ryan Coogler y su coguionista de aquélla y de esta secuela, se lanzaran a imaginar y pergeñar una historia con más raíz en el sentimiento del dolor -y de la venganza- y hasta en lo geopolítico que en las escenas de acción y efectos visuales.

Que, obvio, los tienen, porque es una película de Marvel.

La decisión de no reemplazar a Boseman implicó construir una historia alrededor del mito. La figura del rey, de Pantera Negra (título que tiene el protector de Wakanda, la nación ficticia más poderosa del mundo) recorre los -largos- 161 minutos de la película. Son principalmente mujeres las que lo lloran y hacen su duelo. Y necesitan no solamente llenar su vacío, sino seguir adelante.

No vamos a develar cuál es la causa de la muerte de T’Challa, solo comentar que las escenas antes de que aparezca el logo de Marvel -allí también hay un cambio- son de una profunda intimidad, respeto y tributo a ese rey que, en un mural pintado, parece mirarnos como el Che Guevara.

La historia tiene que continuar
Pero, y siempre hay un pero, la historia tenía que continuar. Y el vibranio, el metal autóctono de color púrpura, que brilla y es la fuente del poder de Wakanda, está en el centro. Vean la escena en la que Ramonda (Angela Bassett, que tiene no una si no dos escenas como para decir dénme una nominación al Oscar) acusa sin decirlo de racistas a los Estados Unidos y Francia en la sede de las Naciones Unidas.

Todos quieren tener vibranio, y cuando los estadounidenses están cavando en las profundidades del Océano Atlántico, se encuentran con una civilización que, caramba, también lo tiene.

No hay tiempo para contar cómo es esto, sí para presentar a Talokan, esa antigua civilización submarina que rige Namor, un Dios con tobillos alados (el mexicano Tenoch Huerta) que tiene algo de Aquaman y otro tanto del “nuevo” héroe y/o antihéroe de DC Comics, Black Adam. Vengativo, miembro de una minoría, Namor quiere tejer alianza con Wakanda para eliminar al resto.

La película tendrá varios giros, algunos impensados, otros que la hacen extender tal vez demasiado, apuntes contra la CIA y alguna que otra desaparición sorpresiva.

Mucho cambió, y hasta no hace muchos años era impensado que una película con mayoría de intérpretes afroamericanos y con heroínas mujeres pudiera tener el éxito global, internacional que seguramente acompañe a Pantera Negra: Wakanda por siempre en los cines. Porque está hecha para ver en cine y no en un dispositivo móvil o una pantalla de LCD.

La música de Ludwig Göransson, que por la de Pantera Negra ganó el Oscar, y que compuso las bandas de Tenet y The Mandalorian, es casi un espectáculo aparte. Todo se ve muy bien, pero es en la dramaticidad de las escenas, en el sufrimiento de Shuri (Letitia Wright), el personaje que seguimos y que evoluciona, y todas las mujeres que pelean por Wakanda donde reside el mayor impacto del filme.

Ah, el único spoiler es que, después de la primera escena postcrédito, no hay más. Simplemente avisan que Pantera Negra volverá. Algo que ya intuíamos.