Palabras robadas

Crítica de Ulises Picoli - Función Agotada

Palabras Robadas comienza con un afamado escritor llamado Clay Hammond (Dennis Quaid) leyendo su última novela frente a un auditorio. La historia que cuenta es la de un escritor, Rory Jansen (Bradley Cooper), que parte a recibir un galardón por su exitosa novela. De entre las sombras del hotel desde donde sale Jansen se ve un hombre mayor (el gran Jeremy Irons) que según relata Hammond/Quaid tiene una preponderancia fundamental en la historia de Rory/Cooper. En los tres planos de la película la literatura, con ínfulas de buscar lo trascendente, es eje central. Pero en esta película de un escritor que lee un libro acerca de un escritor que logra el éxito por una obra de un tercero (uff) no es literatura, y peor aún, deja al cine (lo que queríamos ver) de lado.

Tanto firulete para no alcanzar ninguna genuina emoción, tantas veces llenarse la boca diciendo "palabra" para vaciarla de sentido. Uno de los principales problemas de The Words (título original) es que constantemente se remarca una gravedad artística que no se conlleva con lo que sucede en la pantalla. Se habla de grandes obras pero ninguna se hace presente. Necesita verbalizar porque no sabe mostrar, maneja ideas tan rancias como el de la inspiración divina (algo que justamente Hemingway, muy presente en el film, denostaba) y entre esa pila de "palabras" el único que hace valer su importancia es Irons. Y aún así, esos momentos funcionan cuando lo oímos, no cuando lo vemos. Su historia, contada mediante flashbacks torpes (¡sepias!) y televisivos, resulta un mix de la vida de Hemingway y su novela Adiós a las Armas (porque si acaso no queda claro, ahí está el nombre del duro Ernest dando vueltas).

Creo que la originalidad no era algo buscado, pero ese relato dentro del relato huele demasiado a un refrito de Paul Auster (porque no tiene sentido meter al genio de Borges en esta discusión) carente de la dispersión propia del escritor oriundo de New Jersey con la que suele diluir las historias derivadas del relato principal. Acá todo tiene un cierre masticado, y si acaso la lección no queda clara, habrá alguna frase o imagen para resolver eso.

Por ahí anda Cooper (productor del film, seguramente le gusto la novela) como Rory, un escritor bohemio que parece un yuppie y que, a pesar de trabajar como repartidor de correo dentro de una editorial, puede irse de luna de miel a Paris (los beneficios de vivir a crédito en EEUU, supongo). Un Dennis Quaid de mohines casi paródicos que intenta levantarse a una joven estudiante en una situación que quizás dibuje con éxito a los literatos best seller neoyorquinos: copa de vino y departamento a lo Patrick Bateman. Y un Irons disfrazado de viejo (más todavía), el único que deja caer cada palabra con la espesura necesaria, con una voz que carga el peso de la culpa y los años.

Quizás el pecado de los directores debutantes Klugman y Sternthal es que se ataron demasiado a la letra de un libro pasado de rosca, olvidando lo más importante, dejarle un lugar al cine.